"(...) En ningún momento de su pasado ha intentado la mayoría de los
catalanes separarse de la Corona de Aragón o de España: los intentos de
separarse siempre chocaban contra el gran obstáculo de la indiferencia o
la hostilidad masiva.
En los sombríos días de 1714, que los
separatistas de hoy han convertido en un relato basado en la fantasía,
había en realidad una división masiva dentro de la sociedad catalana.
La
división masiva aún podía verse en 1936 y, sobre todo, en las masacres
sangrientas durante las jornadas de mayo de 1937. Y la división sigue
siendo tan evidente en enero de 2016 que sólo un político
traumáticamente hipnotizado podría ser capaz de afirmar que el 48% de
los votos en las pasadas elecciones autonómicas representa la abrumadora
mayoría de la opinión catalana.
Hace sólo cinco años, el apoyo al separatismo catalán era del 14%, y
aún hoy es apenas del 35% del electorado total. El verdadero estado de
opinión en Cataluña hoy puede verse por el simple hecho de que el ex
presidente Mas ha hecho todo lo posible para evitar una votación libre a
través de elecciones democráticas anticipadas.
Como se decía en un un
tweet reciente: «Catalunya por fin dispone de un presidente no electo
para un proceso ilegal apoyado por la inmensa minoría de los catalanes».
Es la primera vez en la historia europea que un grupo de políticos
proclama la independencia de su región sobre la base de los deseos de
una minoría de la población. (...)
España ya tiene algunos graves problemas económicos, y el jefe del
Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem, está a favor de castigar a
España por los incumplimientos en las metas fiscales. «El desafío del
próximo Gobierno es el déficit», dice Dijsselbloem. El problema es que
Cataluña tiene un papel fundamental en ese déficit.
Pero las propuestas
del nuevo presidente de la Generalitat suponen un déficit mucho más
grande aún, así como la inversión de dinero inexistente en un nuevo
sistema de Hacienda, con un nuevo Instituto de Estudios Tributarios, un
nuevo Banco Nacional, la construcción de nuevas aduanas, y una nueva
Seguridad Social (ya en profunda crisis financiera). Las medidas
incluyen, obviamente, también tomar el control del aeropuerto de
Barcelona.
Una característica central del nuevo plan para crear desorden civil
es la propuesta para proteger a los políticos y otros acusados de
corrupción en Cataluña, cambiando por entero el poder judicial en la
comunidad. Los miembros de la antigua Generalitat ya han iniciado, según
la información disponible el verano pasado, la contratación de al menos
250 nuevos jueces.
Ése es el número calculado para las plazas que
quedarían vacantes, de una plantilla total de 800 jueces y magistrados,
cuando se consuma la secesión, y que se piensan cubrir con abogados con
un mínimo de 10 años de ejercicio. El propio consejero de Justicia
contrató a un juez, Santiago Vidal, para comenzar el reclutamiento. Las
consecuencias de socavar el sistema judicial pueden ser fácilmente
imaginables.
Ya en noviembre, la Sala de Gobierno del TSJC, en respuesta
a las manifestaciones callejeras de los separatistas contra los jueces
de Barcelona, alertó de que «cuestionar de manera interesada que la
actuación de los tribunales de justicia sólo se debe a intereses
políticos, constituye una negación de las bases de nuestra convivencia
política». (Henry Kamen, 21/01/16)
No hay comentarios:
Publicar un comentario