"(...) “Somos unas cuatrocientas personas, no hay muchos más, nos
encontramos en todas partes y siempre somos los mismos. Nos encontramos
en el Palau, en el Liceo, en el núcleo familiar y coincidimos en muchos
lugares, seamos o no parientes", dejó dicho el escanyapobres del Palau de la Música, Lluís Millet en el libro 'L’Oasis català', de los periodistas Cullell y Farrás.
El corrupto Millet sabe lo que se dice. De los 25 apellidos más frecuentes en Cataluña,
ninguno es de origen catalán. García es el primero (170.614
ciudadanos). Le siguen Martínez, Sánchez, López, Rodríguez..., pero
hemos de esperar hasta el nº 26 para encontrar el primer apellido
catalán, Vila, con 18.021 ciudadanos. Nada reseñable si nos quedáramos
en la mera estadística.
Sin embargo, su representación en el Parlament
es casi inexistente: en los 35 años de gobiernos de la Generalitat desde
1980, ni un solo consejero tiene ninguno de los dos apellidos de entre los cinco más frecuentes.
Y de todos los presidentes del Parlament, sólo uno tiene el segundo
apellido, Pascual, de origen no catalán. Me refiero a Ernest Benach i
Pascual.
De hecho, un grupo minoritario de familias
con apellidos que únicamente están presentes en un 13% de la población
de toda Cataluña, copan el 40% de los cargos políticos. Enfoquemos aún
más fino, sólo 13 familias
con alrededor de 2.000 miembros copan el 20% de todos los diputados de
CiU y ERC y casi el mismo 20% del secretariado de la ANC.
La relación descompensada de diputados en el Parlament aún es más
escandalosa si le añadimos al apellido la lengua en que se expresan. Es
vergonzoso que habiendo un 55,3% de catalanes que tienen por lengua
materna el castellano y un 31% la lengua catalana, la representación en
el Parlamento esté tan descompensada.
Apellidos y lengua van a la par.
Sólo el 21,67% son castellanohablantes (otra cosa es que utilicen su
lengua) y el resto, 79,38%, catalanohablantes. Una sutil segregación, no
menor que la que ha sufrido y sufre aún la mujer. De la totalidad de
los diputados, el 70 % son hombres. Como referencia de segregación en la
política catalana, el sector de la población más marginado a lo largo
de la historia ya no es la mujer, sino los ciudadanos con apellidos no
catalanes y lengua española, a pesar de ser mayoritarios.
No queda
siquiera el consuelo de la normativa legal en la elaboración de listas
donde la mujer ha de tener una presencia, al menos, del 40%. Es la
llamada paridad electoral. Una discriminación positiva que, en el caso
de los castellanohablantes, se torna en negativa desde la escuela: ni
siquiera permiten a los niños castellanohablantes poder estudiar una
sola asignatura en castellano.
Esta descompensación entre apellidos, lengua y representación
política es en sí misma segregadora, pero si nos fijamos en quienes
representan tales políticos e introducimos el detalle de la clase
social, nos encontramos con un dato definitivo: cuanto más alta es la
clase social, más apoyo se da al secesionismo.
Los ciudadanos con menos
ingresos, (de 0 a 1.200 €), que representan el 22% de la población de
Cataluña, alcanzan el 32,57% de los partidarios de la independencia. Los
que disponen de una renta de entre 1.200 a 2.000 aumenta el apoyo a
ésta hasta el 38,82% y representan el 28% de la población de Cataluña.
Si subimos la renta de 2.000 a 3.000€, sube el apoyo a la secesión hasta
el 56,17%.
Respecto a la población de Cataluña, representan sólo el 18%
del total. Y el tramo con mayor apoyo al secesionismo, lo representan
los que sobrepasan los 3.000 € mensuales con un total del 67,91%, de un
total de la población del 32 %. (Barómetro de Opinión Política del CEO).
Dicho de otro modo, el apoyo al independentismo es inversamente
proporcional a las clases más bajas y a los que tienen por lengua
materna el castellano y apellidos no catalanes. Pero entonces, ¿qué hace
un comunista de ICV, Raül Romeva, encamado con un partido de derechas
(CiU), y otro independentista (ERC)?
Aparentemente es una contradicción, pero no la hay. La izquierda
catalana antes que de izquierdas es catalanista. Tiene una explicación,
desde el PSUC de la IIª República ha sido dirigida por hijos de la burguesía catalanista. Exactamente lo mismo que ha ocurrido en el PSC desde que suplantara en 1977 la Federación socialista del PSOE en Cataluña.
En el caso de ERC es difícil identificarla con la izquierda; en
realidad, si se le cambiara el nombre por el de Liga Norte, nadie se
daría cuenta.
Así, toda la izquierda ha jugado en el mismo espacio mental del catalanismo por convicción o aplastada por el síndrome de Cataluña.
¿Qué diferencia hay entre la vida personal y política del actual Sindic
de Greuges, el comunista Rafael Ribó, el Socialista Pasqual Maragall o
el representante de la derecha catalana, Artur Mas?
En cuanto a modo de
vida, ninguna. Todos han vivido de la Administración con sueldos
fabulosos y vida social de clase alta. Se trata de seguir disfrutándola,
pero la corrupción y la codicia han despertado lo peor del nacional
catalanismo. Y les ha llevado a explotar sin medida ni vergüenza los
sentimientos identitarios más egoístas.
¿A qué estamos asistiendo con esta agitación tan peligrosa de las
emociones? A intentar seguir con el control y poder políticos de esas
cuatrocientas familias y allegados cebados en estos 35 años de pujolismo
para seguir detentando el poder económico que siempre han tenido.
Porque téngalo en cuenta, la independencia es un desastre para los ciudadanos de Cataluña,
pero un gran negocio para esas élites extractivas que hoy representan
la clase política catalana, los empresarios del 3%, y el ejército de
maestros y periodistas, que ejercen de mercenarios de la cosa nacional, y
viven a salvo de la intemperie dónde malviven la mayoría de catalanes
corrientes. (...)" (Antonio Robles , Crónica Global, 23/09/2015)
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