28/4/15

“No hay que hablar de recortes sociales, porque eso nos divide”... una estrategia tipicamente fascista, aceptada por la izquierda catalana. Cousas veredes

"(...) Pero ¿de verdad nos extraña tanto que el “derecho a decidir” sea despedido por quienes se atestaron la boca con la reprimendas a quienes ponían en duda el derecho a votar, a quienes, de forma inexplicable, estaban en contra de que los ciudadanos se expresaran?

¿De verdad nos sorprende esa elección del resultado parlamentario, en detrimento del número de votos, por quienes urdieron una pregunta tan escandalosa como la que pretendían averiguar la voluntad de los ciudadanos de Cataluña el pasado 9 de noviembre?

Esto es, simplemente, el resultado de la desquiciada manera de organizar un debate que el nacionalismo ha ido tejiendo desde la desatinada intervención del PP, por tierra, mar y aire, contra la reforma del Estatuto, hasta llegar a la sentencia del 2010.

Y, en especial, lo que se ha ido produciendo desde el 2012: porque en las primeras elecciones tras la sentencia, el resultado del independentismo fue más que discreto, como parece haberse olvidado a la hora de fijar la cronología de los hechos.

Tiene que ver todo esto con lo que antes señalaba. La forma en que se ha ido utilizando un repertorio de palabras a las que, como dicen los lingüistas, les ha estallado el núcleo semántico: es decir, que han sufrido la pérdida de significado por ser sometidas a pruebas de stress en las que se les exigía que significaran demasiadas cosas, dependiendo de las necesidades de quien manda. ¿Estado propio?

Debería haberse empezado por señalar que la Generalitat y el partido que la ha gobernado durante casi todos los años del régimen autonómico es Estado. No Estado de los demás, no Estado ajeno ni, mucho menos, delegación de un Estado en Cataluña. Es la estructura de Estado de la que se han dotado los ciudadanos de este país, y que aceptaron con embeleso, entusiasmo y ganancia representativa quienes la han ocupado casi siempre desde 1980.

¿Soberanía? ¿De verdad hemos tenido un debate sobre la soberanía en la Cataluña movilizada por la crisis? Ni hemos hablado de lo que es el margen de gobierno real sobre las cuestiones que más nos afectan, ni hemos puesto en duda la organización de un sistema que entrega nuestras herramientas de política monetaria a la Unión Europea, ni hemos considerado en qué consiste la independencia de una nación en una organización internacional que el independentismo mayoritario ni siquiera comenta.

¿Democracia? Nada que tenga que ver con el incremento de su calidad nos ha sido dado en este conflicto, que empezó presentándose como negociación áspera entre dos espacios institucionales, dos ámbitos de poder, en la tradición camboniana y pujolista más acendrada.

El debate sobre la democracia debería haber planteado cómo se organiza una sociedad plural, con antagonismos sociales, con modelos económico distintos y legítimos en la arena del enfrenamiento intelectual.

El debate sobre la democracia habría debido referirse a esos temas sin los que la democracia es simple mecanismo de representación, y no garantía y ejercicio permanente de derechos políticos y sociales. ¿Hemos hablado de esa pluralidad, de ese conflicto indispensable para calificar la democracia, o se ha preferido unir a las masas, movilizarlas en torno a consignas simplificadas y convertir la independencia en un mito que expulsa cualquier factor que pueda reducir su potencia de convocatoria?

Porque aquí ha llegado a decirse que “no hay que hablar de recortes sociales, porque eso nos divide”, mostrando la cara más atroz de la función social del nacionalismo populista. Es decir, aquel rostro del que emana la sentencia de las peores pesadillas políticas del siglo XX: “la realidad nos separa, los espacios simbólicos nos unen.”

Crear la cohesión sobre algo distinto a la realidad, preferir el ámbito de la deformación simbólica al espacio de la complejidad real, es algo propio de una cultura que nada tiene que ver con la democracia, sino precisamente con ponerle obstáculos a lo que podía haber sido su verdadero proceso constituyente.

Para eso debía haber servido la crisis, por lo menor: para despertar a un país dormido en la pasada y farsante opulencia y ponerlo ante una realidad hostil, que precisa de toda la inteligencia, de toda la honestidad de análisis y de toda la conciencia de los intereses en conflicto que se mueven en nuestra sociedad, para escoger el camino de salida de la crisis que mejor atienda a las necesidades de la mayoría. (...)" (Ferrán Gallego, Federalistes d'Esquerres, 28/03/2015)

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