"El pasado 18 de marzo el CEO –Centre d’Estudis d’Opinió, una especie
de CIS de la Generalitat–, hizo públicos los datos de su primer
barómetro del 2015, que golpearon con dureza al independentismo. Dos
eran las bombas de dicha encuesta.
Primera. La suma de CiU y ERC, que ahora es de 71 diputados (50 de CiU) retrocedía hasta 61-63. No alcanzaba la mayoría absoluta (68 escaños) y para mayor gravedad los diputados se repartían al fifty-fifty, con lo que nadie podía liderar. Y los votos sumados se quedaban en el 38,4%. ¿La gran Cataluña era el 38,4%? (...)
Segunda. El 54,4% de los encuestados, contra el 42,4%, no se siente independentista. Una ventaja de nada menos que 12 puntos del no independentismo que rompía la partición en dos mitades de los últimos años. (...)
Y como el independentismo atribuyó este retroceso a la falta de unidad, la respuesta sólo podía ser un nuevo acto que consagrara la unidad de los dos partidos –y de las organizaciones transversales como Òmnium Cultural y la Asamblea Nacional Catalana (ANC)– en la hoja de ruta independentista.
Por eso, el pasado lunes un documento suscrito por CDC (no CiU), ERC, Òmnium, la ANC y la Asociación de Municipios por la Independencia
insistía en el carácter plebiscitario que tendrán las elecciones del
27-S, en las que los partidos se comprometen a poner la independencia en
el primer punto del programa.
Y si las fuerzas que suscriban el pacto
(abierto a otras formaciones) tienen mayoría absoluta (que no presupone
forzosamente el 51% de los votantes), se iniciará el camino hacia la
independencia pasando por encima (es grave que CDC suscriba ese mensaje)
de lo que establece la legalidad constitucional española.
¿Significa eso que el Gobierno de Catalunya se situaría en estado de
desacato? Algo huele a 1934. Luego se elaboraría una Constitución
catalana (es de suponer que con la ayuda del juez Santiago Vidal)
que en un plazo de 18 meses sería sometida a referéndum. Entonces se
proclamaría la independencia y se negociaría con el Estado español y el
mundo internacional.
O sea, que a un descenso del fervor independentista, Artur Mas (y Oriol Junqueras)
responden subiendo la apuesta. Y con dosis de irresponsabilidad, como
poner entre paréntesis la legalidad. Parece un error o incluso un
disparate. Cierto que una gran mayoría de catalanes (el 64%) cree desde
hace años que la actual autonomía es insuficiente. Pero lo que se está
viendo es que la exigencia de más autogobierno no lleva siempre a un
incremento del fervor independentista y que la voluntad de negociación y
el pactismo siguen siendo altos.
¿Cómo el líder de un partido tradicionalmente pragmático como CDC ha
puesto rumbo a un objetivo que no parece mayoritario y muy complicado de
alcanzar? Es un misterio, ya que el propio Josep Rull, coordinador general de CDC y uno de sus dirigentes más enrages,
admitió ayer martes en RAC 1 que “lo que quiere hacer Cataluña es algo
que en la Europa Occidental no se hace con éxito desde hace muchos
años”.
Y hay hechos que indican que duplicar la apuesta –lo que se hizo el
lunes– es un intento algo desesperado para revitalizar un movimiento que
–aunque todavía muy fuerte– parece que alcanzó su punto máximo hace
unos meses.
El primero es que el documento lo firma CDC, pero no su
aliado político desde 1980, la democristiana Unió Democrática de Duran i Lleida.
Ahí está el punto débil de Artur Mas. Quiere arrastrar a Cataluña a la
independencia, imponerla a España y hacerla admitir en Europa, pero no
logra persuadir ni a su aliado y socio político de 35 años. (...)
Sabiendo lo aficionados que son Mas y Junqueras a los grandes actos
teatrales, la sobriedad del lunes –que tanto contrasta con la misa
solemne de la conferencia de Artur Mas tras el 9-N, en la que quiso
imponer la lista conjunta– indica que no se deseaba una comparecencia
pública.
¿Porque hay problemas de fondo? ¿Porque no querían explicar la no
firma de partidos que respaldaron la pseudoconsulta del 9-N como Unió,
ICV-EUA o las CUP? La explicación la dio ayer el alcalde de Montblanch y
vicepresidente de la Asociación de Municipios por la Independencia, Josep Andreu, en una entrevista en el diario Ara a Antoni Bassas,
un respetado periodista del ámbito soberanista: “No podíamos esperar
más, para no enfriar el proceso soberanista”.
O sea, que tras los
resultados de la encuesta del CEO, el desánimo de los militantes
independentistas y el clima que el director de La Vanguardia, Màrius Carol, ha descrito como “la bajada del soufflé”, necesitaban dar una muestra de unidad y alguna señal de vida.
No forzosamente de vida inteligente. Para el catalanismo tradicional
(el de CiU, el del PSC e incluso el de la ERC del tripartito), lo normal
sería fraguar una entente que representara y dinamizara el 64% de
insatisfechos con el autogobierno para poder negociar con el Gobierno de
España que salga de las próximas elecciones, que debería ser algo más flexible que el actual.
Todo lo contrario de insistir en que menos de la mitad de catalanes
independentistas arrastre a Cataluña a un enfrentamiento imposible con
España e inédito en Europa. Porque el problema del independentismo no es
sólo –ni mucho menos– la pugna entre Artur Mas y Oriol Junqueras, o
entre CDC y ERC.
En Cataluña se transita de un clima de irritación con
el ninguneo que supuso la sentencia del Constitucional contra un Estatut
que había aprobado en referéndum a cierta fatiga e inicio de cansancio por una protesta que desemboca en un conflicto duradero y de difícil solución. (...)" (Baja el ‘soufflé’ y Mas sube la apuesta, de Joan Tapia en El Confidencial, en Caffe Reggio, 01/03/2015)
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