12/3/15

No solo hubo abandono, fue peor. Las víctimas de ETA quedaron sometidas a algo parecido al hostigamiento.

"Las víctimas sufrieron el abandono en el País Vasco: es una evidencia pero cuando se recuerda ahora suena a ganas de incordiar. No solo hubo abandono, fue peor. Las víctimas quedaron sometidas a algo parecido al hostigamiento. 

En tiempos, el ‘algo habrá hecho’ estuvo extendido en casi toda la sociedad, no solo en el ámbito que apoyaba a ETA. En realidad, fue lo políticamente correcto, imaginar que algún motivo aceptable tenía el terrorismo, dar por buenos los atentados.

 Durante mucho tiempo y en amplios sectores, no fue infrecuente la opción de ponerse en medio, trazar un imaginario en el que se ocupaba un lugar central y sacrosanto, desde cuyas lindes combatían los terroristas –equivocados, pero en defensa de los vascos– y quienes representaban la España opresora.

La crítica a ETA, cuando existió, fue más bien silenciosa y en la intimidad; no era de las cuestiones que se hablaban sin más con los recién conocidos. Suele decirse que durante los años de plomo la política desapareció de la conversación en los distintos grupos sociales, en las cuadrillas. No es del todo cierto. Hubo un sector que tuvo barra libre y la ejerció en todo momento. 

En cualquier lugar público un sujeto de la cuerda podía expresar, y solía hacerlo, cualquier barbaridad en apoyo a ETA, incluyendo comentarios jubilosos por un atentado o críticas a un secuestrado que no pagaba la extorsión. Hasta pudo oírse en los campos de fútbol «paga ya», «paga y calla», coreado por centenares de voces sin que el resto de la hinchada se horrorizase ni el club hiciera un amago de acabar con tal atrocidad. Eso sucedió, y hay una responsabilidad colectiva.

Se produjo una situación asimétrica: en los sitios públicos la libertad de expresión, si puede llamarse así a la intimidación, correspondió a un sector, el de los secuaces del terror. Hubiese sido una situación insólita que se les replicase en el bar, en las fiestas, en San Mamés, en los lugares de la socialización. 

A nadie le gusta que le llamen facha, mucho menos con las implicaciones que el término tenía en el País Vasco. Sus amenazas resonaban en sitios de natural pacíficos, hacían eco en los festejos, las calles, los campos de fútbol, a veces en los patios de los colegios, entre los grupos de estudiantes en los campus. Se admitió como normal el matonismo político.

Y, enfrente, el silencio: durante mucho tiempo. Este ambiente significó una colaboración pasiva con el terrorismo. Le dio alguna legitimidad, en la medida que no se la negaba expresa y rotundamente. Para que resonase alguna contundencia hubieron de pasar muchos años. Para que se generalizasen las condenas sin matices, décadas.

Con el tiempo, y con la socialización del sufrimiento por la que optó ETA, sectores crecientes fueron repudiando al terrorismo. Aun así, buena parte de la sociedad vasca quedó en la comodidad moral y estética, en el «estamos contra el terrorismo y por la libertad de los vascos», una asociación característica y perversa cuyas secuelas nos siguen castigando.

La clave de la lucha social contra ETA residió (y reside, todavía existe la bicha) en negarle ninguna legitimidad política al terror: esta postura fue ganando terreno, pero sería discutible que llegase a ser una opinión mayoritaria. Por lo común el nacionalismo sostuvo que el terrorismo tenía alguna justificación de este tipo, que era una especie de agente político más. Hasta el final subsistió la idea de que ETA tenía detrás motivos fundados, aunque su práctica fuese condenable. (...)"                (MANUEL MONTERO, EL CORREO – 09/03/15, en Fundación por la Libertad)

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