"Cerca de dos millones de catalanes votaron el 9-N
a favor de la independencia y unos cuatro millones se abstuvieron. En
unas elecciones corrientes, la abstención no cuenta, pero en un
referéndum es un dato relevante, especialmente si lo que está en juego
es algo tan traumático e irreversible como la secesión de una parte del
país.
Por eso la resolución del Tribunal Supremo de Canadá sobre Quebec
habla de “mayoría clara” para dar validez al resultado; y por eso
también, en referendos como el de Montenegro en 2006 la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) estableció como condición de validez una participación mínima del 50% del censo (y una mayoría a favor del 55%).
Cuando dos de cada tres electores potenciales se han abstenido, sería
temerario considerar que la votación legitima una declaración de
independencia o siquiera la celebración de la “consulta decisiva” reclamada por Artur Mas
a la vista de los resultados.
Pues si se trataba de “recoger la opinión
de los ciudadanos” sobre la independencia, como se nos vendió, y no de
decidir sobre ella, la prueba ya está hecha: por el momento, no hay ni
de lejos una mayoría social suficiente para dar el siguiente paso hacia
la secesión, cualquiera que sea. (...)
En 1992 se celebró un referéndum de autodeterminación en Bosnia-Herzegovina.
La comunidad serbo-bosnia, que suponía cerca del 40% de la población,
en desacuerdo con la separación de Yugoslavia, se abstuvo en masa, pero
ello no fue considerado a la hora de sacar consecuencias prácticas del
resultado.
Con el efecto de favorecer una amplísima mayoría
independentista y una inestabilidad que costó miles de muertos. (...)" (Patxo Unzueta
, El País, Madrid
19 NOV 2014)
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