"Casi todas las democracias se declaran indivisibles.
Se considera que no se puede privar a los ciudadanos de su pertenencia en
contra de su voluntad. En Canadá y el Reino Unido se argumenta de manera
diferente: se estima que la unidad del país sólo se puede basar en el deseo de
permanecer juntos.
Sin embargo, un referéndum sobre la autodeterminación
no es un ejercicio agradable. Se ha alegado que la campaña del referéndum escocés
se ha desarrollado mejor que las que experimentamos en 1980 y 1995. De hecho,
una encuesta muestra que casi la mitad de los votantes del No se sentía
"personalmente amenazado". Políticos del No tuvieron que interrumpir
sus discursos al ser abucheados.
Las entrevistas dan cuenta de tensiones en las
familias, entre amigos, en el trabajo. Ha habido instituciones intimidadas, empresas
amenazadas con boicots.
Al igual que en nuestro caso, el debate ha sido difícil
debido a la fractura entre identidades: las encuestas muestran que el apoyo al
Sí ha sido más fuerte entre los votantes cuyos padre y madre eran escoceses.
Al igual que entre nosotros, los dirigentes del Sí han
denunciado como una campaña del miedo los avisos contra las perturbaciones económicas
inevitables que acompañarían el proceso de secesión. Pero, de hecho, puede resultar
racional para los agentes económicos querer invertir en otro lugar que no en
una región secesionista, ya que es razonable que el país original no acepte al
nuevo país en el seno de su banco central, o para Europa exigir requisitos de
membresía al nuevo país.
Tanto en Escocia como en Quebec, los líderes del Sí han
definido el asunto del referéndum como una elección entre el orgullo y el
miedo. Como entre nosotros, en 1995, los líderes escoceses del No han tardado
en responder que un voto por el No es también un voto de orgullo: existen
sobradas razones para sentirse orgullosos de la contribución vital de los
quebequeses al auge de Canadá, y de los escoceses al del Reino Unido, dos países
envidiados en todo el mundo.
La negociación sobre una secesión nunca se ha tanteado
en una democracia bien establecida. Escindir un Estado moderno y democrático resultaría
una tarea colosal. Se tendría que actuar de acuerdo con los derechos de todos
en el marco legal del país, según lo confirmado por nuestro Tribunal Supremo. La
negociación en Escocia se habría puesto en marcha sin el riesgo de una secesión
unilateral, empresa inviable en una democracia.
La secesión de Escocia habría comportado menos problemas
prácticos que la de Quebec, aunque sólo sea por su tamaño relativamente pequeño
y por lo desplazado de su posición geográfica. Pero habría tenido que afrontar igualmente
una batería de desafíos: renegociación de acuerdos, transferencia de fondos, de
leyes, de funcionarios, etc.
El gobierno escocés se asignó dieciocho meses para
lograrlo, un período considerado demasiado optimista por el gobierno británico.
Esta negociación, sin embargo, habría tenido un mal comienzo, con el primer
ministro de Escocia amenazando con no pagar su parte de la deuda, un gesto nada
realista e irresponsable.
Los negociadores habrían sido conducidos a un callejón
sin salida si la mayoría hubiera retirado su apoyo a la secesión en mitad del
proceso. Sería mejor que una ruptura tanto existencial como irreversible se
negociara sobre la base de una clara mayoría, que se expusiera menos ante las
dificultades. Una mayoría clara: la regla que prevalece en Canadá para entablar
tales negociaciones. Afortunadamente para todos.
Y más afortunadamente aún, nosotros los quebequeses,
hemos dicho y repetido que queríamos seguir siendo canadienses orgullosos." (Este artículo ha sido publicado también por Le Devoir. Stéphane Dion, Esquerra sense fronteres, 24/09/2014)
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