"(...) Como representante de los emprendedores catalanes durante años,
Rosell tiene, tenía que estar al cabo de la calle de que en Barcelona y
Cataluña no era posible hacer un negocio u obtener un contrato sin pagar
la correspondiente mordida, sin abonar comisión, sin soltar una panoja
que en apariencia iba para financiar a CiU y que, por lo visto, oído y
sabido iba también a engrosar las arcas de la numerosa prole del
matrimonio Pujol-Ferrusola.
No había otra forma de
hacer negocios en Barcelona y alrededores, y Rosell y los infinitos
Rosells de Cataluña lo saben, lo sabían.
A mediados de los noventa, la filial española de la alemana Osram
ganó un concurso para cambiar la iluminación de Metro de Madrid. Habían
salido al mercado unos nuevos tubos fluorescentes que ahorraban una
importante cantidad de energía en una red de estaciones iluminada las 24
horas del día.
La operación de recambio, por importe de unos 500
millones de pesetas, se llevó a cabo en la capital sin más contratiempo.
Metro de Barcelona quiso también apuntarse a la idea, pero en plena
negociación surgió un obstáculo. Alguien planteó que el contrato no
podía firmarse directamente entre proveedor y cliente, y que era
necesario meter a una empresa pantalla de por medio que sería la
firmante del mismo.
A más a más, que dirían en el Ampurdán, Osram tenía
que incrementar el precio de la operación en un 20%, porcentaje que
posteriormente sería redirigido a dicha empresa fantasma y en metálico,
ojo, en metálico. Los alemanes, que entonces andaban metidos hasta el
cuello en el escándalo de las comisiones de Siemens, holding al que
pertenece Osram, rechazaron la pretensión.
Todo el mundo supo siempre
Son hechos. Miquel Roca Junyent, autoproclamado
“padre” de la Constitución y ahora acendrado independentista, además de
defensor de hija y hermana de reyes de España, viajó un día a Madrid muy
cabreado para chivarse ante José Luis Corcuera,
ministro del Interior entre julio de 1988 y noviembre de 1993, con el
relato prolijo y escandalizado del “negocio” que los hijos del molt honorable, con mención especial para Jordi Pujol Ferrusola,
habían montado en Cataluña con el cobro de comisiones sobre todo lo que
se movía.
Roca sangraba por la herida del nombramiento, por aquel
entonces, del susodicho como hereu oficial de la dinastía Pujol
y por tanto príncipe de la futura Catalunya independiente. Cuando don
Jordi se enteró de la visita a Madrid, afeó muy malamente el
comportamiento del abogado, pero pronto llegaron a un acuerdo: Roca
negaría la mayor y callaría para siempre, a cambio de que los
Ayuntamientos controlados por CiU, que eran casi todos, direccionaran
los asuntos legales hacia el imponente despacho que el letrado había
decidido abrir en Barcelona, tras ver truncada su carrera política.
Todo el mundo sabía. Todo el mundo supo siempre. Cualquier empresario
catalán con negocios en Madrid estaba al corriente de que para hacer
avanzar un recurso en un ministerio, un concurso, un negocio en la
capital del Reino era muy recomendable acudir a la delegación de CiU y
ponerse en manos de determinados parlamentarios de ese partido político,
porque CiU operaba en Madrid como una eficacísima gestoría de asuntos
varios.
Sorprende, por eso, que los Rosell de este mundo se manifiesten
ahora perplejos ante el destape de don Jordi: “Los que hemos vivido
tantos años en la era pujolista todavía no lo acabamos de
entender. Ha sido una referencia para muchas cosas y que de un día para
otro se te caiga esa referencia realmente es duro”, ha añadido.
¿Referencia, para qué…?
Oigo estos días decir por naves y colmados que CiU necesita ser
refundado y no estoy de acuerdo en absoluto, porque lo que de verdad
necesita ser refundada es la sociedad catalana entera, esa sociedad
donde el único discurso imperante ha sido, sigue siendo, el nacionalista
y donde el discrepante, excluido y arrinconado, es condenado a una
suerte de muerte civil.
El nacionalismo ha construido en Cataluña una
sociedad en cierto modo enferma, sociedad encerrada en sí misma que,
recelosa de la libertad (alguien dijo que “la patria no es el lugar
donde se nace, sino donde se es libre”) necesita refugiarse en el
grupo; una sociedad sumisa, proclive a seguir los cantos de sirena de
unos predicadores de la política que han ido endureciendo su discurso
conforme aumentaban sus problemas con la Justicia; una sociedad que,
perpleja tras la autoinculpación del honorable, se niega a asumir la
realidad y, sobre todo, a tomar las medidas necesarias para sanearla.
La dignidad del paso erguido del hombre
Es el universo nacionalista catalán el que necesita hacer examen de
conciencia para, renunciando de una vez por todas al silencio cómplice,
el silencio de los corderos, llamar a las cosas por su nombre y decir
bien alto y claro que la conducta de Jordi Pujol i Soley es una golfada
inaceptable en términos democráticos, y que ya es hora de obrar en
consecuencia, ya es hora de que esa tropa ensimismada se lo haga mirar e
inicie un camino de regeneración por la senda de la libertad individual
(“la dignidad de la andadura vertical y del paso erguido del hombre”
que decía Bloch), del individuo en lugar del grupo, la
persona en lugar de la tribu, que es la única senda que una sociedad
libre y adulta, liberal, puede transitar, esa senda, en fin, que “el
nacionalismo no duda en sacrificar a las necesidades imperativas de la
construcción nacional”, en ajustada opinión de Lord Acton. (...)" (Jesús Cacho, Vox Populi, 30/07/2014)
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