"Llevo seis meses librando una batalla complicada. Periodista al que
pillo por banda, periodista al que intento convencer de que el día que
se publiquen las benditas Cuentas Territorializadas (CT) la noticia no
deberían ser los muchos miles de millones a los que ascienden los
déficits fiscales de Madrid y Cataluña, sino los pocos motivos
justificados de queja que hay detrás de tantos ceros.
Si de lo que se
trata es de épater al personal, el titular correcto no sería España nos roba a los catalanes y madrileños, sino Los gobiernos regionales de Madrid y Cataluña tienen más cuento que Calleja. (...)
El problema con los saldos fiscales, neutralizados o no, es que son el
resultado de sumar y restar un montón de cosas muy distintas.
En el
cálculo entran, revueltos y en tropel, todos los impuestos, tasas y
otros ingresos estatales, el gasto en bienes públicos puros como la
defensa o las relaciones exteriores, las pensiones y prestaciones por
desempleo, las subvenciones a empresas y sectores, la inversión en
infraestructuras y la financiación de las Administraciones
territoriales, que luego pagan servicios como la sanidad y la educación.
Algunas de estas partidas, y en especial las dos últimas, sí que
responden a una lógica territorial, pero el resto no: algunas cosas son
servicios que nos benefician a todos por igual con independencia de
dónde se localicen las instalaciones pertinentes (por ejemplo, las
embajadas o las bases navales) y otras se reparten de acuerdo con
criterios individuales o sectoriales y no territoriales.
Así por
ejemplo, las ayudas a la agricultura están ligadas a la producción de
ciertas cosechas, mientras que las pensiones o los impuestos se reparten
en función de las circunstancias económicas de los ciudadanos, sin que
ni en un caso ni en el otro sea relevante el lugar de residencia de los
implicados.
¿Está o no bien repartida la tarta pública? Parece bastante claro que
los saldos fiscales regionales no son un buen instrumento para responder
a esta pregunta porque, en realidad, no hay una tarta sino muchas, y
cada una de ellas ha de repartirse con criterios diferentes.
Una forma
más satisfactoria de abordar el problema consiste en clasificar los
gastos e ingresos públicos en partidas de naturaleza similar (impuestos,
prestaciones sociales, financiación regional, inversión en
infraestructuras, servicios generales, etcétera) y analizar cada una por
separado.
En muchos casos resulta obvio que el problema no tiene nada
que ver con el territorio. Hay mucho que hablar sobre si los impuestos
deberían ser más o menos altos o más o menos progresivos y las pensiones
más o menos generosas o más o menos contributivas, pero sería un
disparate diseñar el sistema impositivo y de protección social pensando
en sus efectos sobre los territorios, en vez de sobre los individuos.
Mientras se aplique un criterio uniforme en todo el país, de forma que
dos ciudadanos en las mismas circunstancias económicas y familiares
paguen o reciban lo mismo con independencia de la región en la que
residen, el sistema podrá ser bueno o malo, pero no genera un problema
de inequidad territorial.
Así pues, los saldos fiscales agregados no nos sirven para hablar de
equidad porque incluyen muchas partidas en cuyo reparto el criterio
territorial no es relevante. Si una región presenta un déficit abultado
solo porque su elevado nivel de renta hace que sus residentes paguen
muchos impuestos, es difícil argumentar que existe maltrato fiscal. De
la misma forma, si una región envejecida presenta un saldo positivo solo
como resultado de unos elevados ingresos por pensiones, es complicado
hablar de privilegios.
Lo que ambos ejemplos sugieren es que si lo que
nos preocupa es la equidad territorial, deberíamos concentrarnos en
aquellas partidas que responden a una lógica territorial y excluir del
análisis a aquellas otras que responden a otros criterios.
Si insistimos
en trabajar con saldos fiscales, necesitamos un concepto de saldo
fiscal que se pueda descomponer aditivamente de una forma que nos
permita calcular la contribución de cada grupo de programas al saldo
total y quedarnos con aquella parte del mismo que pudiera resultar
problemática desde la óptica que nos interesa.
Esto es lo que se intenta hacer en las cuentas territorializadas que
ayer publicó el Ministerio de Hacienda: agrupar las partidas de gasto e
ingreso en categorías de acuerdo con la lógica que las motiva; analizar
la distribución territorial de cada una de ellas; y cuantificar sus
respectivas contribuciones a los saldos fiscales regionales. (...)
Esto es importante porque, en última instancia, nos permite descomponer
los saldos fiscales regionales en dos partes: una que no debería
preocuparnos porque no es más que el resultado de aplicar reglas de
tributación y de reparto uniformes a poblaciones con distintas
características demográficas y económicas; y otra que sí debería hacerlo
por cuanto podría reflejar diferencias de trato entre individuos
similares, que atentarían tanto contra nociones básicas de equidad
horizontal como contra el principio constitucional de igualdad.
La buena noticia de las cuentas territorializadas es que el
componente potencialmente preocupante de los saldos fiscales regionales
es de un tamaño manejable. Aproximadamente dos tercios de tales saldos
se deben simplemente a que en los territorios más ricos se pagan más
impuestos por habitante que en los pobres. El tercio restante proviene
de la distribución del gasto público y aquí sí que hemos encontrado
indicios de cosas preocupantes, aunque de una magnitud modesta.
Los problemas se concentran en lo que se denomina en las CT el gasto
territorializable, esto es, en aquellos programas presupuestarios que
financian servicios o prestaciones a los que los ciudadanos tienen
acceso en función de su lugar de residencia.
Dentro de este apartado,
hemos constatado que existen diferencias notables entre unas regiones y
otras en materia de financiación regional y que se dedica un volumen
importante de recursos a diversos programas de ayudas regionales (entre
los que habría que incluir las rebajas tributarias de las que disfrutan
ciertos territorios) cuya efectividad convendría valorar.
El volumen agregado de los saldos fiscales generados por las partidas
cuya distribución es potencialmente cuestionable desde el punto de
vista de la equidad se sitúa en torno a los 11.400 millones de euros, de
lo que más de la mitad proviene del desigual reparto de la financiación
autonómica.
Puesto que estamos hablando, como máximo, de reasignar de
una forma más razonable el equivalente de un 1,1% del PIB nacional, la
tarea no debería ser imposible. Pero convendría ponerse a ello, cuanto
antes mejor."
(
Ángel de la Fuente
, El País, 24 JUL 2014 - Ángel de la Fuente (FEDEA y CSIC) es uno de los autores
del nuevo Sistema de Cuentas Públicas Territorializadas, publicado ayer
por el Ministerio de Hacienda. Para un análisis más detallado, véase:
http://documentos.fedea.net/pubs/ eee/eee2014-03.pdf )
No hay comentarios:
Publicar un comentario