6/5/14

Sería perfecto volver ahora euskaldunes a los castellanohablantes

"(...) En una sociedad moderna no caben políticas deliberadas de construcción nacional, sean de la nación que sean, la grande o la pequeña. No es su contenido concreto lo que las hace democráticamente ilegítimas (de manera que habría sido pecado volver castellanohablantes a quienes no lo eran, pero sería perfecto volver ahora euskaldunes a los castellanohablantes), sino su designio inherente de invadir campos reservados a la libertad personal de cada uno, al tiempo que su afán por borrar el pluralismo constitutivo de esa sociedad. 

No existen ya (¿existieron de verdad?) las añoradas gemeinschaften, sino solo sociedades complejas. Y en una democracia liberal no tienen cabida las políticas perfeccionistas de mejora de la calidad nacional del ciudadano. 

Cierto que estas políticas se practicaron por doquier en la gran época europea de la nation building decimonónica, pero tal circunstancia no las legitima hoy, igual que los precedentes históricos no legitiman la esclavitud o la exclusión de las mujeres.

Traducido a términos más políticos, la disonancia constitutiva del nacionalismo de Urkullu está en su pretensión de construir y conseguir un Estado mononacional, pero no tanto por lo de Estado como por lo de mononacional. Aspirar a ser Estado independiente es una pretensión legítima sobre la que cabe dialogar y negociar en democracia, pero aspirar a construir una sola nación homogénea como base social de ese Estado es directamente inadmisible. 

Y lo malo es que, aquí y ahora, en este país nuestro, las pretensiones de ser Estado van inextricablemente unidas a las de serlo mononacionalmente. Por lo cual, precisamente por ello, el Estado español actual que reconoce la plurinacionalidad constitutiva de la sociedad que le sirve de base (y negar que ello sea así es pura y simple ceguera) tiene una calidad democrática superior a la de los hipotéticos mononacionales que pretenden sucederle. 

Y es que, en España, los sentimientos nacionales no están encapsulados en este o aquel territorio (si así fuera hace mucho que los problemas se habrían resuelto por sí mismos), sino que están solapados en cada kilómetro cuadrado de algunos de sus territorios. De manera que un Gobierno complejo de estructura federativa atenderá esa realidad mucho mejor que un montón de pequeños Gobiernos mononacionales.

 Es curioso en este sentido ver cómo la historia de hoy, 100 años después de su destrucción, reconoce que el Imperio Austrohúngaro de 1914, con sus 18 nacionalidades dentro, era un marco de convivencia y conllevancia mejor (mejor para las personas de carne y hueso) que los Estados wilsonianos mononacionales hechos con calzador que le sucedieron, y cómo el juicio sobre su realidad se va tiñendo de una cierta añoranza.

Al final es bastante sencillo, incluso en la lógica nacionalista: Urkullu, y muchos otros, reprochan al sistema constitucional no querer admitir que España es algo así como “una nación de naciones”.

 Pero no cae en la cuenta de que lo mismo le pasa a Euskadi, que es también otra “nación de naciones”. Con lo cual la formulación correcta de la ecuación completa siguiendo su propia lógica sería la de que “España es una nación de naciones de naciones”. (...)"              ( , El País, 24 ABR 2014 )

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