"(...) Una cosa que me llamó la atención fue una polémica originada por el
director de política lingüística, Miquel Reniu, que dijo que los que
hablan en castellano son ciudadanos de segunda clase. No esperaba eso
desde la imagen que tenía de la gente de apellidos catalanes como gente
extremadamente educada.(...)
En la noche de las elecciones autonómicas del 92, en que ganó por
mayoría absoluta, ante las masas de adeptos que le aclamaban en la
calle, dijo esto: lo importante es que Cataluña sea catalana. Estaba
claro.
Después de décadas de convivencia, la parte de la sociedad
catalana que tenemos orígenes familiares en el resto de España
sobrábamos. Aclaro: identificarse con el castellano no es lo mismo que
desconocer el catalán. (...)
Los menosprecios de Miquel Reniu no habían caído en saco roto y buena
parte de la gente castellanohablante había asumido la renuncia a su
lengua como el acceso (ficticio) al grupo de la gente first class. No
puedo decir si me indigna más que mi lengua materna tenga ese estigma o
vivir en una sociedad tan atrasada como para creer en semejante
tontería. (...)
Lo que ocurre es que la población de raíz catalana goza de una cierta
homogeneidad en torno a un buen nivel económico y cultural (el
nacionalismo catalanista va de eso), mientras que la población
castellanohablante es muy heterogénea. Pero clase media
castellanohablante la hay a patadas.
Y no sólo eso, sino que por las
razones que sean, en nuestra sociedad, la lengua principal de acceso al
conocimiento y la información es el castellano. No creo que haya ningún
lugar del mundo en que el tratamiento que reciba una lengua con ese
estatus sea el de ocultársela a toda costa a sus hijos, no vayan a ser
tomados por unos pobretones. (...)" (José Miguel Velasco, Crónica Global, Jueves, 8 de mayo de 2014)
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