"(...) El profundo problema de los sindicatos catalanes es a quién se han vendido.
En la naturaleza sindical, con independencia de su carácter
ideológico, hay una convicción internacionalista y una reivindicación de
la unidad que es puramente ontológica. El sindicato es enemigo
instintivo de la fragmentación.
El sindicato considera, y con buen tino,
que todo nacionalista es un esquirol. El sindicato adquiere su fuerza y
su lugar en la historia a partir del concepto de ciudadanía. Y cuando
este concepto se ve pervertido por la reivindicación identitaria, la
obligación del sindicato es la denuncia y el rechazo.
Que los sindicatos
catalanes se hayan convertido en piezas marginales, pero altamente
simbólicas del soberanismo, no refleja sólo la enorme perversión del
Proceso, sino la confusión abisal en que se han sumido los que aún se
llaman a sí mismos genuinos representantes de los trabajadores.
Y añaden
una prueba más, por si hicieran falta, a aquel tajante diagnóstico de
Claude Chabrol, en aquella tremenda película,La ceremonia: «Los pobres
han dejado de tener interés».
No hay mayor impugnación frontal de aquello que llamaban el
sindicalismo de clase que el nacionalismo. Así lo vieron, heroicos,
quienes una y otra vez se negaron a participar en las guerras
patrióticas del siglo XX.
Yo comprendo que todo esto les pueda parecer
hoy antiguo a estos sindicalistas catalanes tan enormemente plásticos.
Pero yo les rogaría que a su vez consideraran igual y plenamente
antiguas sus teorías derogatorias sobre la plusvalía y la desigualdad
social.
Y que, en consecuencia, adoptaran como lema de su casa aquel
viejo refrán catalán, pobrets i alegrets, (pobres y burros en traducción
recta y libre) que define de manera dura y exacta el lugar pésimo que
ocupan en el mundo." (Arcadi Espada, El Mundo, 30/04/2014)
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