2/4/14

Ante el fracaso en la gestión y la renuncia a mejorar el día a día de los ciudadanos, Mas y los suyos optaron por entregarse en brazos del mito secesionista como panacea de todas las desgracias

"(...) Emponzoñado anda el aire que hoy se respira en toda España a cuenta de Cataluña. Los catalanes con mando en plaza que siguen viajando a Madrid como siempre, acogidos como siempre, no se paran en barras a la hora de describir el clima de ebullición independentista que se masca en Barcelona, y a todo aquel que quiere escucharles piden, casi imploran, que hay que hacer algo, que Madrid tiene que hacer algo, que el Gobierno tiene que mover ficha, “porque Mas está pidiendo a gritos una salida” (frase ya tópica), pero Mas parece cada día más a lo suyo, en lo suyo, y no hay semana que no suba al Sinaí del panteón nacionalista para bajar aureolado con la llama de las tablas de la ley de nuevas exigencias, nuevos desafíos, renovados desplantes, mientras en la llanura española la gente asiste cariacontecida a esta escalada donde uno habla y desafía y amenaza y desprecia, mientras otros, en el mítico malvado “Madrit”, contemplan el espectáculo alucinados, cabreados unos, hastiados otros, cansados casi todos de este bíblico castigo que ha caído sobre la sensata gente del común. ¿Qué hemos hecho nosotros para merecer esto? 

Ahora una autodenominada Asamblea Nacional Catalana (ANC) está diseñando el camino hacia la felicidad de los catalanes, naturalmente solo de los nacionalistas. (...)

La hoja de ruta de la ANC apunta asuntos más serios, como cuando habla de, una vez declarada la independencia, “hacerse con el control de las grandes infraestructuras y fronteras -puertos, aeropuertos-, la seguridad pública, las comunicaciones, etc.” (...)

Ni una palabra dice el programa hacia la felicidad de la ANC sobre la corrupción galopante que vive Cataluña gobernada por una elite cleptómana, acostumbrada a llevárselo crudo a Suiza tanto con CiU como bajo el Tripartito (allí también estaba ERC); ni sobre ese 30% de catalanes pobres que se darían por satisfechos con poder tocar hoy una parte, siquiera pequeña, del paraíso en el que vivirán cuando se separen de España, nada de los servicios públicos que no funcionan, de la Sanidad recortada, de la vida cada día más difícil, de la paupérrima calidad democrática con que desde siempre les vienen obsequiando una clase política que ha optado por convertirse en cabeza de ratón en lugar de cola de león, resuelta a sacudirse la fiscalización de una Justicia que, más o menos independiente, puede ponerle, si la cosa se tuerce, de patitas en la cárcel.

 Reflexión de un nacionalista en un foro esta misma semana. “Claro que también hay corrupción en Catalunya. Pero la creación de un nuevo Estado ha de comportar cambiar las reglas de juego y hacer que las cosas funcionen mejor”. ¿No es enternecedor? ¿No hemos de reírnos de los nacionalismos? Ocho apellidos catalanes.  (...)

El independentismo hace músculo, afila sus garras, como esos gatos que en el mejor sillón de casa ejercitan sus uñas de cara a la pelea nocturna en el tejado. Mientras pide diálogo, don Arturo no deja de dar pasos hacia el abismo. 

Mas es el tipo elegante que, después de darte una patada en la boca, te pregunta educado si te ha hecho daño, si te ha dolido, para a continuación pedirte una respuesta “sin insultos, agresiones, ni menosprecios” (sic).

 De momento, la acción la ponen unos y el silencio contemplativo otros. Ponen también la cara. Y la pasta. La Generalitat, que se ha comido ella sola el 40% del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA), está quebrada, al punto de seguir sin poder emitir deuda por culpa de un déficit –los ajustes del gasto han sido mínimos- que financia Madrid y de una deuda completamente desbocada. 

Ante el fracaso en la gestión y la renuncia a mejorar el día a día de los ciudadanos con una eficaz gestión de los recursos disponibles, Mas y los suyos optaron por entregarse en brazos del mito secesionista como panacea de todas las desgracias.

 España nos roba. La independencia como maná. Nadie ha dicho una palabra en Cataluña de los costes de la aventura secesionista, del coste de montar la estructura de un Estado. (...)

¿Qué hacer ante tanta sinrazón? Tal vez solo reírnos de los nacionalismos."         (Jesús Cacho, 23/03/2014)

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