"(...) Emponzoñado anda el aire que hoy se respira en toda España a cuenta de
Cataluña. Los catalanes con mando en plaza que siguen viajando a Madrid
como siempre, acogidos como siempre, no se paran en barras a la hora de
describir el clima de ebullición independentista que se masca en
Barcelona, y a todo aquel que quiere escucharles piden, casi imploran,
que hay que hacer algo, que Madrid tiene que hacer algo, que el Gobierno
tiene que mover ficha, “porque Mas está pidiendo a gritos una salida”
(frase ya tópica), pero Mas parece cada día más a lo suyo, en lo suyo, y
no hay semana que no suba al Sinaí del panteón nacionalista para bajar
aureolado con la llama de las tablas de la ley de nuevas exigencias,
nuevos desafíos, renovados desplantes, mientras en la llanura española
la gente asiste cariacontecida a esta escalada donde uno habla y desafía
y amenaza y desprecia, mientras otros, en el mítico malvado “Madrit”,
contemplan el espectáculo alucinados, cabreados unos, hastiados otros,
cansados casi todos de este bíblico castigo que ha caído sobre la
sensata gente del común. ¿Qué hemos hecho nosotros para merecer esto?
Ahora una autodenominada Asamblea Nacional Catalana (ANC) está diseñando
el camino hacia la felicidad de los catalanes, naturalmente solo de los
nacionalistas. (...)
La hoja de ruta de la ANC apunta asuntos más serios, como cuando habla
de, una vez declarada la independencia, “hacerse con el control de las
grandes infraestructuras y fronteras -puertos, aeropuertos-, la
seguridad pública, las comunicaciones, etc.” (...)
Ni una palabra dice el programa hacia la felicidad de la ANC sobre la
corrupción galopante que vive Cataluña gobernada por una elite
cleptómana, acostumbrada a llevárselo crudo a Suiza tanto con CiU como
bajo el Tripartito (allí también estaba ERC); ni sobre ese 30% de
catalanes pobres que se darían por satisfechos con poder tocar hoy una
parte, siquiera pequeña, del paraíso en el que vivirán cuando se separen
de España, nada de los servicios públicos que no funcionan, de la
Sanidad recortada, de la vida cada día más difícil, de la paupérrima
calidad democrática con que desde siempre les vienen obsequiando una
clase política que ha optado por convertirse en cabeza de ratón en lugar
de cola de león, resuelta a sacudirse la fiscalización de una Justicia
que, más o menos independiente, puede ponerle, si la cosa se tuerce, de
patitas en la cárcel.
Reflexión de un nacionalista en un foro esta misma
semana. “Claro que también hay corrupción en Catalunya. Pero la
creación de un nuevo Estado ha de comportar cambiar las reglas de juego y
hacer que las cosas funcionen mejor”. ¿No es enternecedor? ¿No hemos de
reírnos de los nacionalismos? Ocho apellidos catalanes. (...)
El independentismo hace músculo, afila sus garras, como esos gatos
que en el mejor sillón de casa ejercitan sus uñas de cara a la pelea
nocturna en el tejado. Mientras pide diálogo, don Arturo no deja de dar
pasos hacia el abismo.
Mas es el tipo elegante que, después de darte una
patada en la boca, te pregunta educado si te ha hecho daño, si te ha
dolido, para a continuación pedirte una respuesta “sin insultos,
agresiones, ni menosprecios” (sic).
De momento, la acción la ponen unos y el silencio contemplativo
otros. Ponen también la cara. Y la pasta. La Generalitat, que se ha
comido ella sola el 40% del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA), está
quebrada, al punto de seguir sin poder emitir deuda por culpa de un
déficit –los ajustes del gasto han sido mínimos- que financia Madrid y
de una deuda completamente desbocada.
Ante el fracaso en la gestión y la
renuncia a mejorar el día a día de los ciudadanos con una eficaz
gestión de los recursos disponibles, Mas y los suyos optaron por
entregarse en brazos del mito secesionista como panacea de todas las
desgracias.
España nos roba. La independencia como maná. Nadie ha dicho
una palabra en Cataluña de los costes de la aventura secesionista, del
coste de montar la estructura de un Estado. (...)
¿Qué hacer ante tanta sinrazón? Tal vez solo reírnos de los nacionalismos." (Jesús Cacho, 23/03/2014)
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