"Hace hoy 22 años, un tal Iglesias Chouza colocó una bomba bajo el
asiento del copiloto del coche de Antonio, padre de tres hijos. Cuando
el artefacto explotó estaban en el interior dos niños de apenas dos
años, y el padre. Este pudo extraer con vida a uno de los gemelos, a
Alex. Pero a Fabio le dio de lleno la bomba y Antonio solo pudo abrazar
unos trozos desgajados e inertes de su hijo recién asesinado.
La muerte
de un hijo, dolor infinito y eterno; se lleva prendido muy dentro. Ese
dolor nunca desaparece, se queda ahí dentro, para siempre. La ausencia
forzada e impuesta es irreparable, no tiene repuesto, no hay posibilidad
de comprarlo, como si fuera un objeto. Te han quitado a tu hijo, lo han
matado. Injusticia en grado absoluto.
Hace hoy 12 años, dos chavales de veintitantos años entraron temprano
en el garaje de José Mari y lo asesinaron a tiros, delante de Marisa,
su mujer, y de Íñigo, su hijo. Unos meses más tarde, esos mismos chicos
estaban manipulando un artefacto y les explotó en las manos; se acabaron
sus vidas, si podemos llamar vida a merodear tanto con la muerte.
Estas dos tremendas historias son reales, las hemos vivido aquí, con
mayor o menor distancia. Las hemos sufrido con mayor o menor intensidad.
Pero han sido realidad, inolvidable, inasumible, indignante. Como estos
dolores que acabamos de leer ha habido cientos en esta tierra, en estos
tiempos. (...)
¿Cómo no vamos a entender que a quien le han asesinado a su ser más
querido albergue el deseo de venganza, el de la justicia punitiva, el
del ojo por ojo, el de ahí se pudran entre barrotes? Es comprensible
querer espantar del modo que sea el dolor infligido. (...)
No obstante, cada individuo violentado, atacado, victimizado… ha de
ejercer su derecho a enfrentarse con la reconstrucción personal del modo
que estime mejor. Y la sociedad tiene que permitirle ese espacio de
reedificación íntima, con atento respeto a sus tiempos, formas y
expresiones, y disponer de ayuda para el avance, para que la víctima no
eche raíces en ese pasado dolido y, por fin, pueda superar ese trance
injusto y dañino.
Hay que levar ese ancla del lodazal que la violencia
quiso establecer.
Contar lo que ha sucedido, ser fieles a lo que hemos vivido, relatar
los episodios de violencia y las justificaciones que muchas personas y
colectivos han manejado para dar peso, justificación y poder a una
violencia ejercida contra la sociedad vasca en su conjunto y contra
miembros de ella en particular.
Leer con rotundidad las frases que nos
insultaban en muchos muros, del tipo «herriak ez du barkatuko», «ETA
mátalos», «Caña al zipaio». Y después de leerlas, comentarlas. Comentar
que, en efecto, ETA venía por detrás y pegaba tiros y ponía bombas. Y
perseguía, amenazaba y atemorizaba a gran parte de la sociedad, esa que
no comulgaba con su totalitaria ideología. (...)
En fin, nuestra historia cercana, vivida y, ahora, necesariamente
repasada, como un libro abierto, imprescindible, escrito por muchos, a
todo color, a todo dolor, con un objetivo ineludible: ser honesto en el
relato y ser conscientes de que nuestros hijos deben aprender en carne
casi propia la lección de que por el erróneo camino de la violencia,
nada respetable podrán conseguir.
Por último, eso que está tan en boga: miremos al futuro y dejémonos
de monsergas de remover el pasado. Es superchulo decir esto, cualquiera
se puede apuntar y queda como un estupendo demócrata, qué hay de malo en
ello, el futuro lo merece. (...)
Hubo muchos errores, especialmente porque, durante muchos años
legitimamos o permitimos la violencia. Y si fue legítimo antes ¿no podrá
serlo después? Y, además, están las personas, las víctimas, las
ofensas, el poso que la violencia ha dejado aquí.
Para analizarla y
curarla hagamos una labor de honestidad histórica y rigor ético: matar
es matar. Condenarlo es ineludible y no hay dos violencias, dos bandos,
dos enemigos… no. (...)
El domingo conmemoramos la memoria, esa molesta nube que nos indica que
aquello nunca más ha de repetirse y, a la vez, nos ayuda a elaborar un
suelo ético por el que movernos en adelante. Un abrazo muy fuerte para
Arantxa, Antonio, Marisa, Jordi e Íñigo." (FABIÁN LAESPADA / Profesor de la Universidad de Deusto, EL CORREO 07/11/13, en Fundación para la Libertad)
No hay comentarios:
Publicar un comentario