15/9/13

Pedir la simple opinión a los catalanes sobre la independencia sin las consecuencias jurídicas de un referéndum: ¿qué hay de malo en ello?

"Aun llenándose la boca una y otra vez de la palabra democracia, el Gobierno de CiU ha optado por un camino muy diferente, al buscar la creación del consenso por medio de un control estricto de la comunicación política y una acción permanente de propaganda. 

Lógicamente, los catalanes opuestos a la independencia —miembros de Unió Democràtica incluidos— no se verán privados del voto, pero sí lo están de hecho de voz y de visibilidad en el espacio público. 

Frente al otro, exclusión, al modo del diario nacionalista en catalán de Barcelona que limita el acceso a su edición digital para los lectores de los Países Catalanes.  (...)

Otra cosa es pensar en que la situación actual parte de la nada. El desfase histórico entre España y Cataluña, cuyo proceso de modernización económica y cultural hubo de adecuarse al atraso del resto del país, sin lograr nunca el control del Estado, tenía que estallar antes o después.

 Nada tiene de extraño que el conflicto haya surgido tras un periodo de crecimiento, donde la identidad catalana se vio ampliamente reforzada, incluso gracias a conflictos como el educativo, cuando la crisis económica ha creado una imagen totalmente negativa de una España inútil que además “expolia” a Cataluña.

 Dado el incremento de las protestas sociales contra la Generalitat, el señuelo independentista ofrecía un espléndido objetivo de sustitución. El antiguo complejo de superioridad catalanista, de disgusto por pertenecer a un país inferior, encontraba además un poderoso agente movilizador en la “humillación” sufrida con la sentencia restrictiva del Constitucional. (...)

La sacralización de los propios símbolos, fundidos con las manifestaciones deportivas de masas —el Camp Nou convertido en gigantesca senyera, la senyera nuevo uniforme del Barça— y la satanización de los estatales, da lugar a dos imaginarios enfrentados, y la elección para un verdadero catalán no debe ofrecer dudas. 

La retórica del antifranquismo se adapta a la nueva circunstancia: no en vano regresa el canto de movilización de Lluís Llach. La estaca a arrancar es ahora la pertenencia al Estado y a la Constitución Española. Los votos servirán para confirmar lo que la vanguardia independentista ha prefigurado mediante el monopolio del espacio público en esta democracia aclamativa.

 De ahí que no sea preciso esperar a referéndum alguno para emprender el montaje del Estado catalán. A diferencia del plan Ibarretxe, la declaración de soberanía del pueblo de Catalunya, aprobada el 23 de enero por el Parlament, define un poder constituyente catalán, sin tener en cuenta el ordenamiento constitucional español, en virtud del cual existen hoy las instituciones y los poderes autonómicos.  (...)

De ahí que tenga poco sentido preconizar el “diálogo” con la Generalitat, pues el único contenido del mismo sería la forma en que el Gobierno español diese su aval a la dinámica independentista en curso.

 Esa dinámica es unidireccional, conforme ha probado la trayectoria de la Comisión para la Transición Nacional. Ante Cataluña se abría ciertamente un abanico de posibilidades, tales como propugnar una confederación o una federación asimétrica, pero según advirtió con un cierto cinismo su presidente, el magistrado Carles Viver en la sesión inaugural, las mismas eran de sobra conocidas (sic) y por eso había que ir en línea directa hacia el Estado propio, “la menos estudiada” y “más radical”. El dictamen hecho público a finales de julio lo confirma. (...)

Pedir la simple opinión a los catalanes sobre la independencia, en apariencia sin las consecuencias jurídicas de un referéndum: ¿qué hay de malo en ello? La consulta celebrada en Gibraltar, con el visto bueno de Moratinos, es el ejemplo: sin los controles normativos del referéndum, en cuanto a regulación de campañas y voto, resultó decisiva. (...)

Además, mientras el Gobierno sigue sumido en el silencio, el desgarramiento socialista, con dos partidos en uno, PSOE y PSC, y otros dos en la propia Cataluña, garantiza la impotencia a corto plazo, por muchos valores positivos que ofrezca la reciente oferta federal.

 Poca cosa frente al avance paso a paso de la política-espectáculo en Cataluña, fortaleciendo cada vez más la acción del efecto mayoría. La inminente Diada será un ejemplo inmejorable. Resiste solo la estaca, una Constitución en la que cabe la vía para la reforma y para la libertad catalana."                    ( , El País, 4 SEP 2013 )

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