"A los nacionalistas que gobiernan Cataluña de manera ininterrumpida
desde hace treinta y tres años, no les ha gustado nunca la distinción
entre nacionalismo y catalanismo; no solo no les ha gustado sino que la
han demonizado obsesivamente y la han utilizado a menudo para
menospreciar o denigrar incluso, con la arrogancia que suele
caracterizarles, a quien se haya querido definir como catalanista y al
mismo tiempo haya marcado distancias con el llamado proyecto nacional. (...)
Demonizar todo lo que, por un motivo u
otro, puede poner en evidencia las propias aspiraciones es la principal
ocupación de las ideologías sectarias y, por lo tanto, creo que merece
la pena preguntarse por qué hay tantos nacionalistas que entran
automáticamente en estado de crispación y empiezan a botar como si
pisaran brasas con la planta del pie desnuda cada vez que oyen la
palabra catalanista.
Mi interpretación de tan singular
danza es que lo que el nacionalismo persigue en realidad es la
destrucción de la cultura, y el catalanista —aunque no necesariamente—
puede no tener otro interés que el de la cultura, lo cual molesta como
una urticaria al que consagra su vida a acariciar sueños nacionales.
Me
guardaré de hacer juicios de intenciones, y no diré, pues, que en la
insondable mente de un devoto nacionalista habita la intención de
destruir la cultura. A algunos de ellos les he oído asegurar que
estarían dispuestos a sacrificarse por el país, y lo creo; por
desgracia, eso sí que es perfectamente creíble.
Ahora bien, si digo que
el nacionalismo persigue la destrucción de la cultura —de la catalana,
en el caso que nos interesa— es porque, en las tres largas décadas en
que ha ocupado el poder, no parece que haya hecho nada que no vaya en
esa dirección.
Puede que no lo haya hecho de manera totalmente
deliberada, o puede que sí, pero su concepción popularista de la
cultura, su escandalosa manipulación de la historia, su tenebroso
sentido de la educación como un sistema de adoctrinamiento ideológico,
su renuncia vocacional, en definitiva, a la autonomía del pensamiento
—único requisito imprescindible para la constitución de una sociedad
libre—, son cosas que llevan directamente a la destrucción.
Soy consciente de no haber hecho, con lo que acabo de decir, ninguna
revelación extraordinaria. Todo entra en una lógica: ya observó George
Orwell que el nacionalista ve el mundo en términos de prestigio
competitivo y que sus pensamientos siempre van a parar a victorias,
derrotas, triunfos y humillaciones.
Este tipo de mentalidad obliga a
mantenerse constantemente en guardia y a alimentar una visión
estratégica de la vida que no deja lugar a la excelencia espiritual: al
que tiene el cerebro organizado en forma de hoja de cálculo de pérdidas y
beneficios, no le queda espacio para escribir seguido y con buena
sintaxis.
Por otro lado, siendo el nacionalismo una ideología
profundamente colectivista, no solo recela del individuo —única fuente
de toda actividad cultural que merezca en verdad este nombre—, sino que
hace todo lo que puede para combatir la iniciativa individual, mientras
que al mismo tiempo no se cansa de hacer creer, por medio de premios y
honores a personajes minuciosamente elegidos, que exalta el mérito
personal, cuando lo que exalta es la contribución de los premiados a la
expansión de la causa. Algunos incluso lo hacen constar en las bases del
premio." (Ferran Toutain, 21/07/2013)
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