"(...) De entrada sorprende que se busque en la
historia la legitimidad de la consulta. En las actuales democracias, la
legitimidad de los poderes políticos –y, por tanto, también de sus
actos, como es el caso de la convocatoria de una consulta– no proviene
de la historia sino de la voluntad de los ciudadanos expresada conforme a
las leyes.
La legitimidad jurídica coincide con la democrática.
Cualquier otro planteamiento es algo propio de épocas pasadas,
anteriores a las revoluciones liberales. Pero dejemos de lado este error
conceptual aunque no sea menor, ya que trasluce una mentalidad
conservadora e, incluso, tradicionalista.
Consideremos que lo que se
pretende es una justificación histórica de un determinado planteamiento
político –algo muy distinto a la legitimidad– y pasemos a analizar tres
aspectos de esta parte del informe, ciñéndonos sólo al periodo anterior a
1714, ya que del posterior, por su actualidad política, trataremos
profusamente en los próximos meses.
En primer lugar, el texto
considera que políticamente Catalunya existe ya en el año 987, es decir,
desde que el conde Borrell II, señor feudal de un territorio pirenaico,
rompe su relación de vasallaje con los reyes carolingios. Reducir la
existencia política de lo que hoy es Catalunya a este precedente no
refleja la complejidad histórica de su formación.
Me recuerda lo que me
explicaban en los lejanos años de mi bachillerato: que Don Pelayo, un
personaje mítico e inexistente, fundaba (o refundaba) España al iniciar
la Reconquista. El territorio geográfico de lo que hoy es Catalunya
existe desde siempre pero su realidad política, social y cultural se ha
ido transformando y ampliando con el paso del tiempo.
Poner fecha al
comienzo de su existencia –por una razón tan coyuntural como la ruptura
de unos vínculos feudales– es consecuencia de una idea metafísica y
esencialista de nación, muy propia de los historiadores románticos.
En
segundo lugar, el informe opera un insólito milagro: durante todo su
recorrido temporal, desde el año 987 hasta 1714, se habla siempre de
Catalunya como de un Estado independiente y no aparece para nada su
vinculación a la Corona de Aragón.
Como es comúnmente aceptado, la
Corona de Aragón –que no es ni una nación ni un Estado– tuvo su origen
en 1137 debido a la unión dinástica derivada del matrimonio entre
Petronila, hija del rey de Aragón, y el hijo del conde de Barcelona, el
futuro Ramon Berenguer IV, el primero que ejerció la titularidad de la
Corona, derrotó a los árabes y amplió el territorio de la Catalunya
Vieja hasta Lleida y Tortosa.
Antes de esta fecha, a partir de
Wifredo el Velloso, los condados catalanes se habían unificado debido a
la primacía ejercida por el conde de Barcelona. A partir de ella, y
hasta la guerra de Sucesión (1700-1714), el Principado de Catalunya
formó parte de la Corona de Aragón, que luego se amplió a Valencia y
Mallorca.
En ningún momento –con la excepción de unos pocos meses de
1640, tras la revuelta de los Segadors– fue independiente, sino que
primero estuvo integrada en la Corona de Aragón; más tarde, con los
Reyes Católicos y los Austrias, en tanto que era parte de dicha Corona,
también lo estuvo en la monarquía hispánica de los siglos XVI y XVII.
Además, en el periodo 1640-1652, formó parte de la monarquía francesa.
Sostener que Catalunya era políticamente independiente durante todo este
largo periodo de casi seis siglos no es una interpretación discutible
sino una simple falsedad histórica.
En tercer lugar, la visión
idílica de una Catalunya que en todos estos siglos gozó de una forma de
gobierno constitucional, basada en el pacto, cuasi parlamentaria y, como
dice textualmente el informe, “avanzándose en el tiempo a la concepción
política –desarrollada posteriormente por el liberalismo político–
fundamentada de forma primigenia en el respeto del soberano a las leyes y
del país al soberano”, es también otro mito insostenible.
Un mismo
término puede tener significados diversos según las épocas. Así sucede
con las palabras constitución y ley, pacto, asamblea y parlamento. Nada,
exactamente nada, tienen que ver estos términos en la época medieval
con el significado que adquieren en las revoluciones liberales.
Ortega
dijo aquello de “o se hace ciencia, o se hace literatura, o se calla
uno”. Al reinventar la historia, y ni siquiera hacer literatura, el
Consell ha perdido una buena ocasión de callarse." (Francesc de Carreras, 04/09/2013)
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