5/9/13

Los catalantes también tienen su don Pelayo

"(...) De entrada sorprende que se busque en la historia la legitimidad de la consulta. En las actuales democracias, la legitimidad de los poderes políticos –y, por tanto, también de sus actos, como es el caso de la convocatoria de una consulta– no proviene de la historia sino de la voluntad de los ciudadanos expresada conforme a las leyes. 

La legitimidad jurídica coincide con la democrática. Cualquier otro planteamiento es algo propio de épocas pasadas, anteriores a las revoluciones liberales. Pero dejemos de lado este error conceptual aunque no sea menor, ya que trasluce una mentalidad conservadora e, incluso, tradicionalista. 

Consideremos que lo que se pretende es una justificación histórica de un determinado planteamiento político –algo muy distinto a la legitimidad– y pasemos a analizar tres aspectos de esta parte del informe, ciñéndonos sólo al periodo anterior a 1714, ya que del posterior, por su actualidad política, trataremos profusamente en los próximos meses.

En primer lugar, el texto considera que políticamente Catalunya existe ya en el año 987, es decir, desde que el conde Borrell II, señor feudal de un territorio pirenaico, rompe su relación de vasallaje con los reyes carolingios. Reducir la existencia política de lo que hoy es Catalunya a este precedente no refleja la complejidad histórica de su formación.

 Me recuerda lo que me explicaban en los lejanos años de mi bachillerato: que Don Pelayo, un personaje mítico e inexistente, fundaba (o refundaba) España al iniciar la Reconquista. El territorio geográfico de lo que hoy es Catalunya existe desde siempre pero su realidad política, social y cultural se ha ido transformando y ampliando con el paso del tiempo. 

Poner fecha al comienzo de su existencia –por una razón tan coyuntural como la ruptura de unos vínculos feudales– es consecuencia de una idea metafísica y esencialista de nación, muy propia de los historiadores románticos.

En segundo lugar, el informe opera un insólito milagro: durante todo su recorrido temporal, desde el año 987 hasta 1714, se habla siempre de Catalunya como de un Estado independiente y no aparece para nada su vinculación a la Corona de Aragón. 

Como es comúnmente aceptado, la Corona de Aragón –que no es ni una nación ni un Estado– tuvo su origen en 1137 debido a la unión dinástica derivada del matrimonio entre Petronila, hija del rey de Aragón, y el hijo del conde de Barcelona, el futuro Ramon Berenguer IV, el primero que ejerció la titularidad de la Corona, derrotó a los árabes y amplió el territorio de la Catalunya Vieja hasta Lleida y Tortosa.

Antes de esta fecha, a partir de Wifredo el Velloso, los condados catalanes se habían unificado debido a la primacía ejercida por el conde de Barcelona. A partir de ella, y hasta la guerra de Sucesión (1700-1714), el Principado de Catalunya formó parte de la Corona de Aragón, que luego se amplió a Valencia y Mallorca.

En ningún momento –con la excepción de unos pocos meses de 1640, tras la revuelta de los Segadors– fue independiente, sino que primero estuvo integrada en la Corona de Aragón; más tarde, con los Reyes Católicos y los Austrias, en tanto que era parte de dicha Corona, también lo estuvo en la monarquía hispánica de los siglos XVI y XVII. 

Además, en el periodo 1640-1652, formó parte de la monarquía francesa. Sostener que Catalunya era políticamente independiente durante todo este largo periodo de casi seis siglos no es una interpretación discutible sino una simple falsedad histórica.

En tercer lugar, la visión idílica de una Catalunya que en todos estos siglos gozó de una forma de gobierno constitucional, basada en el pacto, cuasi parlamentaria y, como dice textualmente el informe, “avanzándose en el tiempo a la concepción política –desarrollada posteriormente por el liberalismo político– fundamentada de forma primigenia en el respeto del soberano a las leyes y del país al soberano”, es también otro mito insostenible.

 Un mismo término puede tener significados diversos según las épocas. Así sucede con las palabras constitución y ley, pacto, asamblea y parlamento. Nada, exactamente nada, tienen que ver estos términos en la época medieval con el significado que adquieren en las revoluciones liberales.

Ortega dijo aquello de “o se hace ciencia, o se hace literatura, o se calla uno”. Al reinventar la historia, y ni siquiera hacer literatura, el Consell ha perdido una buena ocasión de callarse."          (Francesc de Carreras, 04/09/2013)          

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