"Hoy, Sopelana es una de las ciudades satélites en que se
desparrama el Gran Bilbao. Entonces era poco más que una aldea, con un
barrio residencial para veraneantes, junto a la playa, y algunos bloques
de viviendas baratas, construidos en la década anterior y habitados por
familias de inmigrantes.
Los lugareños llamaban a estos bloques
Andalusía, quizá porque sus inquilinos eran originarios de Galicia y
Extremadura. La cepa autóctona debía de haber practicado durante
milenios una rigurosa endogamia, a juzgar por la proliferación de
Ansoleagas y Saitúas en la guía telefónica local.
El
arquitecto Lander Gallastegui Miñaur encabezaba el sector más activo de
la junta que regía provisionalmente la ikastola, un centro asimismo
provisional, pues no había obtenido aún el estatuto legal de cooperativa
de enseñanza. Lander no pertenecía al cogollo de la sociedad
sopelanense (o sopelatarra, como se diría en eusquera).
De hecho, ni
siquiera residía en el término municipal de Sopelana. Vivía con los
suyos en una urbanización de chalecitos vernáculos, por él mismo
diseñada, a las afueras de una pequeña población cercana, Berango. A
nadie se le ocultaba, en el Bilbao de la época, que los proyectos
urbanístico-arquitectónicos de Lander Gallastegui tenían un claro sesgo
de regeneración abertzale.
Hijo de Eli Gallastegui, Gudari, fundador y
líder de Jagi-Jagi -un grupúsculo fundamentalista surgido de las
Juventudes del PNV en el período republicano-, Lander rendía un homenaje
interminable al ideario de su progenitor.
Según Gudari, el más ortodoxo
de los seguidores de Sabino Arana, los vascos conscientes de serlo
deberían segregarse del contacto con los españoles y fundirse con la
reserva racialmente pura de las aldeas y caserías, a la que aquéllos
debían aportar fermento ideológico y dirección política. Este
nacionalbolchevismo de Eli Gallastegui fue siempre apreciado por ETA,
que todavía hoy considera a Gudari como su más legítimo precursor.
La
urbanización de Lander respondía a un designio radicalmente aranista.
Separarse de los españoles implicaba abandonar las ciudades maquetas.
Tanto a Lander como a su mujer, Paule Sodupe, les oí invocar a menudo el
modelo de los kibutzim israelíes.
Era obvio que los microcaseríos
mesocráticos de Berango poco tenían que ver con las granjas colectivas
de los pioneros sionistas, aunque conozco algún asentamiento actual
cerca de Hebrón que no desmerece de aquéllos, ni siquiera en la
ideología de sus moradores. Desde luego, la urbanización abertzale
mencionada no era una unidad productiva. Tampoco tenía ikastola propia.
Lander decidió controlar la más próxima, y ésa resultó ser la de
Sopelana. Fundada años atrás por un cura, Nikola Tellería (preso, a la
sazón, en la cárcel concordataria de Zamora), llevaba varios años
funcionando como parvulario, en condiciones de semiclandestinidad más o
menos tolerada, según la coyuntura, en unos locales de la parroquia.
Lander Gallastegui desembarcó en ella con grandes proyectos bajo el
brazo. Aliado con un constructor local y con el director de la sucursal
de una Caja de Ahorros, animó a los padres de los alumnos a suscribir
créditos para la rehabilitación del edificio de una antigua quesería, a
cosa de un kilómetro del pueblo. Allí estaba ya instalada la ikastola
cuando yo llegué y allí debe de seguir todavía." (JON JUARISTI, ABC, 12/07/2002)
No hay comentarios:
Publicar un comentario