8/8/13

Los vascos conscientes de serlo deberían segregarse del contacto con los españoles, y fundirse con la reserva racialmente pura de las aldeas y caseríos

"Hoy, Sopelana es una de las ciudades satélites en que se desparrama el Gran Bilbao. Entonces era poco más que una aldea, con un barrio residencial para veraneantes, junto a la playa, y algunos bloques de viviendas baratas, construidos en la década anterior y habitados por familias de inmigrantes. 

Los lugareños llamaban a estos bloques Andalusía, quizá porque sus inquilinos eran originarios de Galicia y Extremadura. La cepa autóctona debía de haber practicado durante milenios una rigurosa endogamia, a juzgar por la proliferación de Ansoleagas y Saitúas en la guía telefónica local.

El arquitecto Lander Gallastegui Miñaur encabezaba el sector más activo de la junta que regía provisionalmente la ikastola, un centro asimismo provisional, pues no había obtenido aún el estatuto legal de cooperativa de enseñanza. Lander no pertenecía al cogollo de la sociedad sopelanense (o sopelatarra, como se diría en eusquera).
 De hecho, ni siquiera residía en el término municipal de Sopelana. Vivía con los suyos en una urbanización de chalecitos vernáculos, por él mismo diseñada, a las afueras de una pequeña población cercana, Berango. A nadie se le ocultaba, en el Bilbao de la época, que los proyectos urbanístico-arquitectónicos de Lander Gallastegui tenían un claro sesgo de regeneración abertzale. 
Hijo de Eli Gallastegui, Gudari, fundador y líder de Jagi-Jagi -un grupúsculo fundamentalista surgido de las Juventudes del PNV en el período republicano-, Lander rendía un homenaje interminable al ideario de su progenitor. 
Según Gudari, el más ortodoxo de los seguidores de Sabino Arana, los vascos conscientes de serlo deberían segregarse del contacto con los españoles y fundirse con la reserva racialmente pura de las aldeas y caserías, a la que aquéllos debían aportar fermento ideológico y dirección política. Este nacionalbolchevismo de Eli Gallastegui fue siempre apreciado por ETA, que todavía hoy considera a Gudari como su más legítimo precursor.
La urbanización de Lander respondía a un designio radicalmente aranista. Separarse de los españoles implicaba abandonar las ciudades maquetas. Tanto a Lander como a su mujer, Paule Sodupe, les oí invocar a menudo el modelo de los kibutzim israelíes.
 Era obvio que los microcaseríos mesocráticos de Berango poco tenían que ver con las granjas colectivas de los pioneros sionistas, aunque conozco algún asentamiento actual cerca de Hebrón que no desmerece de aquéllos, ni siquiera en la ideología de sus moradores. Desde luego, la urbanización abertzale mencionada no era una unidad productiva. Tampoco tenía ikastola propia.
 Lander decidió controlar la más próxima, y ésa resultó ser la de Sopelana. Fundada años atrás por un cura, Nikola Tellería (preso, a la sazón, en la cárcel concordataria de Zamora), llevaba varios años funcionando como parvulario, en condiciones de semiclandestinidad más o menos tolerada, según la coyuntura, en unos locales de la parroquia.
 Lander Gallastegui desembarcó en ella con grandes proyectos bajo el brazo. Aliado con un constructor local y con el director de la sucursal de una Caja de Ahorros, animó a los padres de los alumnos a suscribir créditos para la rehabilitación del edificio de una antigua quesería, a cosa de un kilómetro del pueblo. Allí estaba ya instalada la ikastola cuando yo llegué y allí debe de seguir todavía."          (JON JUARISTI, ABC, 12/07/2002)

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