"Hace 300 AÑOS, en abril de 1713, se acordaba la Paz de Utrecht. Hubo
alegría en la mayor parte de Europa, después de diez años de guerra y
decenas de miles de muertos. Para celebrar la ocasión, en Londres, el
compositor británico Handel compuso un resonante Utrecht Te Deum.
Entre
los españoles fue uno de los tratados más odiados de todos los tiempos,
porque desmanteló su imperio y condenó al país a ser un jugador menor
entre las potencias europeas. Se sigue recordando el Tratado por una
razón principal: porque privó a España de Gibraltar.
Hoy, vale la pena
mirar otro aspecto del tratado, el así llamado caso de los catalanes.
Gibraltar tal vez siempre sea británico, pero ¿será Cataluña siempre
española? Fue una de las cuestiones que los diplomáticos en Utrecht
pensaban que habían resuelto, pero lamentablemente todavía es un tema
vivo hoy, 300 años más tarde.
La conmemoración de Utrecht este año ya ha dado lugar a una
distorsión sistemática de la Historia por aquéllos que tienen motivos
para distorsionarla. Decenas de páginas web se han dedicado a reescribir
los hechos con el fin de engañar a un público que no sabe Historia.
¿Cuál es el propósito de toda esta actividad? El presidente de la
Generalitat, Jordi Pujol, propuso en 2002:
«Si España reclama la
recuperación de Gibraltar, Cataluña reclama la recuperación de la
cosoberanía o soberanía compartida» que se daba antes del Tratado de
Utrecht: «Si se dice que hay que revisar lo de Gibraltar, nosotros
también podemos pedir que se revise lo de Cataluña».
Por supuesto, no podemos jugar el juego absurdo de abrogar antiguos
tratados internacionales. En 1713, los británicos intentaban proteger a
sus aliados catalanes exigiendo que el rey de España respetara la
soberanía de la Cataluña rebelde. Recordemos que no hubo ninguna teoría
de absolutismo inspirando al rey.
En 1707, Berwick ya había criticado la
imprudencia de abolir los fueros, y siempre se oponía (lo dice en sus
Memorias). También Luis XIV aconsejó al rey que tratara a los catalanes
con clemencia, que consiguiera términos razonables de capitulación, y
conservara las leyes municipales y las instituciones de Cataluña.
«Creo
es de vuestro interés», escribía, «moderar la severidad que queréis usar
con sus habitantes, pues aun cuando sean vuestros súbditos debéis
tratarlos como a padre y corregirlos sin perderlos».
Pero el rey y algunos de sus consejeros creyeron que la rebelión
tenía un precio. Aragón y Valencia ya habían pagado el precio de la
rebelión, y a los catalanes no les podía sorprender que serían
castigados por incumplir su juramento de lealtad a Felipe V.
Los
británicos sabían cómo iban las intenciones de España, pero el nuevo
gobierno en Londres no vio más alternativa que abandonar a los
catalanes, ya que quería poner fin a la sangrienta guerra.
Los catalanes
continúan viendo tal decisión como una traición. Eso es cierto. Pero la
traición no la cometió el nuevo gobierno británico, que no había hecho
ninguna promesa de apoyar la rebelión. El desaparecido Ernest Lluch me
recordaba, poco antes de su asesinato, que Gran Bretaña «tiene todavía
una deuda pendiente con Cataluña».
Pero la deuda, de hecho, era
únicamente del Partido Whig, cuyos banqueros eran los más beneficiados
por la guerra y apoyaban la causa catalana como excusa para continuarla.
El argumento lo esgrimió con fuerza el escritor Jonathan Swift en su
famosa publicación La conducta de los aliados (1711), en la que
denunciaba a los aprovechados que salían ganando con la guerra:
«Adinerados hombres cuya cosecha perpetua es la guerra, y cuyo negocio
verán descender en mucho con una paz». También exponía la carga
intolerable que representaba apoyar a los rebeldes en Cataluña, donde el
reclutamiento y costos navales eran sufragados exclusivamente por los
británicos. (...)
La búsqueda de la paz, en otras palabras, no tenía nada que ver con
la «causa de los catalanes» y había sido decidida años antes del asedio
de Barcelona. Los británicos no tenían ninguna «deuda pendiente».
De hecho, el artículo 13 del Tratado de Utrecht dejaba claro que al
rey de España se le pedía tratar a los rebeldes con clemencia. Era lo
mínimo que podían pedir los negociadores británicos. Obviamente, no
había manera de imponer tal demanda al hostil gobierno español, que
mediante el mismo tratado se le acababa de privar de una buena parte de
su territorio imperial.
Había la posibilidad de una rendición negociada,
como Berwick esperaba; pero Rafael Casanova y el grupo en Barcelona que
le apoyaba se había negado a negociar, lo que obligó al general
Villarroel a dimitir de su mando militar. La decisión de Casanova fue un
acto deliberado de suicidio. (...)
Los catalanes, libre y felizmente, aceptaron a Felipe V como rey. En
octubre de 1701, las Cortes de Cataluña, presididas por el rey, se
reunieron en el monasterio de San Francisco. En una atmósfera de
exquisita moderación, el rey accedió a buena parte de las peticiones de
las Cortes y concedió varios privilegios de nobleza para miembros de la
élite catalana.
En agradecimiento, las Cortes le obsequiaron con una
bonita suma de dinero para las necesidades reales. Fue, con seguridad,
una de las reuniones de Cortes en Barcelona con más éxito.
El brazo real
informaba que el rey les había otorgado «tan singulars gràcias i
prerrogativas quals en pocas Corts se hauran concedit», y un posterior
oponente del régimen de Felipe V, Feliu de la Penya, admitía que la
sesión había resultado en «las constituciones más favorables que había
conseguido la provincia».
Cataluña, en suma, era un territorio libre y semisoberano de España.
Esa soberanía sólo fue perturbada cuando un grupo de catalanes hizo una
alianza con el gobierno británico y maquinó entregar Barcelona a la
marina británica.
Cataluña, en 1701 y 1713, era ya una parte de España,
como los catalanes reconocieron en diversas publicaciones que divulgaron
durante la guerra, de modo que resulta claramente ingenuo que
cualquiera, hoy en día, sugiera que no fue así y que si el Tratado de
Utrecht fuese rescindido, ahora Cataluña automáticamente sería libre.
Eso no es sólo una fantasía, también es mala historia. El Tratado de
Utrecht fue muy malo para la España imperial, pero de ninguna manera
afectó el estatus jurídico de Cataluña." (HENRY KAMEN, Historiador Británico, EL MUNDO 01/04/13, en Fundación para la Libertad)
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