"No les voy a obligar a nada. Lo importante es que sean felices", dice la baronesa, que insiste en la necesidad de reventar el mito de la homogeneidad musulmana. "La gran verdad, y es absurdo que estemos obligados a decirlo -es lo que nos hizo el 11 de septiembre-, es que hay tanta variedad individual entre nosotros como con todo el mundo. Yo no digo que todos los adolescentes ingleses son unos gorditos borrachos, pues que tampoco nos encasillen a nosotros".
El comentario parece delatar un leve resentimiento hacia su país adoptivo. "¡No! Para nada. Mire, aunque nací en otro país, me siento muy británica, y muy orgullosa de serlo", dice. Pero no siempre fue así. Recuerda lo que llama "el puro y brutal racismo" cuando llegó a principios de los setenta. "Nos escupían en la calle y la policía no hacía nada". Pero en 30 años todo ha cambiado de forma drástica. "No viviría en ningún otro país. Lo que se vive hoy es mejor que la famosa 'tolerancia' de la que tanto se habla; hay un respeto mutuo basado en una igualdad frente a la ley que no he visto en ningún otro país".
Cree que, en parte, gracias al "trabajo de hormiga" que ha hecho gente como ella misma, actuando como puente entre la comunidad y las autoridades. "He trabajado durante años 18 horas al día, muchas veces con víctimas de violencia doméstica, judías y cristianas tanto como musulmanas. Con cinco hijos ha sido duro". (El País, ed. Galicia, Última, 29/10/2008)
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