“El catenaccio mítico fue inventado por una sola persona. Se llamaba Gianni Brera, vivió entre 1919 y 1992 y fue el mejor periodista deportivo italiano del siglo XX. Era un tipo brillante, atrabiliario, amante de la polémica y decidido a hacerse escuchar. Examinemos ahora las circunstancias en que Brera inventó (alguien tenía que hacerlo) las leyendas fundacionales del calcio. (…)
Terminada la contienda, Italia se había hundido en la miseria… ¿Qué hizo Brera? Desarrollar en sus crónicas la teoría de que el calcio debía adaptarse, como antes de la guerra, a las características nacionales. Tales características no existían, pero Brera echó mano de sus prejuicios de campesino lombardo: los italianos eran, proclamó, un pueblo de canijos mal alimentados, incapaces de competir de igual a igual con los chicarrones del norte. Era necesario, por tanto, aprovechar sus virtudes (astucia, realismo, capacidad de adaptación) y crear un sistema de juego más o menos parecido al yudo: que ataquen ellos, y nosotros encontraremos su punto débil. La aparición del catenaccio, inventado en Suiza por un austríaco, coincidió con la campaña de Brera. La teoría racial del campesino canijo y astuto se ensambló enseguida con el sistema del cerrojo. (…)
Manuel Vázquez Montalbán, en el vacío teórico de la pretransición política, utilizó su inmenso talento para establecer los dos mitos fundacionales de
Puestos a filosofar ¿No sería el “esteticismo cruyffista barcelonés” el “hecho diferencial deportivo catalán”, opuesto a la “furia española” de los futbolistas campesinos franquistas (bajitos, con hambre y sin técnica), cuyo único recurso era el ataque suicida del “a mí, que los arrollo”, para marcar algún gol?
Y ¿El hecho de haber ganado
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