1/8/08

Victoria Camps argumenta y ¡No insulta! ... ya son dos, entre...

“No hay nada que objetar, de entrada, a la afirmación inicial de que la lengua común del Estado es el castellano, el cual convive en una relación ciertamente "asimétrica" con las otras lenguas españolas oficiales. Dicha asimetría no es en modo alguno "injusta": es una realidad sin más, de acuerdo. Ahora bien, la Constitución proclama la cooficialidad de las distintas lenguas y la necesidad de que sean objeto de un "especial respeto y protección". Decidir hasta dónde deben llegar tal protección y respeto es la cuestión no resuelta ni en el interior de los respectivos territorios ni desde el Estado. No hemos acertado aún a combinar bien los dos requisitos enunciados por el filósofo William Kymlicka para satisfacer ciertos anhelos identitarios sin menoscabar al mismo tiempo las libertades individuales. A saber, a la "protección externa" que precisa una lengua minoritaria hay que añadir ciertas "restricciones internas" en el propio territorio, con el fin de impedir que se ejerza una dominación desmesurada e inaceptable sobre los ciudadanos. (…)

Plantear el problema lingüístico educativo en términos de derechos no es pertinente -como escribía, en este mismo periódico, con razón, Ignacio Sánchez-Cuenca-. Pues si es indiscutible que los derechos son de las personas y no de las lenguas o de los territorios, el derecho a la educación es quizá el único que a su vez impone ciertas obligaciones a sus sujetos. Impone la obligación de aceptar unos programas comunes y homogéneos. Los Estados deciden qué hay que aprender y cuál es la lengua en que hay que hacerlo. Sería absurdo en un país cada vez más poblado de inmigrantes reclamar el derecho de cada individuo a ser educado en su propia lengua porque es la materna.”

(nota: Se habla de Cataluña, dónde todos los profesores conocen perfectamente el español y el catalán. Y de los hijos de clase trabajadora que tengan por lengua materna el castellano, sean gallegos o sudamericanos. Tienen derecho a aprender en su lengua materna, porque es cooficial, y hablada por sus profesores. La libertad de cátedra del enseñante y el derecho a aprender en su lengua materna son perfectamente compatibles. Otra cosa es el caso vasco. O el de un niño árabe o rumano. Éstos últimos no tienen profesores. Su derecho es imposible de satisfacer)

“La lengua catalana es, hoy por hoy, la lengua de la clase dominante, la que da prestigio social (como lo fue el castellano durante el franquismo), cuando menos a ciertos niveles. Los primeros que optarían en Cataluña por la escuela catalana serían los padres castellanohablantes, por lo que representa de ascenso social para sus hijos. (…)

En cambio, los padres que viven en un entorno exclusivamente catalán quizá bendecirían esa tercera hora de castellano tan denostada por algunos políticos y medios de comunicación cercanos al nacionalismo. Y a ninguno parecería mal un mejor equilibrio de las dos lenguas. Por ello, sería conveniente flexibilizar el modelo, contrastarlo con una realidad que está lejos de ajustarse al ideal previsto, y no dejar de adaptarlo a las nuevas situaciones. Pero flexibilizar el modelo no es lo mismo que atender a los supuestos derechos de cada individuo que esté en desacuerdo con el modelo educativo. Ninguna sociedad con educación pública podría funcionar así.”

(nota: Podría funcionar perfectamente si en clase el profesor se expresa en los dos idiomas cooficiales. En las clases de institutos de suburbios, con una mayoría clara de castellanofalantes, se utilizaría más el castellano, sin olvidar a la minoría catalanofalante, a los que se dirigiría en catalán. Pasando el profesor de un idioma al otro, porque conoce los dos, todos sus alumnos se familiarizarían en los dos idiomas. Sin doble línea escolar, sin inmersión lingüística en catalán. El derecho a aprender en su lengua materna se puede, y se debe, cumplir por la administración catalana, porque es perfectamente posible hacerlo)

AHORA BIEN, SUCEDE QUE …

El gran problema de los nacionalismos sin Estado es que su objetivo último es llegar a tenerlo. Y mientras ello no ocurre, la tendencia de los políticos nacionalistas, sea cual sea el partido al que pertenezcan, es actuar "como si" tuvieran un Estado propio, lo que da lugar a políticas, en el peor de los casos, no del todo legítimas y por lo general inútiles porque están destinadas al fracaso. Son políticas que vislumbran el ideal de una nación monolingüe, que nunca se ha correspondido con la Cataluña real ni llegará a hacerlo. (…)

Con la excusa, teóricamente justa, de que el catalán necesita una protección constante y sostenida, se realiza una discriminación positiva que no todo el mundo acepta ni siempre es democráticamente intachable. Así, en el día a día, nadie tiene problemas para comunicarse en la lengua que prefiere, pero la documentación que procede de la Administración pública es siempre monolingüe. (…)

No hay problemas de convivencia en Cataluña, se ha repetido hasta la saciedad. Los hay para quienes se empeñan en vivir sólo en una de las dos lenguas, los que se niegan a aceptar que nuestro hecho diferencial es el bilingüismo. Cataluña no es Francia ni Alemania. No vale para Cataluña el argumento de que quien quiere vivir en Francia debe aprender francés y dejar su lengua de origen para la esfera privada. Aquí, mientras tengamos dos lenguas oficiales, ambas deben convivir no sólo en el ámbito privado, donde lo han hecho siempre, sino también en la esfera pública. Y hay una cierta resistencia a que así sea, un espejismo que impide ver la realidad tal como es. Pero el espejismo es exclusivamente político, no cultural.” (VICTORIA CAMPS Y ANNA ESTANY: Identidad y realidad. El País, ed. Galicia, 29/07/2008, p. 27)

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