“Mi lengua es el castellano. En ella aprendí a expresarme, a través de ella me formé y en torno a ella he establecido mis principales relaciones de convivencia. Pero, dicho esto, no puedo dejar de añadir que, respecto de aquella otra que llaman 'propia' de mi país, mantengo dos sentimientos tan arraigados que nunca he podido -ni querido, me temo- erradicar.
El primero es de añoranza. El segundo, de culpa nunca del todo expiada. Trataré de explicarme.
La añoranza es en este caso, por paradójico que suene, de algo que, aunque nunca poseído, siempre he sentido que debería haberme pertenecido. Por ello, mi desconocimiento, o escaso conocimiento, del euskera lo he vivido desde muy joven como una carencia. Hecho de menos 'mi' lengua, como de menos se echa lo que, sin haberlo tenido nunca, se considera propio. Nada tiene que ver esta añoranza con la funcionalidad. Con la carencia del euskera he podido desenvolverme en todos los ámbitos de mi vida. Nadie la ha usado nunca en mi contra para ponerme trabas en la realización de mis aspiraciones. Se trata de una carencia puramente personal e íntima, aunque también, sin duda, relacional. Me hace sentir discapacitado en un entorno de gente más capacitada. Y no me ha permitido además acceder a todo un mundo -de significados, de relaciones y de amistades- que habita en el mismo mundo en que yo también habito.
A la añoranza se añade la culpa. Mi desconocimiento del euskera no ha sido inocente. No porque, pudiendo haberlo hecho, no lo haya superado, sino porque, por culpa de él, he violentado a quienes conmigo han convivido y conviven. En mi entorno familiar, laboral y social he arrastrado a mis interlocutores a renunciar a la suya propia por relacionarse conmigo en la lengua que a todos nos es común. Nunca nadie me lo ha echado en cara. Por el contrario, cada vez que, único monolíngüe erdeldun, me he encontrado en un ambiente de euskaldunes -en la familia, en el trabajo o en la relación social-, todo el mundo se ha mostrado comprensivo y ha accedido a ponerse en mi terreno. Yo, por mi parte, más que agradecido, me he sentido culpable, y nunca he podido librarme de la sensación de haber violentado derechos ajenos.
Declaradas estas vivencias personales, mi posición ante el 'Manifiesto por la lengua común' no necesita explicitarse. Quienes lo han redactado o apoyan no parten ciertamente de las mismas vivencias que yo he tenido respecto de la lengua propia de mi país. Ni sienten por ella mi misma añoranza ni, mucho menos, se consideran culpables por su desconocimiento. De indiferencia y de inocencia parecen, más bien, sus sentimientos al respecto. Por eso, pueden denunciar la que creen conculcación de los derechos de unos, sin levantar la voz en favor de los de otros que son también violentados.
Quizá sea que no son sólo los derechos individuales los que en este manifiesto están en juego. Por mucho que en ellos se insista, subrayando, con razón, que son de las personas, y no de las lenguas ni de los territorios, el hecho es que el título que se ha dado al documento -«por la lengua común»- resulta indicativo de la intención, al menos colateral, de sus promotores. Es el habla, además de los hablantes, lo que les ocupa.” (JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA: Lo propio y lo común. El Correo, 13.07.08)
Se siente culpable por no hablar vasco. Pues que lo aprenda. Y si no quiere dedicarle tiempo y esfuerzo ¡Pues qué quiere que le diga! Que está en su derecho a no dedicárselo… y a sentir complejo de culpa por ello, también… por vagancia, o porque es muy difícil.
Un maketo tiene el mismo derecho a no aprender vasco, y por los mismos motivos ¿Porqué va a aprenderlo? ¿Para sentir la nostalgia y la culpabilidad? ¿La justificación de la inmersión lingüística es la mala conciencia de los señoritos que no aprendieron vasco (como todos, como Ibarretxe), porque era la lengua de los campesinos, y además, muy difícil? ¿Porque tienen que purgar sus penas los demás?
“¿Se puede sentir añoranza de lo que nunca se tuvo? Iñaki Viar y Jon Juaristi escribieron hace casi 20 años un artículo en el diario El País, bajo el título El nacionalismo vasco, entre el duelo y la melancolía, idea que Juaristi desarrolló posteriormente con fortuna en El bucle melancólico. A partir de los conceptos freudianos en torno al sentimiento por la pérdida del objeto amado, los autores planteaban exactamente esta cuestión: duelo y melancolía por la pérdida de algo que no se ha tenido nunca.” (Fuente: El blog de Santiago González: Gestas melancólicas, 16 de julio de 2008)
“Estatutaria e históricamente, el gallego, el catalán y el euskera son las lenguas propias de sus comunidades. El castellano, en cambio, es la lengua común -por conocida por todos que no por propia aunque sí por apreciada- con el resto del Estado, y la cooficial en nuestras comunidades. Asimismo frente a la idea de que el castellano también «es la común dentro de esa comunidad», hay que decir que es una lengua cooficial, más apropiada que propia, y que se debe aspirar a que sean comunes a nuestras ciudadanías tanto la lengua propia como la cooficial. Se trata de disponer del derecho colectivo a conocer bien la propia (y la otra) lengua para que cada cual pueda ser realmente libre de usar la que quiera, cuando quiera, y según las situaciones.” (RAMÓN ZALLO: El derecho a conocer la propia lengua. El Correo digital)
¿Y no puede el hijo de un trabajador usar ese “derecho colectivo” para, primero, aprender en la escuela en su lengua materna (en la suya “propia”, pero “apropiada” para los euskaldúnes ) y después dedicarse a la “propia” de los demás, que no la suya? Si quiere
¿Podemos desconocer la lengua que nos es propia? Sí, en la medida que sólo somos capaces de expresarnos con fluidez y solvencia en la lengua que consideramos 'extraña'. El jefe del autor, sin ir más lejos, se pasó los primeros 41 años de su vida expresándose en una lengua extraña, el castellano. Fue en 1998, cuando su partido lo designó como candidato a lehendakari, cuando empezó a aprender su lengua propia, que es, naturalmente, el euskera.” (Fuente: El blog de Santiago González: Gestas melancólicas, 16 de julio de 2008)
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