28/12/07

Los muertos no eran víctimas, eran gallegos

“Las víctimas del terrorismo no han existido durante años. No han existido como seres humanos ni han tenido un reconocimiento político por parte de la sociedad vasca. Tampoco han sido valoradas como merecían en el resto de España.

En los primeros años de democracia, la banda terrorista ETA asesinaba de forma regular a guardias civiles, policías, militares, personas que habían tenido alguna relación con la dictadura y políticos de UCD. De los funerales celebrados en el País Vasco no había prácticamente noticia. Misas fugaces, familiares venidos de fuera con la humildad moldeada en la cara, pobremente vestidos casi siempre, mandos policiales a los que les quemaban los funerales, traslados urgentes para no desanimar a los supervivientes y una abrumadora indiferencia entre la población, absorta en su rutina y en su mayoría carente de empatía o celebrando, demasiados, la muerte ajena. En cuanto a los actos fúnebres realizados en Madrid, eran capitalizados por la extrema derecha, que reclamaba delante de los féretros el golpe de Estado. (…)

Nunca se hablará lo suficiente de las brutales imágenes de la muerte, de las desgarradoras escenas de los funerales solitarios, de la alegría de buena parte de la población vasca que, por ejemplo, cuando se asesinaba a tres guardias civiles y se hería a dos soltaba "Tres goles y dos postes". O que ironizaba sobre los juegos malabares que podía hacer Irene Villa en su silla de ruedas, o jaleaba en plenas fiestas del pueblo de turno el nombre de la última víctima reclamando nuevos muertos a la banda. Lo mismo se gritaba por la calle "ETA, mátalos", que se llamaba por teléfono a la viuda para pedirle que devolviera la bala que acababa de asesinar a su marido o se declaraba hijo predilecto del pueblo al criminal.

Tuvieron que pasar muchos años, correr mucha sangre y mucho sufrimiento para que la situación cambiara. (…)

El relato periodístico de los atentados parecía sufrir entonces un cierto contagio del discurso criminal. La "acción" "transcurría en segundos"; "los activistas" huían en una "potente moto"; eran casi siempre "jóvenes" y no como los guardias civiles, que eran guardias, sólo guardias, o números, aunque tuvieran 23 años. Los asesinados eran, sobre todo, extremeños, gallegos, leoneses, como si aquellos lugares fueran exóticos, remotos y merecedores de muerte los allí nacidos. (…)

El cenit de ese reconocimiento a las víctimas se alcanza con el secuestro, tortura y asesinato del joven Miguel Ángel Blanco. El mecanismo de identificación con aquella víctima por parte de una inmensa mayoría de ciudadanos se establece de manera automática: es joven, no es ni policía ni militar, no responde al perfil de un político profesional; es humilde, con novia joven que sale a la calle a pedir su libertad... Todo el mundo puede tener un hijo, un amigo o un vecino como Miguel Ángel Blanco. Ya nadie dice: algo habrá hecho. Aquellas 48 horas movilizan a gente que se estrena en la lucha contra ETA. A partir de ese momento queda fijada la idea de las víctimas como seres humanos y como símbolos de la democracia.” (JOSÉ MARÍA CALLEJA: La manipulación de las víctimas de ETA. El País, ed. Galicia, Opinión, 27/12/2007, pp. 35)

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