"(...) no habría que perder de vista que las tendencias de la globalización que
actúan sobre la sociedad catalana – y explican en gran medida la deriva
de estos años – lo hacen también sobre la sociedad española. No hay una
Catalunya agitada por las pulsiones mundiales frente a una España
inmóvil y aferrada al pasado.
Las tendencias centralizadoras y las
lecturas restrictivas de la Constitución – que han impulsado en
particular los gobiernos de PP – expresan igualmente el influjo de la
globalización. Madrid, entendida como un potente entramado de élites
económicas y políticas, constituye un potente nodo global, con la fuerza
de atracción que confiere la capitalidad de un Estado. Puede que su
retórica contra el procés se nos antoje rancia – del mismo modo
que el relato independentista parece impregnado de romanticismo. Pero,
en realidad, estamos ante un enfrentamiento de intereses y futuras
ubicaciones en disputa muy actual… por no decir posmoderno.
(...) no acaba de explicar por qué el independentismo escogió precisamente el
que escogió. Y por qué, sólo a través de ese camino, ha conseguido
convertirse en un movimiento de masas capaz de desafiar al Estado e
incluso ponerlo en crisis. No fue un error de diseño que la República
esbozada por las leyes de desconexión fuese un régimen autoritario. Ni
tampoco que quienes trataban de pensar su viabilidad como Estado lo
entreviesen como un paraíso fiscal.
En una sociedad mestiza como la
catalana, la afirmación de un demos incapaz de coexistir con España
conlleva la exclusión de otras identidades. Y la supervivencia de un
pequeño Estado de nuevo cuño, dejado de la mano de Europa, de llegar a
emerger, no podría mantener su carácter de democracia social.
(...) a pesar de no caer en ningún momento en la pretensión de que el
independentismo pudiera representar al conjunto de la sociedad catalana,
es perceptible en Bayona una cierta consideración de “la otra Catalunya” como algo inerte y pasivo. Reconoce la fractura social, pero tiende a ver a esa otra mitad del país como la que aún no han sabido convencer los independentistas – al fin y al cabo, los únicos que tienen un proyecto político. El problema no es que el procés no la convenciera, sino que la expulsó de la catalanidad.
En ese sentido, no deja de ser curioso que Bayona
se refiera a la tradición catalanista como una derivada del
nacionalismo moderado, soslayando un hecho histórico: el catalanismo
moderno – voluntad de recuperación de una lengua y una cultura
maltrechas, de integración de la diversidad de orígenes e identidades
que conviven en la sociedad catalana y de compromiso democrático con
España – existió y triunfó gracias a la izquierda, a la determinación de
socialistas y comunistas. (...)
Desde la cultura federal añadiríamos, sin embargo, algo que la pandemia
ha puesto de relieve y que se revelará más cierto aún ante los estragos
sociales y económicos que deja a su paso: la imprescindible cooperación
institucional a todos los niveles, no sólo no disminuye al autogobierno,
sino que le confiere su verdadero potencial de actuación en la
proximidad. Nosotros diríamos que, si bien no hay mayorías para una
reforma federal de la Constitución, sí es posible y necesario avanzar en
la cultura y las prácticas federales.
No sé si Antoni Bayona estaría del todo de acuerdo.
Evocando su estancia en Canadá, dice haber quedado maravillado por los
federalistas que deseaban mantener unido un Estado plurinacional.
Esperemos que no sea víctima de ese frecuente espejismo que consiste en
ver con buenos ojos a los lejanos representantes de una corriente de
pensamiento y considerar que, por el contrario, su expresión autóctona
resulta insufrible. Admitamos que nuestro federalismo tiene un semblante
un tanto rústico. Nos han dado muchos palos y eso endurece la piel.
Pero, si alguien ha de sentarse a discutir fraternalmente con gente como
Antoni Bayona, será muy probablemente un federalista." (Lluís Rabell, blog, 10/07/20)
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