"Henri Kamen se siente una mezcla de civilizaciones.
“Nací en Oriente (en la antigua Birmania), me formé en Reino Unido y
vivo en España”, resume el historiador de 83 años en un perfecto
español, con acento británico y deje catalán, al preguntarle de dónde
es. Los orígenes de un país
también son siempre una mezcla mucho más compleja de lo que reflejan
sus mitos.
Sobre esta idea Kamen acaba de publicar, 'La invención de
España' (Espasa, 2020), libro en el que trata de separar cuánto hay de
ficción y cuánto de realidad en la historia de este país,
que lleva más de medio siglo estudiando. Una gran parte de lo que los
libros de texto nos han enseñado a los españoles como hechos históricos
son leyendas imposibles de verificar. (...)
“No hay ninguna evidencia histórica de que los reyes godos existieran. Para empezar, ni siquiera el titulo de rey existía en aquella época”, sentencia el hispanista (...)
PREGUNTA. ¿Es la lista de reyes godos un invento?
RESPUESTA.
A finales del siglo XIX, cuando se empieza a instituir el sistema de
enseñanza obligatoria en los colegios, se llegó a un acuerdo sobre de
qué materias había que educar a los niños. Lo más fácil era memorizar
reyes y presidentes, y ahí se optó por simplificar muchos capítulos de
la historia de España, a menudo con criterios políticos.
En su
libro cita a Ramiro de Maeztu, ensayista de la Generación del 98, que
dejó escrito que “España comienza a ser al convertirse Recaredo en la
religión católica”, una idea que se popularizó en la España franquista.
Según Kamen, la falta de documentación para estudiar a los visigodos, a
quienes Franco alababa por su “amor nacional a la ley y el orden”,
permitió crear la ilusión de una unidad y continuidad histórica “de la que no hay constancia alguna”.
Kamen también desmiente en su libro que haya certeza histórica de
batallas heroicas como la de Clavijo, la figura de Santiago 'matamoros'.
Analiza también la España de los conquistadores, el papel de los
piratas del Caribe y hasta el papel de Gibraltar en el nacionalismo español.
Todos estos episodios, algunos más ficticios que otros, juegan un papel
importante en lo que el historiador llama la invención de España.
“Los
mitos fortalecen las identidades”, explica, pero reclama la importancia
de separar la realidad (lo que “aparentemente” sucedió), del mito (lo
que “debería haber sucedido”). Ciertas o no, opina que todas estas leyendas son importantes para entender la historia de un país:
"Tienen un papel en la forma en que elegimos construir, es decir,
inventar, el pasado”. Su libro es un recorrido por la historia española a
través de los intereses políticos de quienes fomentan una u otra
versión de los hechos en cada momento.
P. ¿Es entonces la historia de España una sucesión de 'fake news'?
R.
Sí. Podríamos decir que la historia de España así contada es una
sucesión de 'fake news', pero toda historia de un país lo es en cierto
modo, porque es una reconstrucción interesada. Cuando existe un
currículo obligatorio, hay que idear una cosa concreta. No se les puede
dar a los niños tres o cuatro teorías de cada episodio. Se simplifica y
enseña de modo tan exagerado que puede resultar falso. La enseñanza
basada en grandes protagonistas y unas cuantas gestas heroicas
necesariamente implica una distorsión de la realidad.
P. Muchos de estos mitos nacen de un interés político que va
cambiando según la época. Una de las construcciones políticas que más
han calado en el imaginario colectivo español, según cuenta en su libro,
es la idea del crisol medieval de las tres culturas. ¿También es falso?
R.
Efectivamente, a lo largo de la historia, los políticos adaptan la
historia con fines políticos. Fomentar el mito de la España medieval de
las tres culturas como una época pacífica e idealizada es una leyenda
que sale de la boca de los políticos españoles del siglo XIX y XX.
Querían proyectar una imagen del país de que aquí albergábamos no solo
una cultura como ingleses y franceses, sino tres: la cristiana, la judía
y la musulmana.
Los liberales del siglo XIX querían identificar en esos
valores de la convivencia su idea de España y trataron de crear una
imagen de una España posible contra los franceses y al absolutismo de
Fernando VII. Querían transmitir que hubo una vez una España donde la
tranquilidad y coexistencia de gente muy diferente eran posibles.
Kamen atribuye al historiador novecentista Américo Castro (1885-1972)
el desarrollo de esa imagen ficticia de un Al-Ándalus dichoso y
pacífico con la implantación del concepto de 'convivencia'. Sin embargo,
esa visión, heredera del romanticismo, sostiene, “lo que trata es de
ocultar los problemas reales de la época medieval, porque no se encuentra evidencia alguna de que esa coexistencia fuera pacífica”.
Y
añade: “Hay más documentación de las crueldades que las tres culturas
cometieron entre sí que de la idealizada armonía”, y la describe como
una época muy sangrienta en la que hubo decapitaciones masivas, tanto de
cristianos como de musulmanes, muchas crucifixiones “y los judíos fueron perseguidos por todos los regímenes, tanto visigodos como árabes.
Podía haber episodios de convivencia a nivel popular, pero muy
limitada. La vida normal de los árabes era la misma que tenían los
cristianos. Trabajaban en los campos, eran vecinos… En ese sentido de la
vida del pueblo sí que había convivencia, pero nada más”.
Un
ejemplo mucho más reciente de la tentación de los políticos de
reescribir la historia con fines políticos, según Kamen, lo tenemos en
la invención que hizo el presidente Rodríguez Zapatero, hace una década, de la Alianza de Civilizaciones:
“Es un mito reciente que él mismo inventa”, afirma este historiador,
que trabajó 12 años en el CSIC antes de jubilarse. “Zapatero piensa en
una coalición de las culturas cristianas y musulmanes como respuesta a
la agresión de Al Qaeda y otros movimientos violentos de nuestra época,
pero fue tratar de crear un mito de convivencia que no funcionó”.
Don Pelayo es una ficción
A la derecha política, este hispanista también le atribuye una instrumentalización de la historia,
centrada sobre todo “en la invención de una España que habría existido
desde siempre con la cristiandad como eje vertebrador”. Pero igual que
no encuentra Kamen evidencias de que los numantinos resistieran
heroicamente el asalto de los romanos, tampoco de que lo hiciera la
ciudad de Sagunto, no halla tampoco evidencias de que Don Pelayo existiera. Cuenta que es a finales del siglo XIX y principios del XX cuando aquellas batallas legendarias “se empiezan a convertir en episodios heroicos de la patria”.
Ocurre
con todos los mitos fundacionales. “Don Pelayo es, en esencia, una
ficción, porque no hay forma de documentar ni su existencia ni sus
hazañas”, apunta Kamen sobre el héroe asturiano (o visigodo o cántabro,
según qué crónicas se consulten). Muchas de las crónicas disponibles
sobre el supuesto inicio de la Reconquista en las que se sustenta el
mito están escritas varios siglos después de los hechos. “No hay
documentación fiable de aquella época ni evidencia de que sucediera. No podemos saber si Pelayo existió o no”.
Kamen, sin embargo, se reconoce “gratamente sorprendido por la honestidad de la Oficina de Turismo de Asturias,
porque en su página web reconoce que no disponen de ningún dato
comprobable de Pelayo ni de su relación con la supuesta batalla de
Covadonga, y esa honestidad histórica no es habitual en la utilización
que hacen de la historia muchas otras instituciones públicas”.
En
la cueva de Covadonga, según la leyenda, los rebeldes a las órdenes de
Don Pelayo hace 1.300 años fueron inicialmente derrotados por los
musulmanes y se refugiaron hasta que se les apareció la Virgen María, lo que les ayudó a ganar la batalla.
Cuenta que no hay ninguna evidencia ni siquiera de la batalla de
Covadonga. “Aunque tampoco se puede descartar que hubiera algún
incidente militar, pero no está documentado con fiabilidad”, insiste el
hispanista, que apunta a que quienes primero promovieron la leyenda de Don Pelayo
fueran los cronistas a las órdenes del rey de León Alfonso III, que
quiso liderar un siglo después la lucha contra los musulmanes.
De lo que
no le cabe duda histórica es de que los símbolos que hoy podemos
visitar los turistas “son exclusivamente producto de la imaginación y la
inversión de los católicos del siglo XIX”. Fue en 1941, el año que
regresó a España la Dama de Elche del Louvre, cuando se instaló en el
santuario asturiano una imagen de Nuestra Señora de Covadonga y Franco dio pleno apoyo a la leyenda de Pelayo. (...)
P. ¿Es España una de las naciones más antiguas de Europa?
R. No, eso es una actitud subrayada por la derecha española. Insisten en una España política que existió antes de todos los tiempos. Es una visión absurda. También hay una exageración de la idea de una España que exista desde la Reconquista. Eso es falsificar el pasado. La idea misma de Reconquista evoca que había una unidad previa a los siete siglos que estuvo el islam en la península Ibérica. Y no existía tan cosa. Ni siquiera en el siglo XVIII existe todavía una administración central. España como tal nace a principios del siglo XIX, tras la Guerra de la Independencia.
P. ¿Qué papel tiene el cristianismo en la identidad española? En su libro, sostiene que España no es tan católica como se ha contado.
R. El papel del cristianismo en España depende de cómo se interpreta. Hay que diferenciar la espiritualidad y las creencias del pueblo de la cristiandad como manifestaciones culturales de la vida pública, con la presencia de las catedrales, por ejemplo, que es un reflejo del poder institucional de la Iglesia. Los obispos ya se lamentaban de la falta de religiosidad del pueblo español en el siglo XVI. La Iglesia tenía mucho poder, pero no dirigía la creencia íntima de los españoles.
Por eso importaban misioneros jesuitas y cartujos italianos a la Península con el propósito de convertir al pueblo español a la fe católica. Hay que diferenciar esos dos niveles de la religión. Hay una España cristiana, sí, pero formalmente, a nivel político, no tanto a nivel popular. No se trata de negar que fueran cristianos, que lo eran, pero en un nivel cultural más que espiritual.
Los ataques contra la Iglesia también son parte de la historia de España. Ya los tuvimos en el siglo XIX con la desamortización y también en el siglo XX. El anticlericalismo está en todas las épocas de lo español. La hostilidad a los privilegios del clero no es nueva. España ha sido tan cristiana como anticlerical. Necesitamos contar la historia con más perspectiva para entenderla. Por eso la historia debería reflejar más la vida de la calle y la vida diaria, y no la que los políticos se inventan, porque ellos necesitan constantemente inventarse enemigos, vencedores y vencidos.
P. Cuenta en su libro que los españoles a menudo hemos preferido acercarnos a la imagen del pasado del país a través de las novelas. ¿Nos importa dónde acaba la realidad y dónde empieza la ficción?
R. Las obras de ficción también tienen ideología y, por tanto, también tergiversan el pasado. Son parte de la idea que una nación se hace de sí misma. A veces, los novelistas gustan más a los lectores que los historiadores. Y si los historiadores somos aburridos y la gente no nos lee, es nuestra culpa. Pero a veces los novelistas tienen tanto éxito que la imagen distorsionada del pasado que proyectan se queda para siempre en las mentes. Hay historiadores que admiran a Arturo Pérez-Reverte. Y eso está muy bien, pero el problema es que su imagen de las guerras de Flandes se acepta como verdad histórica y no es así. Él escribe ficción, con mucho éxito, pero ficción.
Los historiadores, sin embargo, tenemos una obligación de investigar de forma fiable lo que ha pasado, los novelistas no. Y después de las novelas de Pérez-Reverte, muchos españoles tienen la idea de que Flandes estuvo en rebelión contra España. No es cierto. Los Países Bajos tuvieron problemas con la administración del rey de España, pero no por ser rey de España, sino por ser rey de Flandes. No fue una revuelta contra los españoles, fue una rebelión contra Felipe II, porque era su rey en ese momento.
Flandes luchaba contra su propio régimen. En la Corte de Madrid había ministros que le decían al rey que Flandes tenía razón en sus reivindicaciones. Hay textos que muestran la simpatía con los rebeldes de Flandes. Eso no lo capta Pérez-Reverte. Tiene todo el derecho de no hacerlo porque él es novelista, y le deseo que tenga mucho éxito, pero la gente debe saber que no transmite una imagen histórica real.
P. Usted es un gran estudioso de la monarquía española. En su último libro, asegura que la monarquía española ha sido una institución siempre en entredicho. ¿Cree que llegará a reinar la princesa Leonor?
R. Espero que sí, que Leonor llegue a ser reina. Pienso que tener un símbolo de unidad como tienen los británicos es importante. Aunque la monarquía no tenga un papel activo en la vida política su labor es importante porque cohesiona y actúa como símbolo de las aspiraciones del pueblo, sin que este tenga que identificarse ni aceptar las doctrinas de los partidos políticos.
En Reino Unido, hay británicos sin preferencia hacia laboristas ni conservadores que creen en la monarquía. Es un símbolo poderoso y los países necesitan símbolos. Otros países no tienen estos símbolos y es una pena, porque en la monarquía veo una gran esperanza para la estabilidad del sentimiento público que trasciende los conflictos de la vida política." (Entrevista a Henri Kamen, Marta García Aller, El Confidencial, 24/02/20)
P. ¿Es España una de las naciones más antiguas de Europa?
R. No, eso es una actitud subrayada por la derecha española. Insisten en una España política que existió antes de todos los tiempos. Es una visión absurda. También hay una exageración de la idea de una España que exista desde la Reconquista. Eso es falsificar el pasado. La idea misma de Reconquista evoca que había una unidad previa a los siete siglos que estuvo el islam en la península Ibérica. Y no existía tan cosa. Ni siquiera en el siglo XVIII existe todavía una administración central. España como tal nace a principios del siglo XIX, tras la Guerra de la Independencia.
P. ¿Qué papel tiene el cristianismo en la identidad española? En su libro, sostiene que España no es tan católica como se ha contado.
R. El papel del cristianismo en España depende de cómo se interpreta. Hay que diferenciar la espiritualidad y las creencias del pueblo de la cristiandad como manifestaciones culturales de la vida pública, con la presencia de las catedrales, por ejemplo, que es un reflejo del poder institucional de la Iglesia. Los obispos ya se lamentaban de la falta de religiosidad del pueblo español en el siglo XVI. La Iglesia tenía mucho poder, pero no dirigía la creencia íntima de los españoles.
Por eso importaban misioneros jesuitas y cartujos italianos a la Península con el propósito de convertir al pueblo español a la fe católica. Hay que diferenciar esos dos niveles de la religión. Hay una España cristiana, sí, pero formalmente, a nivel político, no tanto a nivel popular. No se trata de negar que fueran cristianos, que lo eran, pero en un nivel cultural más que espiritual.
Los ataques contra la Iglesia también son parte de la historia de España. Ya los tuvimos en el siglo XIX con la desamortización y también en el siglo XX. El anticlericalismo está en todas las épocas de lo español. La hostilidad a los privilegios del clero no es nueva. España ha sido tan cristiana como anticlerical. Necesitamos contar la historia con más perspectiva para entenderla. Por eso la historia debería reflejar más la vida de la calle y la vida diaria, y no la que los políticos se inventan, porque ellos necesitan constantemente inventarse enemigos, vencedores y vencidos.
P. Cuenta en su libro que los españoles a menudo hemos preferido acercarnos a la imagen del pasado del país a través de las novelas. ¿Nos importa dónde acaba la realidad y dónde empieza la ficción?
R. Las obras de ficción también tienen ideología y, por tanto, también tergiversan el pasado. Son parte de la idea que una nación se hace de sí misma. A veces, los novelistas gustan más a los lectores que los historiadores. Y si los historiadores somos aburridos y la gente no nos lee, es nuestra culpa. Pero a veces los novelistas tienen tanto éxito que la imagen distorsionada del pasado que proyectan se queda para siempre en las mentes. Hay historiadores que admiran a Arturo Pérez-Reverte. Y eso está muy bien, pero el problema es que su imagen de las guerras de Flandes se acepta como verdad histórica y no es así. Él escribe ficción, con mucho éxito, pero ficción.
Los historiadores, sin embargo, tenemos una obligación de investigar de forma fiable lo que ha pasado, los novelistas no. Y después de las novelas de Pérez-Reverte, muchos españoles tienen la idea de que Flandes estuvo en rebelión contra España. No es cierto. Los Países Bajos tuvieron problemas con la administración del rey de España, pero no por ser rey de España, sino por ser rey de Flandes. No fue una revuelta contra los españoles, fue una rebelión contra Felipe II, porque era su rey en ese momento.
Flandes luchaba contra su propio régimen. En la Corte de Madrid había ministros que le decían al rey que Flandes tenía razón en sus reivindicaciones. Hay textos que muestran la simpatía con los rebeldes de Flandes. Eso no lo capta Pérez-Reverte. Tiene todo el derecho de no hacerlo porque él es novelista, y le deseo que tenga mucho éxito, pero la gente debe saber que no transmite una imagen histórica real.
P. Usted es un gran estudioso de la monarquía española. En su último libro, asegura que la monarquía española ha sido una institución siempre en entredicho. ¿Cree que llegará a reinar la princesa Leonor?
R. Espero que sí, que Leonor llegue a ser reina. Pienso que tener un símbolo de unidad como tienen los británicos es importante. Aunque la monarquía no tenga un papel activo en la vida política su labor es importante porque cohesiona y actúa como símbolo de las aspiraciones del pueblo, sin que este tenga que identificarse ni aceptar las doctrinas de los partidos políticos.
En Reino Unido, hay británicos sin preferencia hacia laboristas ni conservadores que creen en la monarquía. Es un símbolo poderoso y los países necesitan símbolos. Otros países no tienen estos símbolos y es una pena, porque en la monarquía veo una gran esperanza para la estabilidad del sentimiento público que trasciende los conflictos de la vida política." (Entrevista a Henri Kamen, Marta García Aller, El Confidencial, 24/02/20)
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