"Hace unos días, una víctima del terrorismo contactó con Borja Sémper a través de Twitter. Quería enviarle algo. El exportavoz del PP en el Parlamento vasco, que dejó la política el pasado enero,
le dio su dirección de correo y recibió un documento que le estremeció.
Era un informe de la Guardia Civil sobre la actividad de un comando de ETA, el Ibarla:
“febrero de 1997, explosión de coche bomba contra Bodegas y Bebidas
Savin; 22 de abril de 1997; explosión de un artefacto en el buzón
propiedad de Eduardo Iglesias y en el de Carlos Calparsoro”. En el
último párrafo explicaba cómo había intentado matarle pegándole un tiro
en la facultad donde entonces estudiaba Derecho. La persona que se lo
envió disponía de ese documento porque ese mismo comando mató a su padre cuando él tenía 12 años.
“Yo me libré porque ese día no fui a clase”, recuerda Sémper. “Ya conocía ese intento de atentado
porque en su momento me lo contó la Guardia Civil y tuve que irme de mi
casa y dormir diez días en la delegación del Gobierno en Vitoria, pero
impresiona verlo por escrito, negro sobre blanco los nombres de los que
me querían matar, gente de Irún, de mi quinta, con conocidos en
común...”.
Una de las etarras del comando Ibarla cumple ahora
condena en Francia y tiene otras causas pendientes en España. El resto
también está preso. “No siento odio hacia ellos, pero sí quiero que
respondan ante la justicia. También me gustaría un cara a cara para
preguntarles por qué querían matarme; qué creen que habría cambiado
conmigo muerto”.
Durante mucho tiempo, Sémper trató de ocultarle a sus padres la situación, con escaso éxito. “También a ellos les acosaban y les insultaban.
Y mi hermano no podía poner Sémper en la camiseta del equipo de fútbol
con el que jugaba”. Estaban las pintadas con dianas con su nombre. Luego
llegaron los escoltas. “A lo largo de mi vida he tenido más de 100. El
primero me lo puso el PP, con 19 años, después de que nos agredieran a
mi prima y a mí en las fiestas de Irún, donde entonces yo era ya
concejal. Aguanté pocos meses con el escolta, me daba vergüenza. Hasta
1997, cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco y me lo volvieron a
poner”.
Al principio eran escoltas privados, luego de la Ertzaintza y
finalmente, de la Policía Nacional. “Eran muy jóvenes, porque entonces
no había agentes suficientes para proteger a todo el mundo y la Policía
Nacional tenía que traer a gente de fuera o recién salida de la
academia. Venían conmigo a clase, a la biblioteca, a la discoteca... En
aquel Euskadi donde todo estaba invertido, éramos nosotros los que
generábamos incomodidad cuando llegábamos a un sitio, y no los que nos
querían matar. La relación con los escoltas era muy estrecha. Sabíamos
que si iban a por mí, caíamos todos”.
Los agentes de la Policía Nacional se los asignaron después de saber,
por documentos incautados a ETA, que habían intentado matarle con una
bomba en un contenedor cerca de casa. "El informe decía que desistieron
porque no veían clara la huida". El miedo iba "por rachas". “Había
momentos en los que te sentías vigilado, tenías cerca a gente que no
conocías, pero cuyas caras habías visto más veces, y nunca sabías si era
sugestión o realidad”.
Hoy ese temor ha desaparecido, como la banda, y a
Sémper le incomoda que algunos políticos sigan hablando de ETA como si la sociedad no hubiera ganado esa batalla contra el terrorismo.
Pero tiene muy presente a las víctimas que no tuvieron la misma suerte,
las que no hicieron pellas ese día, como el padre de la persona que le
hizo llegar ese informe estremecedor, imposible de olvidar." (Natalia Junquera, El País, 21/02/20)
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