"Juzgados, hospitales y empresas discriminan a los gallegohablantes. El desprecio a la cooficialidad del idioma es frecuente en algunas instituciones. (…)
Carlos Outeiro y Ana Varela, por ejemplo, se casaron en Ferrol, en 2005, con intérprete. "Nos presentamos en el juzgado con todos los papeles, pero la magistrada se negó en redondo a celebrar la boda en gallego, y me propuso aplazarla", recuerda Outeiro, que rechazó la oferta y le argumentó que se trataba de leer un texto legal, no de hacer un discurso. Al final, la jueza echó mano de un funcionario que iba traduciendo cada frase. No hay video de la boda, ni siquiera foto.Todas las instancias judiciales, desde el Ministerio al Consejo General del Poder Judicial, ampararon entonces a la responsable del juzgado número 4. Y eso que, dos años antes, una resolución unánime del Congreso recordaba al Poder Judicial que los administrados pueden usar la lengua oficial que prefieran. La medida venía a cuento de que la titular del juzgado de Muros no había admitido a trámite una demanda de divorcio por no estar escrita en castellano y además expedientó a la remitente, la abogada Isabel Castillo, por recurrir la decisión. Hoy, en el Tribunal Supremo, está pendiente de juzgar la negativa del juez decano de A Coruña, Antonio Fraga, a emitir una notificación en gallego a un profesor de instituto, Eduardo Álvarez, que así lo solicitó. (…)
El papeleo judicial no es el único alérgico a la lengua cooficial. El escritor Lois Diéguez peregrinó en una ocasión por tres notarías coruñesas, "hasta que apandé, porque era una cosa de mi madre". La vez siguiente no fue atendido como demandaba hasta el quinto intento. "Unos se exaltaban, otros directamente te insultaban", asegura Diéguez, que recuerda la sonrisa curiosa del notario que finalmente accedió a escriturar una compraventa en gallego. "Yo no tengo problemas porque voy siempre a la misma, pero sí es cierto que en dependencias como el registro de la propiedad te ponen mala cara, aunque no te digan nada, cuando les vas con solicitudes en gallego", analiza Fuco García, responsable de la gestoría Incodega. "Claro que llevo 20 años en esto y ya saben como soy, quizás a otros les pongan más pegas", sonríe.
Para otras personas, el uso de su idioma supone poner en juego algo más que los principios. El caso más conocido es el de Montse Irago, que denunció judicial y públicamente que la despidieron de una asesoría por hablarlo. "Sabía que el caso estaba perdido, porque mi testigo, el responsable de la empresa de Madrid que me seleccionó y al que se quejó mi jefa, se desdijo en el juicio. Casos así hay tropecientos mil, pero son difíciles de demostrar, siempre pueden argumentar algo como que no das el perfil. A mí me decían, 'mujer, en la oficina de Lalín todavía, pero en la de Pontevedra...", recuerda año y pico después Irago, que no ha vuelto a trabajar en el sector.
Cristina González, una pediatra del Complexo Hospitalario Universitario de Vigo pidió a finales del pasado año unas pruebas a radiología y le devolvieron el escrito con unas enormes letras rojas: "Ruego traducción al ESPAÑOL". "No debían entender palabras gallegas como abdominal o intestino", ironiza la doctora González, que elevó una queja al Servizo Galego de Saúde (Sergas), que todavía no le ha contestado. Quizás porque con la salud no se juega. Como le reprocharon una vez al veterano escritor coruñés Manuel Riveiro Loureiro cuando sugirió poner en gallego la necrológica de un pariente: "Home, estamos falando de cousas serias". (El País, ed. Galicia, Galicia, 05/05/2008, p. 4)
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