"(...) El tratamiento sesgado y falseado de la Historia
Para justificar el actual proceso de las élites nacionalistas
catalanas contra la España constitucional, el relato nacionalista se
nutre, desde el siglo XIX, del tratamiento sesgado y falseado de la
historia, particularmente desde la construcción de los estados modernos
de Europa. Conviene señalar en concreto el tratamiento que dan, por
ejemplo, los manuales escolares de la Guerra del Segadors(1640-1659) y
de la Guerra de Sucesión a la Corona de España (1701-1713).
Vemos que el relato historicista del nacionalismo catalán busca
acomodar los hechos históricos a su particular visión de la realidad y a
sus intereses, con cuyo fin desarrolla un tratamiento selectivo y
mítico de los “hechos históricos” Cuando el relato no concuerda con el
esquema nacionalista, se reconstruye, recalcando los valores
nacionalistas o incluso se deforman o se omiten hechos.
Por ejemplo, se muestra desdén por el Compromiso de Caspe, es decir,
la elección en 1412 de Fernando de Antequera, regente de Castilla, como
rey de Aragón, y se evita hablar de la implicación de Cataluña en el
comercio de esclavos en Cuba y Puerto Rico, así como de la participación
de catalanes en las dictaduras de Primo de Rivera o de Franco.
El
relato nacionalista de los hechos tiende a la “simplificación
mitológica”, evitando todas aquellas cuestiones que puedan distorsionar
las ideas de su marco mental. A todo ello es preciso añadir la dualidad
identitaria “nosotros-ellos”, mediante la cual se da forma a la relación
nacionalista entre supremacismo y victimismo, que se alimentan con el
enfrentamiento con Castilla, y, después, con España, simplificado por
Madrid.
Pasa después el autor a presentarnos la construcción de España como
nación histórica en la Edad Moderna, a partir de la conquista musulmana y
la formación de los primeros núcleos cristianos de resistencia al
invasor hasta la constitución de dos grandes reinos hispanos, uno al
oeste, la Corona de Castilla, y el otro al este, la Corona de Aragón. En
relación con la Corona de Castilla, el autor nos recuerda cómo ésta se
fue construyendo con la unión del reino de Castilla y el reino de León
en el siglo XIII, que incluía a Asturias y Galicia.
Con la Reconquista,
se fueron integrando en la Corona de Castilla los reinos musulmanes de
Toledo, Córdoba, Murcia, Jaén, Sevilla, y, por último, Granada a finales
del siglo XV. En cuanto a la Corona de Aragón, el condado de Barcelona,
antaño posesión del imperio carolingio, se unió en el siglo XII al
Reino de Aragón tras al matrimonio de Ramón Berenguer IV, conde de
Barcelona, con Petronila, hija del rey aragonés. En los siglos XIII y
XV, la Corona de Aragón conquistó e incorporó territorios pirenaicos,
así como los reinos de Valencia y Mallorca.
Prosiguiendo con este somero relato de la construcción de España, en
el siglo XV, con el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de
Aragón, se unificaron las Coronas de ambos reinos, a los que vino a
sumarse Navarra en 1512, tras su anexión a la Corona de Castilla por
Fernando, rey de Aragón y regente de Castilla. Con Carlos I, nieto de
Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, que ascendió al trono en 1516,
se completó la unión definitiva entre ambas Coronas, aunque la
diversidad de instituciones y tradiciones de los distintos reinos se
perpetuó y fue motivo de diferenciación y conflicto.
Aunque el autor
reconoce la lucha de intereses entre los distintos reinos originarios,
con sus fueros y tradiciones medievales, el ajuste entre la unidad y la
diversidad de tradiciones habría evolucionado con el tiempo,
intensificándose el valor de la unidad y la eficacia en el convulso
escenario europeo de la primera mitad del siglo XVII con la Guerra de
los Treinta Años (1618-1648).
Pasa después el autor a hablarnos de la España de Felipe IV y de las
medidas adoptadas por el conde-duque de Olivares, impulsor de una
política de unificación jurídica e institucional de los reinos de
España, conforme a las leyes de Castilla, lo que suponía un cambio
radical de la estructura estatal de los Habsburgo, caracterizado por el
pluralismo de los reinos, cuya unidad dependía únicamente de la dinastía
reinante y la religión católica.
LaGuerra dels Segadors(1640-1659) tuvo lugar en el marco de las
luchas de poder entre Estados europeos por la hegemonía política y
comercial y la expansión colonial. Como se sabe, el detonante de esta
guerra fueron los desórdenes motivados por la presencia de 40.000
soldados concentrados en Cataluña por el conde-duque de Olivares, para
hacer frente al ejército francés, después de que Luis XIII de Francia
declarara la guerra a Felipe IV de España en 1635 y atacara el Rosellón
en junio de 1639.
La verdad sobre la Guerra dels Segadors
Rul nos explica lo que fue, fuera de mitos y distorsiones históricas,
laGuerra delsSegadors. De un lado, una revuelta de la nobleza contra el
rey, en la que hubo desórdenes, saqueos e insurrección, con el
asesinato del virrey Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma, y la
matanza de miembros de la Audiencia y de funcionarios reales, y, de otro
lado, una revuelta del campesinado empobrecido, después de tres años de
peste y malas cosechas, contra la nobleza y la burguesía.
El caso es que en esta revuelta, los dirigentes de la Diputació
General se pasaron al bando francés y acabaron nombrando conde de
Barcelona al rey francés Luis XIII de Borbón, quien nombró un virrey y
controló la administración y el comercio. Cataluña permaneció bajo
dominio francés durante 11 años, de 1641 a 1652, hasta que muchos
catalanes se pasaron al bando español, que terminaría por imponerse.
Felipe IV prometió respetar las instituciones catalanas, y,
posteriormente, por el Tratado de los Pirineos (1659), España indultó a
los catalanes sublevados, a los que restituyó sus bienes, pero salió
perjudicada de aquella guerra con la pérdida del Rosellón y parte de la
Cerdaña, que pasaron a Francia. Los Usatgesde Barcelona, que Francia se
había comprometido a mantener en esos territorios, los derogó al año
siguiente, y, más adelante, en 1700, todas las instituciones catalanas.
Estos hechos históricos fueron convenientemente transformados por el
nacionalismo catalán, que los convirtió en un movimiento de emancipación
de Cataluña contra España. La alineación junto a Francia, y en contra
de la monarquía española, de nobles y propietarios catalanes tuvo como
consecuencia daños en vidas y bienes, y enormes perjuicios para los
intereses de Cataluña y de toda España.
La Guerra de Sucesión, que no de Secesión
De nuevo, a principios del siglo XVIII, la muerte en 1700, sin
descendencia, de Carlos II, último rey de la Casa de Habsburgo, provocó
un enfrentamiento civil en España: la Guerra de Sucesión (1701-1713). A
nivel europeo, la mayoría de los países optaron por el candidato de la
Casa de Borbón, Felipe de Anjou, nieto del rey francés Luis XIV y de su
esposa María Teresa, hija de Felipe IV de España. Pero también los hubo-
Austria, Inglaterra, Holanda y Dinamarca- que optaron por apoyar al
archiduque Carlos, hijo segundo del emperador Leopoldo de Austria.
A nivel de España, la población de Castilla, Navarra y ciudades de la
Corona de Aragón se decantaron por Felipe de Anjou, mientras que
Cataluña y otros lugares de la Corona de Aragón, que habían sido
perjudicados en territorio y bienes por su entrega a Francia durante la
Guerra dels Segadors(1640-1652), se inclinaron por el archiduque Carlos
de Austria, que contó también con partidarios entre la nobleza y el
clero de Castilla.
Rul nos ofrece un resumen objetivo e imparcial de la Guerra de
Sucesión, de las victorias y derrotas de unos y otros, hasta la victoria
final de Felipe V, el primer rey de la Casa de Borbón en España, y de
la promulgación de los Decretos de Nueva Planta (Aragón y Valencia,
1707; Cataluña y Mallorca, 1715), que tuvieron por resultado una
centralización política y militar de los reinos de España y la supresión
de los fueros y privilegios de la Corona de Aragón.
La interpretación que da de ambos hechos – la Guerra dels Segadorsy
la Guerra de Sucesión- el nacionalismo catalán contemporáneo forma parte
de un proceso continuo de reconstrucción retrospectiva del pasado para
acomodar los hechos históricos al relato de emancipación de la“nación
catalana”. Los relatos sobre estas guerras, elaborados por el
nacionalismo catalán a partir del siglo XIX, en coherencia con el
movimiento romántico, contribuirán a elaborar el relato historicista del
proyecto político.
El relato mitificado del relato de Cataluña en los
siglos XVII y XVIII se difunde a través de la acción institucional,
política y mediática, y, muy especialmente, por medio del sistema
educativo, con docentes, libros y materiales curriculares de Geografía e
Historia.
Los relatos épicos de emancipación alimentan el supremacismo, al
tiempo que magnifican y manipulan episodios que alientan el victimismo.
Rasgo característico del nacionalismo identitario bipolar
“nosotros-ellos” es la relación entre “supremacismo y victimismo”. Esta
bipolarización resulta eficaz para religar con carga emocional el
proyecto de construcción nacionalista en contra de sus enemigos, es
decir, España y los españoles.
De la vindicación cultural al secesionismo
Rul pasa después a explicarnos la transformación de la
“catalanidad”en ideología nacionalista, o cómo se va de la “vindicación
cultural al secesionismo”. Entramos ya de lleno en el siglo XIX, cuando
la “catalanidad española” se transforma en“catalanismo”como ideología.
Este último, vinculado al movimiento de la “Reinaixença”, surgido en los
años 30 del siglo XIX se proponía recuperar, normalizar y reconocer la
lengua y la cultura catalanas.
A fines del siglo XIX, el catalanismo
cultural dio pasó al político, tras el fracaso del federalismo de la I
República Española (1873-1874) y el desastre colonial de 1898, con la
pérdida de Cuba, Puerto Rico y las islas Filipinas. En 1901 se crea, con
Francesc Cambó, la Lliga Regionalista, partido político conservador
catalán; en 1907 tuvo lugar la victoria electoral de Solidaritat
Catalana; en 1914 se crea la Mancomunitat de Catalunya, presidida por
Prat de la Riba, autor de la Nacionalitat Catalana, que representa la
ideología del nacionalismo romántico.
Según Rul, el catalanismo como ideología, desde el siglo XIX a las
primeras décadas del siglo XXI, se ha caracterizado por tres corrientes
básicas: a) la cultural, vinculada a las costumbres, la lengua y el
Derecho civil histórico de Cataluña; b) la política regionalista o
autonomista, con Cataluña dentro de la nación española; c) la política
separatista, que reclama la independencia de Cataluña como “nación
soberana” dentro de un Estado propio.
Rul pasa revista a estas tres corrientes básicas desde la I República
Española (1873-1874), en que se proclamó el Estado Catalán dentro de la
República Federal Española, que duró un sopló cuando Emilio Castelar
envió al general Martínez Campos a Barcelona para restablecer la
situación anterior. La I República no fue nunca federal ni el “Estado
catalán” llegó nunca a existir.
De nuevo, durante la II República española (1931-1939), el
catalanismo, representado sobre todo por el partido Esquerra Republicana
de Catalunya (ERC), retó en dos ocasiones el orden republicano:
primero, cuando Francesc Macià proclamó unilateralmente la República
catalana, el 14 de abril de 1931, si bien renunciaría posteriormente a
ella a cambio de un estatuto de autonomía; y, segundo, cuando, en 1934,
el presidente de la Generalitat, Lluis Companys, proclamó el “Estado
catalán” dentro de la República Federal Española, lo que llevó al
presidente de la República, Alcalá Zamora, a decretar el estado de
guerra en todo el país y a ordenar al general Batet que reprimiera la
insurrección. Companys fue juzgado por rebelión y condenado a 30 años de
reclusión. Aunque sería amnistiado y liberado posteriormente por el
gobierno del Frente Popular, las medidas adoptadas por el gobierno de la
República prueban que no estaba dispuesto a permitir infracciones del
orden constitucional.
El catalanismo resurgió años más tarde, tras la muerte de Franco, con
la Transición democrática española (1976-1982), la restauración de la
Generalitat de Cataluña y la restitución del gobierno autónomo. El autor
nos recuerda que la Constitución española de 1978 y el Estatuto catalán
de 1979 representan “la normalización del catalanismo y su integración
en la nación española”. Se trataba de un “catalanismo” que parecía por
fin operar dentro del orden democrático español. (...)" (María Rosa de Madariaga, Crónica Popular, 23/11/19)
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