"La constitución de los consistorios y la elección de
alcaldes y alcaldesas en Catalunya ha vuelto a poner el relieve el
carácter intolerante del movimiento independentista y su uso
instrumental de los procedimientos democráticos: se aceptan cuando son
favorables a la causa nacional y se desestiman cuando se alzan como un
obstáculo para ella.
Los bochornosos escraches en Barcelona y Sabadell,
donde los cargos electos de los partidos no independentistas fueron
insultados y en algún caso agredidos, o el patético espectáculo en Santa
Coloma de Farnés, donde el president vicario Quim Torra intervino para
arrebatar la alcaldía al PSC, han vuelto a mostrar la falta de respeto a
los procedimientos democráticos y a la pluralidad ideológica y cultural
de la sociedad catalana.
Tras casi diez años de proceso soberanista ha
cristalizado un movimiento, cuyas bases sociales son las clases medias,
extremadamente fanatizado y con una deriva crecientemente clasista y
supremacista, donde cada vez más se incuba el huevo de la serpiente del
odio hacia todo lo relacionado con España. Por ello, no es casual que la
máxima autoridad del país sea ostentada por uno de los estandartes
intelectuales del supremacismo étnico quien, en realidad, expresa los
sentimientos profundos de las bases sociales del movimiento
independentista.
Ciertamente, lo más grave es que esa odiada España no
empieza más allá del Ebro, sino en los barrios de las ciudades catalanas
y afecta a los conciudadanos que son marcados y percibidos como el
enemigo interior.
El actual independentismo de masas podría calificarse
como la fase superior del pujolismo. Entonces, bajo la hegemonía
convergente, se otorgaban carnets de catalanidad y se expulsaba
simbólicamente de la nación a aquellos que no comulgaban con el credo
nacionalista. Actualmente estas deletéreas pulsiones se han exacerbado y
quienes no apoyan en la causa secesionista, independientemente de su
origen y su lengua vehicular, son tachados de enemigos de la patria y
fascistas.
La presión sobre la población no independentista alcanza
niveles inquietantes en los municipios de la Catalunya profunda, la que
en el siglo XIX apoyó al carlismo, rayano en un régimen simbólico de
apartheid.
El juicio contra los líderes independentistas está
siendo utilizado como la argamasa de la creciente deriva totalitaria y
xenófoba del movimiento independentista. Desde que comenzó el proceso
judicial los medios públicos de la Generalitat y los privados afines
generosamente subvencionados han emprendido una incansable campaña de
agitación y propaganda para deslegitimar tanto la tarea del tribunal
como una eventual sentencia condenatoria.
De este modo se calienta el
ambiente para preparar una auténtica explosión social en el caso que el
Tribunal Supremo emita una sentencia condenatoria, previsiblemente en el
mes de octubre. Esta machacona propaganda oculta una de las
contradicciones de fondo de los líderes independentistas en prisión
preventiva: por un lado, aseguran que la proclamación unilateral de la
independencia fue puramente simbólica para forzar una negociación con el
Estado, pero a renglón seguido tanto como Jordi Cuixart como Quim Torra
afirman que lo volverían a hacer. ¿Qué volverían a hacer? ¿Proclamar
otra vez la independencia de farol? ¿O quieren decir que ahora irían
hasta sus últimas consecuencias?
Los líderes independentistas realizan constantes
llamamientos al diálogo y la negociación con los dirigentes políticos
españoles. En realidad, se trata de una añagaza pues esa supuesta
voluntad negociadora consiste en que se acepte su programa de máximos y,
como se evidenció con la negativa a aprobar los Presupuestos Generales
del Estado que precipitó la convocatoria de elecciones generales o con
el veto a Miquel Iceta, se busca perpetuar y profundizar en el
conflicto. Así, progresivamente, se va diluyendo la supuesta actitud
dialogante de ERC frente al fundamentalismo de Carles Puigdemont y
Torra, apareciendo como las dos caras de la misma moneda. (...)
La gravedad de la situación y el asfixiante ambiente que se vive en la
sociedad catalana deberían conducir a una reacción cívica por parte de
las fuerzas progresistas y democráticas para combatir la inquietante
deriva antidemocrática del movimiento independentista que cada vez
guarda más puntos de contacto con los nacionalpopulismos reaccionarios
que lamentablemente están floreciendo en Europa. (...)" ( Antonio Santamaría , El Viejo Topo, 20/06/19)
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