"EL PRIMER DINERO que gané en mi vida lo gané trabajando para Convergència i Unió, la coalición de Jordi Pujol. Fue hace justo 40 años, durante la campaña de las primeras elecciones municipales democráticas. (...)
Ninguno de nosotros era nacionalista. En realidad,
éramos más o menos ácratas, pero sobre todo pasotas, rockeros, porreros y
cerveceros, así que, entre nosotros, CiU y todo lo que CiU representaba
—el catalanismo burgués, católico y conservador— era objeto de general
pitorreo. Cuando terminábamos de trabajar, íbamos a gastarnos en libros
el dinero ganado.
Fue la señora P la que nos consiguió aquel trabajo.
La señora P era la madre de uno de mis amigos del barrio; también era
catalana de pura cepa, como su marido, y militaba y trabajaba en
Convergència (o en Unió: ya no me acuerdo). Era una mujer pequeñita y
risueña, que siempre tenía una palabra amable para todo el mundo y
siempre iba corriendo a todas partes, porque, además de trabajar fuera
de casa, tenía que sacar adelante a sus cuatro hijos y a su marido (las
mujeres de aquella época también sacaban adelante a sus maridos).
No
recuerdo haber hablado jamás con ella de política, porque la señora P no
hacía proselitismo, pero para mí fue siempre la encarnación del
catalanismo burgués, católico y conservador que CiU representó desde su
creación; en todo caso, durante años fui incapaz de verla sin asociar su
amabilidad sin impostura y su sonrisa diligente a la energía de unos
catalanes que, al principio de la democracia, pelearon por recuperar la
dignidad de ser catalanes, de hablar su lengua y recuperar su cultura y
sus instituciones de autogobierno tras la devastación del franquismo.
Kurt Vonnegut escribió que la calidad moral de una persona se mide por
la opinión que tienen de ella sus vecinos; si esto es así (y yo estoy
seguro de que lo es), la señora P era, básicamente, una buena persona,
que es lo más difícil que se puede ser. Murió hace unas semanas. Cuando
me enteré de la noticia estaba de viaje, y, como mis mejores amigos
siguen siendo mis amigos del barrio, llamé por teléfono a su hijo;
entonces, mientras le daba el pésame, me acordé de la última vez que
había visto a la señora P.
Fue en el barrio, un domingo en que ella
había salido a pasear con mi amigo y yo iba a comer con mi madre. Para
entonces hacía un tiempo que estaba en marcha el procés,
y la señora P, que a pesar de su edad se conservaba física y
mentalmente muy bien, ya no militaba en CiU. Nos saludamos y de repente,
sin previo aviso, la señora P se lanzó a hablar de política. Estaba muy
agitada, y al principio sólo entendí que hablaba de lo que pasaba en
Cataluña, de su partido o del que había sido su partido, mientras su
hijo, mi amigo, intentaba calmarla.
“Todo era mentira, Javier”, entendí
por fin: la señora P gesticulaba mucho, parecía furiosa, tenía los ojos
muy abiertos. “Son una pandilla de ladrones. Eso es lo que son: una
pandilla de ladrones. Créeme, Javier, todo era mentira”.
Todo era mentira. ¿Lo era? Con los años yo también me hice catalanista,
como la señora P y como mis amigos del barrio —todos creímos que era
bueno que Cataluña tuviera una lengua, una cultura y unas instituciones
fuertes—, pero ahora ya no sé si lo soy, porque no sé si el catalanismo
es viable sin el nacionalismo, que ha demostrado ser incompatible con la
democracia.
Por lo demás, la melancolía no me alcanza para añorar el
catalanismo católico, burgués y conservador de CiU, pero sí para
preguntarme cómo es posible que se haya podrido tan pronto el idealismo
generoso y razonable de tantos catalanistas honestos, a cuántos
catalanes de pura cepa como la señora P engañaron los políticos del procés. Y dónde están." (Javier Cercas, El País Semanal, 02/06/19)
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