"Este fin de semana he leído El naufragio, uno de los muchos libros de cronología del “prusés”, que conforman una nutrida biblioteca del aburrimiento, de un aburrimiento relativamente interesante. (...)
Esta lectura de fin de semana ha tenido efectos emocionantes al
hacerme recordar episodios que había olvidado, debidamente
contextualizados. Como se dice a veces en estas circunstancias, he
visto, he vuelto a ver, pasar en seis horas cinco años.
Me ha emocionado
particularmente la página en que se refiere el discurso del Rey, Felipe VI
--escribí aquí un artículo sobre el tema-- y los efectos que tuvo; la
lectura me ha hecho concienciarme de que toda esta historia tartarinesca
y bufa --¡los burgueses oprimidos y rebeldes!--
también es trágica, porque acaba mal para algunos de los implicados,
que como ya alguna vez he expuesto aquí no nacieron para ir a la cárcel
sino para mandar, ser libres y gozar moderadamente del país; pero
Tartarín no regresa a su casa en Tarascón, sino que va a la cárcel.
Y también me ha emocionado un poco la deriva de Artur Mas
desde las metáforas navegantes --tan facilonas que a un hombre tan bien
educado hubieran debido avergonzarle-- hasta el naufragio; y las agudas
salidas de tono de Carme Forcadell exigiéndole que
“pusiera las urnas”, contradictorias con su vano intento, días después,
de resistirse, advertida por su abogado, de que podía acabar donde ha acabado, a las presiones de Puchi: “¡Esto no lo puedo hacer, presidente!”
Y las horas de los golpistas en un salón suntuoso
decorado por Tàpies que de repente toma una irrealidad ominosa, cuando
los conjurados esperan sentados, con el estómago encogido, las
consecuencias de un golpe que algunos de ellos, en el fondo, muy en
el fondo, no querían dar... Son especialmente interesantes las escenas
en el palacio de la Generalidad esperando el castigo: ¡Como cuando
éramos niños y cogimos el bote de los dulces prohibido, e iba a llegar
mamá! Me identifico, simpatizo. Pero ya no somos niños, ya estamos todos
en la madurez...
Todas estas barrabasadas... en realidad no son la segunda Guerra Mundial ni La Depuración 1943-1953 de
Lottman, y no tendrían para nosotros mayor importancia si no fuera
porque se nos ha obligado a que tomemos en consideración esos gestos y
dichos y salidas de tono como cosas importantes, esa habilidad para
convertir en trascendentes los llantos de Rovira, los tuits de un rufián, la determinación ciega de Puchi,
la calculada circunspección de Junqueras en los cónclaves
conspirativos, que a la vista de lo que pasó luego parece que no estaba
tan bien calculada (pero quién sabe, la historia no ha terminado). Y un
teléfono que suena y que nadie quiere descolgar.
El teléfono me lo he inventado para darle un poco de nervio al asunto. No sonó el teléfono.
En resumen: ¿recomendaría este libro a un forastero o a un marcianito que quisiera enterarse de qué iba el prusés?
Pues no, no se lo recomendaría. Como he dicho, el texto es ordenado, es
distante y fija los acontecimientos relevantes con discretas pinceladas
de factor humano.
Para mí es interesante y valioso como aide-mémoire, pero es que yo ya entiendo sobradamente bien el prusés, así que relleno los huecos. A un observador exterior me parece que se le escamotea un elemento fundamental, que es la permanente operación de agit-prop, decisiva para movilizar a las distintas capas sociales.
Sobre este tema capital la autora pasa un poco de puntillas, lo cual a fin de cuentas no es extraño, pues en lo relativo a agit-prop, además de los órganos públicos de desinformación, fueron decisivos los medios privados de conformación de masas financiados por el poder,
entre ellos destacadamente el periódico donde ella trabaja.
Así que no
es extraño que pase de puntillas sobre la creación periodística y bienpagá de un clima insurreccional,
en fin, años de clamor e indignación por las placas de los coches, de
sentencias del Estatut y de editoriales filisteas sobre la dignidad
afrentada de Cataluña y el derecho a decidir. (Cuando te hablen de
dignidad, echa la mano a la cartera: hay tendencia a sisarla).
La agit-prop fue decisiva para arrastrar a la fea burguesía catalana hacia el independentismo, y la verdad, no la encuentro reflejada en El naufragio, ni veo que en general se hable mucho de ello, quizá por sensación de bochorno colectivo. Esto fue así, y quienes lo vivimos lo sabemos.(...)" (Ignacio Vidal-Folch, Crónica global, 28/05/19)
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