"Si no es por el ‘procés’, quizá
nunca hubiéramos conocido a una oveja negra como Albert Soler (Girona,
1963). Por explicarlo con un eufemismo: a Albert Soler no le agrada el
‘procés’. Y acostumbra a explicarlo a martillazos (ácidos). Una posición
fácil de mantener cuando uno escribe sobre la independencia de Cataluña
desde Madrid, Seseña o Almería, pero no tanto cuando opera en el
epicentro —Girona— de la Cataluña de los lazos.
Los artículos de Albert Soler
vendrían a ser las almorranas del independentismo. Conflicto puro.
Incluso en la fachada de El Diari de Girona, ha aparecido algún tipo de
amenazas como: ‘Albert Soler: vigila tu espalda’; ‘Albert Soler, no escribas sobre tal tema o te vamos a partir las piernas’.
Hablamos con Albert Soler sobre periodismo, sobre el ‘procés’ y sobre el cultivo de petunias en Girona (o algo).
PREGUNTA. ¿Cómo de gordo ha sido el pollo con el artículo sobre Matamala? ¿O está ya usted acostumbrado?
RESPUESTA. Más que acostumbrado estoy. Aquí siempre
pasa cuando tocas ciertas fibras, sobre todo en las redes. Hace poco
escribí un artículo sobre el famoso ‘mosso’ independentista
y salió su mamá a quejarse y a meterse conmigo. Pero la culpa quizá sea
suya: si esta señora le hubiera pegado una buena tunda al niño cuando
era jovencito, que era lo que se hacía antes, igual ahora no tendría que
avergonzarse de su hijo.
Ahora la hija de un senador se mete conmigo, pero es
que yo no he dicho nada raro, solo que Matamala podía volver cuando
quisiera y volvió cuando quiso. ¡A mí que no me culpe de no poder ver a
su padre!
Cara a cara, nadie me dice nada casi nunca, pero
claro, en las redes sí. Con el artículo sobre Matamala, una “lectora” me
deseó un cáncer, por ejemplo. Cosa que me deja indiferente, puesto que
los deseos no son más que deseos. Por ejemplo, yo deseo desde hace
mucho, cada día y fervientemente, seguro que mucho más fervientemente
que esa tipa, que me toque la Primitiva y que Paz Vega me convierta en
su amante. Y ya ves, sigo sin una cosa ni la otra. Por lo menos a día de
hoy, veremos mañana. Las amenazas deben currárselas más, o solo dan
risa.
P. Al margen de que esté ya
acostumbrado a las críticas —y entrando más en una cuestión de carácter—
mi duda es la siguiente: a usted le va un poco la marcha, ¿verdad?
R. Pues… un poco las dos cosas. Yo he jugado al fútbol
en regional hasta los cuarenta años, y además de central, por tanto, a
mí me han insultado mucho en todos los campos. Lo que me pueda decir
esta gente ahora no es nada comparado con lo que me dijeron cuando
rompía espinillas a los delanteros rivales.
Mucha gente me dice que soy
muy valiente, pero no lo soy, lo que pasa es que me resbala todo, lo que
me dicen, lo que piensan de mí, me resbala totalmente. ¿Sabes qué pasa?
Que esto debería ser lo normal en la profesión, pero hay demasiados
periodistas buscando pesebres o quedar bien con cierta gente.
Cada día
me entero de algún conocido colocado en la Generalitat. Y claro: si lo
que quieres es un pesebre, el mío no es el mejor método, pero como soy
muy vago y me conformo con mi sueldo precario de periodista… No busco
nada más y además me da todo igual.
P. Una de las claves de las
reacciones viscerales a sus artículos quizá sea su humor. Porque una
cosa es hacer chistes sobre el ‘procés’ (o lo que sea) en el contexto de
un programa satírico, donde estás avisado de que todo es una chufla, y
otra hacerlo en un periódico, donde siempre esperas que se hable en
serio de todo, especialmente de temas tan solemnes y polarizados como el
‘procés’. Y claro: es empezar a leer sus artículos y… ¡’boom’! O el
humor como tecla que saca de quicio…
R. Por supuesto. Por eso precisamente uso el humor.
Los políticos están tan acostumbrados a la crítica sesuda y seria que
llega un momento que se la suda. La crítica mordaz, irónica, sarcástica
incluso, molesta mucho más. Por eso lo hago así: porque sé que les jode.
En el fondo otra cosa que les molesta de mis artículos
es que soy mucho más catalán que todos ellos. Y escribo y hablo catalán
mucho mejor que todos ellos. Pues mira: que se jodan.
P. Aparentemente, usted dice
lo que le da la gana en sus columnas. ¿Cómo llega uno hasta ahí? ¿Esa
posición se conquista? Alguien debe cubrirle ahí dentro, ¿no?
R. Por supuesto: si no tienes un director cubriéndote,
no hay mucho que hacer. Sobre todo cuando ese director recibe quejas de
ti cada cierto tiempo. Yo no sería nada si no tuviera un periódico
detrás. Un medio que aguante incluso pintadas contra ti (dos o tres
veces) en la fachada.
Es muy de agradecer que exista esta libertad de
prensa. No es muy normal, porque en mi periódico no es que escriba yo,
es que escriben también columnistas independentistas, y cada uno dice lo
que le da la gana.
P. ¿Para qué sirve un periodista?
R. Para tocar los cojones al poder. Desconfiar cada
vez que el poder diga cosas como: ‘Hay una hoja de ruta que lleva recto a
la independencia’. ¿Cómo es posible que tanto periodista con sueldazo
se lo tragara?
¿No se les ocurrió dudar o pensar que eso era imposible?
Ahora se están descabalgando muchas grandes firmas del periodismo
catalán, que si todo el proceso fue un poco precipitado, dicen. Ahora,
porque al principio compraron todo lo que salió por la boca de los
cuatro majaretas. Se lo creyeron o simularon creérselo.
P. Hace años coincidió en ‘El
Punt Avui’ con el Puigdemont periodista. ¿Qué recuerda de él? ¿Se le
notaban dotes para la escalada?
R. Pues me gustaría poder decir que ya estaba loco,
pero no. Parecía un tipo normal. Lo único raro es que dejaba que su
novia de entonces —que era de otro medio— rondara por la redacción
copiándonos los temas, cosa que a los redactores no nos sentaba nada
bien, pero en fin, él mandaba.
A estas alturas está claro que Puigdemont está como una regadera.
Así de claro. Hace poco salió en la tele diciendo que había creado unos
sellos de la República… O cualquier otra chorrada. Es una opinión
personal, pero su abogado debería pedir su regreso, pero no para ser
juzgado, sino para no ser juzgado… debido a su incapacidad.
Que se quede
un tiempo internado en una institución donde le traten un poco. No creo
que se curara del todo, pero quizá podría acabar trabajando de
jardinero o algo. Podría meter su tabarra a las petunias, que no se
quejarían, y dejarnos en paz al resto de los catalanes.
P. Puigdemont fue alcalde de Girona. ¿Se le veían dotes carismáticas o era un tecnócrata de provincias cualquiera?
R. Su megalomanía quizá empezó ahí. Se compró una colección de cuadros por una millonada que nadie ha visto todavía.
Se permitió construir una especie de restaurante colgante del río, en
el barrio viejo, donde no te dejan ni cambiar el rótulo de una fachada,
pues ahí estaba el restaurante para la pijería.
Como supongo que eran
amigotes, pues nada, manga ancha. Cuando le hicieron presidente de la
Generalitat, pensé: de la que nos hemos librado los gerundenses, pero
pobres catalanes… Puigdemont es gerundense. Torra es gerundense. Estoy
por pedir perdón a los españoles por ser gerundense. Oigan, señoras, no
todos los gerundenses somos así. Me siento un poco mal.
P. ¿Cómo le explicaría el ‘procés’ a un niño chino de cinco años?
R. ¡Joder, pobre niño! La primera mentira es que es una revolución del pueblo que viene desde abajo. Nada. El pueblo siempre es gilipollas, pero no el catalán: todos los pueblos en general.
La gente puede ser lista o tonta cogidos uno a uno, pero un pueblo
cogido en masa siempre es gilipollas. Y eso pasó: un pueblo gilipollas
fue engañado con una independencia que era complemente inviable.
Para
que los de siempre pudieran seguir chupando del bote; y de momento no
les ha salido mal: ahí siguen chupando del bote, y el pueblo, engañado.
Así que al pobre niño de cinco años le diría: ‘No te acerques a Cataluña
ni loco’.
P. Hay una cosa extraña del
‘procés’ hasta el día de la votación: parecía una partida de cartas en
la que uno va de farol en farol… hasta que se estrella. Puro juego
político. ¿Eran conscientes en las altas instancias de que era un farol
simbólico —cuando se declaró la independiente no se retiró la bandera de
España del balcón de la Generalitat— o estaban abducidos por su propia
propaganda?
R. No soy especialmente listo, pero desde el primer
día dije que todo era más falso que un duro sevillano, que no iba a
ningún lado. ¡La gente se me echaba encima! Parecía que estaba mentando
al anticristo. Pues bien: poco a poco, y delante de un juez, van
reconociendo que era todo simbólico, que era broma, etc., etc.
P. Hay varios personajes folclóricos alrededor del ‘procés’ que no son fáciles de descifrar fuera de Cataluña.
R. Varios no: muchísimos.
P. Por ejemplo: ¿a Pilar Rahola cómo la podríamos describir?
R. ¡Rahola! ¡Rahola! ¡Por Dios! Todavía el otro día
hizo su último numerito: llorar en una tertulia radiofónica al hablar de
los políticos presos recogiendo sus acreditaciones en el Congreso. ¿En
este país se ha perdido el pudor?
P. Rufián tenía pinta de
achicharrarse rápido por abusar de la política espectáculo: tuits
epatantes, declaraciones altisonantes, golpes de efecto. Pero ahí sigue,
se le ve bien, no le va mal. ¿Es más listo de lo que piensan sus
críticos?
R. Es que todo esto ha servido para que vivan bien unos cuantos. Rufián llegó al Congreso diciendo que solo estaría 18 meses. Hasta el referéndum.
Yo le pregunté el otro día a uno de ERC: “¿Lo de que Rufián siga en el
Congreso tras decir lo que dijo es serio o no?”.
Me dijo: “No, no, lo
que quería decir es que estaría en el Congreso hasta que se lograra la
independencia”. ¡Hombre! ¡Eso se avisa! El tío se puede jubilar en el
Congreso perfectamente…" (Entrevista a Albert Soler, Carlos Prieto, El Confidencial, 25/05/19)
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