"(...) Las gentes concentradas delante de oficinas de la
Generalidad, donde iba a procederse a registros o a detenciones; o en
torno a las sedes de empresas que tenían alguna relación con la
cartelería, las papeletas u otros trámites del referéndum; y, por
supuesto, la gente concentrada el 1 de octubre en los colegios
electorales no fueron los sujetos de una protesta.
Todos ellos trataron
de impedir, activamente, el ejercicio de la ley. Cierto: no iban
armados: no hubo pistolas ni cuchillos ni cócteles molotov en el
Proceso. Porque el arma que habían elegido era la multitud. La única
arma de la multitud era ella misma.
Estos días se ha conocido una sentencia útil para
comprender la actitud de la masa y la de los policías encargados de
hacer cumplir la ley. La firma la magistrada Teresa Rodríguez Peralta,
juez de primera instancia en Manresa, que ha absuelto a miembros de la
Guardia Civil contra los que se dirigió una denuncia por lesiones y
vulneración de derechos fundamentales, en su actuación del 1 de octubre
en una escuela manresana.
Dice la juez: "Parte de la población catalana,
alentada por la Generalitat y asociaciones independentistas, en clara
contravención e ignorando deliberadamente lo establecido por el Tribunal
Constitucional y el TSJ de Cataluña, acudió a los colegios electorales a
fin de realizar una votación que estaba fuera del orden constitucional y
de la legalidad más evidente".
Este párrafo estupendo que viene después
de la transcripción de la parte dispositiva -y solo de la parte
dispositiva- del auto del TSJ del 27 de septiembre no ahorra nada de lo
que debe ahorrar. Y lo primero y fundamental: parte de la población
catalana, sabiendo. Alentada, desde luego, pero sabiendo.
La buena gente
que, al decir de los guardias que pasan por el Tribunal los escupían,
aporreaban sus coches y les gritaban hijos de puta, fascistas, largáos.
Uno de los guardias, destinados en Sant Andreu, acertó a describirlo con
un dolor tímido y preciso: "A día de hoy no entiendo por qué aquellas
personas, que eran personas del pueblo, se habían comportado, por decir
una palabra que a lo mejor no es la adecuada, como delincuentes".
Echo un vistazo a los acusados mientras el guardia
habla, y aun vislumbrando su responsabilidad, no puedo dejar de pensar
en la injusticia de la sinécdoque. Hace cuatro décadas, cuando el golpe
del 23 de febrero, se hablaba sostenidamente de "la trama civil". De la
trama civil del golpe.
Nunca llegó a formalizarse nada sólido más allá
de aquel peligroso pintoresco llamado García Carrés.
Mientras escucho a los guardias pienso muchas veces en este sintagma,
trama civil, aplicado al Proceso. En su responsabilidad, en su
irresponsabilidad y en su castigo solo por persona interpuesta.
El auto de la juez de Manresa enjuicia luego la
actuación de la Guardia Civil y de esa descripción se trasluce la
sustancial diferencia entre protestar por la actuación de la Policía e
impedir su actuación:
"Se concentraba una multitud sentada en el suelo
con los brazos entrelazados, con el claro propósito de obstaculizar y/o
impedir la entrada al centro de las Fuerzas del Orden. Queda constancia
en las imágenes que las personas allí concentradas se encontraban en
actitud que no puede calificarse en modo alguno de inocua en términos
jurídicos.
Dicha actitud tenía por finalidad impedir el cumplimiento de
dos resoluciones judiciales, públicas y notorias. No se trata pues de un
mero comportamiento pasivo intencional de carácter obstativo frente al
ejercicio de la función pública, lo que determinó que los agentes se
vieran obligados a actuar".
Nadie como el cuerpo de los Mossos d'Esquadra puede
confirmar hasta qué punto es veraz y razonable la juez. Allí fueron
ellos, a los colegios, en educados y asexuados binomios, a recoger
urnas, papeletas y todo tipo de material refrendatario, tal como les
había instruido su mayor Trapero.
Al
llegar y encontrarse con la multitud pidieron a los integrantes de la
primera línea que les dejaran pasar a recoger las cosas, que traían
órdenes de la Juez, de su Mayor, que, por favor, ya que habían hecho el
viaje. Y cómo, tras decirles la multitud entrelazada que nones, se
encogieron de hombros, y se dieron la vuelta diciendo: "Bueno, pues molt bé, pues adiós". (Arcadi Espada, El Mundo, 22/03/19)
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