"(...) El nacionalismo catalán es el paradigma de una frustración nacional
irredimible. Se inspira en la insolidaridad característica de las
regiones ricas y se alimenta de pequeñas y mezquinas afirmaciones
diferencialistas, algunas de ellas folclóricas, incluso futbolísticas; y
otras inventadas, como la lengua de Pompeu Fabra. (...)
LA FRUSTRACIÓNque genera un programa nacional que
nunca acaba de realizarse es inagotable y para quien llega del
extranjero es un problema permanente porque no puede redimirse con
integración alguna. ¿Cómo se integra uno a una comunidad imaginaria? El
inmigrante está de antemano condenado a su diferencia: le es permitido
estar, pero nunca le estará permitido pertenecer.
Como alternativa puede
convertirse en una especie de esbirro o de gurkha, como Pisarello. O si
es algo más digno y auténtico, ponerse a chapurrear un catalán
acharnegado aprendido en el barrio y confiar en que sus descendientes,
ya del todo deculturados por las escuelas manipuladas por el
separatismo, consigan fundirse con el paisaje.
Pero esa es otra
frustración sobrevenida, surgida del desarraigo o la miseria, que
produce individuos arteros que ocultan sus apellidos españoles o los
catalanizan para sentirse admitidos y sólo consigue retroalimentar la
xenofobia.
Se dice que con su odio a lo hispánico el separatismo
desenfrenado de los últimos años ha multiplicado los gestos xenófobos.
No es verdad. La xenofobia estaba ya por todas partes en 1976. Lo
primero que me llamó la atención al llegar a Barcelona fue que los
catalanes de cualquier extracción social hablaran de sus connacionales
españoles venidos a trabajar a la región como de «inmigrantes» y a nadie
le llamara la atención.
«¿O sea que tú perteneces a esa otra invasión
que estamos sufriendo?»; con esta frase y el tono petulante
característico de la gauche divine al que con el paso de los años acabé
por acostumbrarme, recibió Román Gubern a mi primera mujer hace más de
40 años.
El término sudaca, con su desprecio inherente incorporado, tan
sofisticado como inapelable, lo escuché por primera vez en boca de
Carlos Barral. Es falso, pues, que la izquierda catalana haya devenido
nacionalista y xenófoba. Siempre lo fue.(...)" (Enrique Lynch, El Mundo, 26/10/18)
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