"(...) Hay que recolocar el patriotismo fuera de la oleada nacionalista
ultraconservadora cuya idea de “país compartido” se desarrolla sobre
coordenadas excluyentes, a menudo de carácter étnico, y de tendencia
homogeneizadora.
Esta interpretación nacionalista está frontalmente
reñida con el carácter culturalmente heterogéneo y políticamente plural
de las sociedades contemporáneas, así como con los ideales liberales a
los que la revolución democrática se asoció en su origen.
Para corregir
este escoramiento se requiere, como primera estrategia, una desconexión
respecto a esa corriente que sitúa el acento patriótico sobre una
perspectiva defensiva y excluyente. No es casual que el nombre de la
deriva securitaria de los Estados Unidos en la década pasada fuera el de
Acta Patriótica. Esta interpretación debe ser sin duda evitada. (...)
A continuación, procedería emprender un trabajo de reconexión,
concretamente con una línea democrática, constitucional y progresista. (...)
La reconducción del patriotismo a un cauce democrático
no puede venir por la fuerza sino por la convicción, no por la vía de
la identidad sino por la identificación voluntaria. Detengámonos en cada
uno de esos aspectos.
En relación con el de la identidad, el
patriotismo de corte progresista-democrático incidiría en el
reconocimiento del derecho de pertenencia, pero con una inflexión
fundamental: que este derecho no pertenezca en exclusiva a ningún
colectivo, es decir, que nadie pueda quedar excluido de querer
pertenecer a un colectivo determinado. En otras palabras, reconocido el
derecho, se establecen unos límites de funcionamiento justo. Tampoco
anula, para quienes necesiten sentimientos, el amor por lo propio.
El
sentimiento derivado de este ejercicio no sería una adhesión abstracta y
fría, supuestamente opuesta al amor concreto y tangible por lo más
próximo, sino que este aprecio de proximidad, bien conducido, podría ser
un aprendizaje de consideración y compromiso cívico con círculos
concéntricos de alcance cada vez más extenso. Nuestras identidades no
serían identidades de partida sino, por así decir, de llegada: complejas
y articuladas, modulables y reflexivas.
Respecto al aspecto de la identificación, un
hipotético patriotismo producto de un proceso paulatino y voluntario de
identificación, ilumina un par de elementos interesantes. Por un lado,
dibuja una forma de compromiso político que deja espacio a la dimensión
emotiva pero que a la vez relativiza y objetiva dicha dimensión, al
invitar a que se construya en el contraste con otros sentimientos
análogos a los que se reconoce la misma legitimidad.
Bien está que uno
tenga sentimiento de pertenencia, siempre que reconozca que este
sentimiento no es patrimonio suyo en exclusiva. No hablamos sólo de
tener derechos sino también de hacer los deberes. Por otro lado, este
trabajo de autorreflexión propiciaría que las personas pensaran con
calma sobre lo que son, aunque para ello se les haya de dar la
oportunidad de planteárselo.
Esta oportunidad tiene sin duda sus potencialidades y
sus peligros, pero en cualquier sistema político maduro parece obligado
creer que, si es necesario, los ciudadanos han de poder repensar qué
tienen o no tienen en común, y sobre todo qué deberían, por su propio
bien, tener. Tal vez es la única forma de pasar de los apegos emotivos a
compromisos normativos: mucho más sosegados, por tanto, mucho más
efectivos."
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