"(...) ¿Por qué considera que el separatismo nace en 1918?
Lo que planteo no es si antes ya había un separatismo
o el sentimiento de separación, lo que digo es que como movimiento
político organizado, como proyecto de partido y bastante paramilitar, se
crea entre noviembre de 1918 y febrero de 1919. (...)
¿Y Pau Claris, qué?
Lo he querido evitar en el sentido de plantear una
lógica de modernidad y por eso hago reflexiones sobre determinados
términos para indicar como el mundo de los siglos XVII y XVIII cambia y
toma forma en el XIX con las grandes aportaciones catalanas al
pensamiento hispánico, que son el iberismo y el federalismo.
Y destaco
la contradicción de un federalismo que defiende el derecho de poder
vetar dentro de un territorio la legislación de un ente político de un
territorio más amplio. Hablo de la idea de nulidad, cuando desde el
estado de Carolina del Sur se consideró que se podía anular una ley
federal.
Aunque estaba el trasfondo del esclavismo, en la guerra civil
de Secesión los unionistas del gobierno federal se impusieron a los
confederados e impusieron la soberanía del todo sobre la parte. Mirar al
pasado ayuda a entender muchas cosas.
Lo que une al nacionalismo
radical es la idea de poder anular en el territorio propio la
legislación que viene de fuera, sea el régimen que sea. En el siglo XIX,
el federalismo catalán es pro Lincoln, pero asume el pensamiento
sudista que teoriza John C. Calhoun. Y ahora el Institut d’ Estudis
Autonòmics de la Generalitat ha traducido los libros de Calhoun y obvia a
Lincoln.
Lo que hace diferente el invierno del 1918-1919 es que Macià
asume este planteamiento del veto y considera que sólo se puede hacer
desde una postura republicana. Se diferencia del nacionalismo catalán de
planteamiento monárquico, como eran las Bases de Manresa. Aun así,
Macià es ambiguo, a veces habla de independencia y otras de Estado
federal dentro de la confederación ibérica.
El otro gran cambio vendrá
el año mágico, en 1968, cuando se crea el PSAN con la idea de luchar por
la independencia, como otros países creados a partir de los imperios de
ultramar. Tiene el gran referente de Vietnam y combina el discurso
revolucionario con el de ruptura nacional.
¿Cómo explica el salto reciente hasta los dos millones de independentistas?
Hay un detonador: la propuesta de Maragall de
resolver el tema de una vez por todas, el Estatut y las dificultades de
tirarlo adelante, la decisión del Constitucional... Pero la crisis del
2008 ha tenido un impacto más devastador en la sociedad catalana, y no
se ha acabado.
Ejemplos: yo me acabo de jubilar, pero la UPF quiere que
haga una asignatura como profesor asociado por 167 euros al mes, durante
tres meses. Eso se pagaba a 1.000 euros en el 2007. Y podríamos hablar
de los desahucios y otras cuestiones. La sensación de mejora y de
ascenso se ha cortado brutalmente, y los gobiernos no han sabido hacerle
frente. Hablan de cifras macroeconómicas que no tienen mucho que ver
con lo que la gente vive.
Y no hago demagogia ni digo que los políticos
sean unos ladrones. Hay mucha rabia y frustración social y estos
sentimientos quieren una salida. Si además tenemos en cuenta que hay un
colapso de las grandes fuerzas que habían sostenido el sistema político
catalán –crisis de los partidos, de los líderes, de los sindicatos, de
los medios, de la universidad– y, como dice la socióloga Marina
Subirats, hay una “utopía disponible”, entonces es lógico el auge del
independentismo.
¿Es momento propicio para los extremistas o para un independentismo más radical?
El independentismo siempre ha sido minoritario y lo
sigue siendo. Son sobre todo los militantes de la CUP, que ciertamente
no han cambiado. En el libro me permito la ligereza lingüística de
hablar de la “multitud indepe”. Me refiero al surgimiento de unas capas
medias, muy frustradas, irritadas por la crisis, padres preocupados por
sus hijos, jóvenes con dificultades para emanciparse.
Y se plantea un
sentimiento de independencia: es la revolución de las sonrisas, de la
ocupación de calles en días señalados... Pero los enfrentamientos en un
sentido u otro, los cortes de carretera de los CDR, las manifestaciones
de sindicatos de policía o el enfrentamiento del Parlament son muy
minoritarios. La televisión provoca sensaciones emotivas e impresiones
exageradas. La multitud quiere un cambio, pero que no sea tremendamente
costoso.
¿Hay un momento que parece que equipara la revolución
del 2017 con los hechos de Prats de Molló, que también acaban con un
líder exiliado en Bélgica?
Hay mucho teatro político en la tradición del
independentismo y en el separatismo. La batalla de Prats de Molló no
llegó a ser una batalla. El 14 de abril de 1931 no fue un desafío sino
una fiesta, y el hecho es que la banda de música de Capitanía cuando
llegó a la plaza de Sant Jaume tocó La marsellesa. Nadie sabía el himno
de Riego.
Hay una ambigüedad también en los hechos de octubre del año
pasado. No hay una idea de ruptura, y la prueba es que en el momento que
se proclamó la República no se bajó la bandera española de la
Generalitat. Y los símbolos son muy importantes. Es por eso que hablo de
los “ indepes” y no de los “independentistas”.
Hay mucho cinismo en el
mundo posconvergente: el hecho de prometer cosas que no se pueden
prometer, el viviremos mejor, tendremos salarios mejores, la economía va
bien, las empresas no se marcharán, todos nos saludaremos..." (Entrevista a Enric Ucelay-Da Cal, Josep Playà Maset, 29/10/2018)
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