"(...) Las palabras crean campos de valores. Así, “identidad” rima con
particularidad (se enaltece lo propio frente a lo común), distinción,
ADN, competición, privatización/patrimonialización, diferencia, pureza,
exclusión, tribalismo, marcadores, fronteras, muros, estrategias de suma
cero, síndrome carencial…; pero no con solidaridad, igualdad,
reciprocidad, cooperación, fraternidad, ciudadanía, dominio público,
universal o planetario.
No cabe aquí el desglose de la constelación tenebrosa (supremacismo,
victimismo, esencialismo, narcisismo, faccionalismo, radicalización,
binarización –“nosotros-ellos”–, fundamentalismo, organicismo,
irredentismo emocional, intolerancia, burbuja cognitiva, paleofilia…)
propiciada por las gramáticas de la identidad que se resuelven en el
mejor de los casos en bastiones incomunicados. (...)
Es esta propensión la que explica las prevenciones de mentes preclaras:
para Tony Judt, “‘Identidad’ es una palabra peligrosa. No tiene ningún
uso respetable en nuestros días”; para Ian Buruma, como para Amin
Maalouf, es “un asunto con sabor a sangre”.
Sin llegar tan lejos, la
identidad es una herramienta que produce resultados bien diferenciados
según el espacio ideológico y civil.
De nuevo Steve Bannon: “En tanto
[los demócratas y la izquierda] sigan hablando de política de identidad,
les tendremos dominados”. Recordemos donde germinó el “Spain is
different”, precursor del contagioso “X [nosotros] primero”, “hacer a X
grande otra vez”.
De ahí la inclinación de los líderes etnopopulistas a
convertir la identidad en palanca de movilización. Porque la identidad
activa emociones negativas low cost, como el
miedo, el odio o el resentimiento.
De modo que a poco que las
circunstancias coadyuven, el vals de las identidades derrapa en danza
macabra.
Pero sin llegar a ello la identidad produce una segmentación en la
movilización que impide la confluencia en términos de solidaridad
ciudadana, como señalaba hace poco en estas páginas Eugenio del Río y acaba de recordar Michael Ignatieff
aprovechando la publicación de dos libros recientes que apuntalan el
mismo argumento.
No se ha prestado bastante atención a la diferente
respuesta de la marea blanca en Madrid y en
Barcelona; y a las consecuencias que ello ha tenido para las poblaciones
respectivas en términos de calidad asistencial. Es evidente que
mientras predomine la lógica identitaria que reivindica lo particular y
lo propio, la agenda social por la igualdad y los derechos comunes
quedará relegada a un papel subalterno.
Al final, la política de la
identidad se convierte a la vez en una prisión grupal y en un obstáculo
social para configurar una acción colectiva con capacidad de hacer
frente a las lógicas depredadoras de gentes como Orbán, Bannon o
Netanyahu. El último nombre es el mejor ejemplo para mostrar el efecto
sobre la izquierda y las fuerzas sociales de una lógica identitaria en
un estado que se considera con razón heredero de la peor catástrofe
producida por la lógica identitaria.
Mírese qué peso tiene hoy la
izquierda en el país de los kibutz. No deberíamos olvidar, junto a
otras reivindicaciones legítimas de la memoria histórica, el núcleo
central de la historia del siglo XX." (Martín Alonso, CTXT, 19/09/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario