"(...) Con algo más de detalle.
El 27 de septiembre de 2015 el
secesionismo perdió unas elecciones que ellos mismos habían intentado
transformar en elecciones plebiscitarias por la independencia. Las
anteriores, como se recuerdan, fueron un desastre sin paliativos para la
figura de Mas y el proyecto de Convergència. La “voluntat d’un poble”,
una voluntad mesiánica en forma y contenido, fue aniquilada por la
ciudadanía.
El secesionismo gobernante, a pesar del
reconocimiento inicial de la derrota del 27S la misma noche electoral
por una de las figuras más oportunistas e impresentables del mundo
nacionalista (Antonio Baños, procuren no tomar cafés con él), no hizo ni
caso de aquel resultado (“el poder soy yo” exclamaron al unísono) y
siguió construyendo “estructuras de Estado”, es decir, fueron trabajando
para y por sus planes y estrategias de secesión y cultura hispanofóbica
(elemento central en todo el proceso), mientras, por supuesto, grupos
sociales y colectivos afines secesionistas seguían chupando (para seguir
viviendo muy pero que muy bien) de las arcas de la Generalitat que es
Estado, no propiedad privada de unos cuantos (aunque muchos de ellos
estén convencidos de lo contrario).
Prácticas antidemocráticas
envueltas en ropajes democráticos fue su pan nuestro de cada día. ¡La
democracia soy yo!, exclamaron y exclaman. La Alicia carrolliana en pie
de combate y confusión: las palabras significan lo que el poder -que son
ellos- quiere que signifiquen.
Según algunas de sus voces
representativas, jugaron al póker y fueron de farol. Puede ser pero no
estemos tan seguros de que jugaran. “Planes de secesión” se declina en
plural, no en singular. Juegan a muchos juegos, pelean en muchas
guerras.
El 6 y 8 de septiembre se pasaron por la entrepierna la
Constitución y el Estatut, todos los consejos de gentes razonables que
señalaban su despropósito y sectarismo. Y lo más importante: la voluntad
y los sentimientos de millones y millones de trabajadores/as catalanes.
Les importaron, les importan un higo. Son “los otros”.
La actuación
estelar -de estrella y de estrellada- de algunos miembros de una
supuesta izquierda (Àngels Martínez, Albano Dante Fachín,…) sigue
generando horror y pavor... y distancia infinita.
El día 1-O,
una vez más, la izquierda no se estuvo a la altura de las circunstancias
y una parte del espacio de los Comunes colaboró con el proyecto
secesionista. No ha sido la única vez, por supuesto que no. ¿Recuerdan
la imagen de Ada Colau mostrando su voto en blanco? Participaron en las
votaciones y les dejaron locales y espacios públicos. Mejor imposible…
para ellos; peor impensable, para nosotros.
La corriente nacionalista o
la tendencia marcadamente identitaria (som catalans, som catalanas, som
catalans, som catalans, repiten una y mil veces, un sentimiento que no
tiene nada que ver con los valores de izquierda), nos guste o no, domina
(por ahora) ese espacio. Con resistencias admirables que hay que
valorar y no olvidar.
En octubre se produjo un hecho en el que,
probablemente, no habían pensando (uno de sus grandes errores): la
reacción ciudadana y popular no secesionista. Los charnegos, los
murciano, las clases trabajadoras en ación, tomando las calles. Gentes,
algunas de ellas, que no se habían manifestado en su vida. Rentabilizada
(parcialmente, aunque no solo) por Ciudadanos. Sin duda.
Responsabilidad nuestra por nuestra ceguera y nuestras imprecisiones y
amistades peligrosas. Salieron del armario; no creo que vuelvan
(volvamos) a él. Nunca más. Estaban callados, mudos. Desde ahora
hablarán (hablaremos) mucho más que antes.
Aquí no deben mandar solo las
400 familias enriquecidas del país y los catalanes de pata negra. Su
relato no vale; no dejaremos que nos impongan “su historia”.
Al
secesionismo gobernante no le ha importado ni les importa un higo los
millones de personas, de ciudadanos catalanes que no somos
secesionistas. Sólo para sus planes de “ampliar sus bases”. En las redes
nos dicen de todo y nada bonito. Eso sí, luego dicen que no hay
confrontación social, que no hay ruptura, que somos un solo pueblo. Las
sabidas monsergas.
El 21D volvieron a perder las elecciones. Un
ley electoral, no proporcional, que no quieren cambiar por supuesto (son
muy demócratas) les permite tener mayorías parlamentarias. Pero
perdieron en votos. Y ganó electoralmente, por vez primera en la
historia de .Cat, una fuerza no nacionalista ni catalanista.
Que
fanáticos secesionistas como Eduard Pujol (una especie de Rafael
Hernando pero en catalán) ocupen un lugar relevante en el secesionismo
dice mucho, lo esencial, de ese mundo, de su ideología y de sus
prácticas.
Un presidente prosionista fue elegido presidente de
Cataluña (cree que lo sigue siendo en el “exilio”); un presidente
xenófobo, profundamente hispanofóbico y clasista ha sido elegido a dedo
por el huido como presidente de Cataluña. Con los votos o el apoyo de
dos partidos que se dicen de izquierda. Quin riure, quin riure!
El presidente Sánchez, elegido con votos secesionistas, cree o dice
creer que es posible reconducir el “unilateralismo” (es decir, el
secesionismo con patada en la puerta) y llevarlos a buen puerto. Sabe lo
equivocado que está. Juega a no estarlo.
El secesionismo, que apuesta a
diversos escenarios, tiene un objetivo final que algunos “sienten”
próximo: la secesión, la construcción de un nuevo muro-Estado. Las
quimeras envuelven mentes. Nada de federalismos, de cooperación o
“historias” similares. Portazo y adiós España y a sus ciudadanos, sobre
todo a los más emopobrecidos.
Su “oposición interna” no es motivo de
gran preocupación por el momento: no cuenta en las coordenadas de
decisión, ya se cansarán, piensan, y algunos, además, ya se asimilarán.
En breve, seremos más aseguran.
Algunas voces hablan de vuelta a
un catalanismo herido de muerte. Sueños de una noche de verano. El
catalanismo se ha roto y es casi imposible zurcirlo o volverlo a unir.
Quedan restos muy frágiles. Un sector, el mayoritario, se ha ubicado
donde ha estado siempre, en el nacional-secesionismo; otro sector,
minoritario, empuja, algo desnortado, en dirección contraria. Con poca
fuerza.
Por lo demás, no conviene idealizar el pasado: el catalanismo
político en sentido amplio permitía muchos silencios, comulgar con
ruegas de molino, aceptar la hegemonía nacionalista y no discutir-hablar
de los temas esenciales (incluida una enorme corrupción, no sólo de
CDC). Por el bien del país decían. Es decir, por su bien, su discurso y
su hegemonía. (...)" (Salvador López Arnal , Rebelión, 28/07/18)
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