12/7/18

Fallece José María Setién, el obispo que no tuvo compasión con los asesinados por ETA y sí tuvo condescendencia con los pistoleros, hasta el extremo de elevarlos al rango de revolucionarios. Era la perspectiva desde la que podían justificarse sus matanzas...

 "No parece probable que monseñor Setién resucite al tercer día. Las fechorías de su existencia le han hipotecado el reino de los cielos. Y lo sustraen a la convención de una elegía edulcorada.  Por eso  no tiene derecho el pater soberanista a la diplomacia del estilo sepulcral, género literario que exalta los méritos del difunto a costa de esconder los errores. 

Y que acostumbra a resumirse en un epitafio presuntuoso y grandilocuente. El dolor que ocasiona la esquela y la tradición coral de las plañideras encubren incluso al finado más feroz y despiadado.

Acaso Setién permanezca a la categoría, más aún despojado de la cruz y del hábito episcopal que disfrazaban su ambigüedad con el terrorismo. No porque hubiera urdido un atentado o porque los hubiera legitimado con el agua bendita de las cañerías, sino porque contribuyó a los mensajes de indulgencia y de empatía, como si fuera posible asumir una posición de equidistancia entre el verdugo y la víctima en el nombre de la otra mejilla.

Setién no tuvo compasión con los muertos de ETA y sí tuvo condescendencia con los pistoleros, hasta el extremo de elevarlos al rango de revolucionarios. Era la perspectiva desde la que podían justificarse las matanzas. No sólo porque representaban la factura inevitable de la guerra de ocupación, sino porque el niño, el guardia civil, el periodista o el soldado eran los mártires necesarios del camino hacia la normalidad, entendiéndose como normalidad la amnesia y la obscenidad con que han sido asimilados en las instituciones los próceres intelectuales del terrorismo.

Tiene escrito Edmund Burke que la victoria del mal solo requiere que los buenos no hagan nada. Y no se le podrá reprochar a Setién el defecto de la pasividad. Al contrario, especuló en el bando del mal y convirtió los confesionarios en zulos. E hizo de las homilías un ejercicio de apología de la resistencia y de la independencia que hubiera asumido como propias cualquier clérigo yihadista.

No fue un hombre de Dios Setién. Ni un hombre de Iglesia. El mensaje de la tolerancia del cristianismo y su vocación universal se resintieron de un sesgo oscurantista y despiadado. Setién simpatizaba con el soberanismo acariciando con su anillo a los chacales. Y abasteciéndolos de promesas ultraterrenas, ninguna tan atractiva como la independencia de Euskadi.

No ha vivido para bendecir el nacimiento de la nueva patria con el incienso de la pólvora antigua, pero casi llega a tiempo de votar en el referéndum que han amañado el PNV y Bildu en la estrategia de la desconexión y en la provocación mimética del soberanismo catalán. El clero vasco y catalán extremista simpatizan en la pira de la Constitución. 

Y veneran la serpiente de la paz que monseñor Setién custodiaba en su regazo, recreándose en el desamparo de las víctimas de ETA y evocando aquél siniestro pasaje del Don Carlos de Schiller en el que el marques de Poza recrimina a Felipe II haber predispuesto la paz... de los sepulcros. Dice Rubalcaba que en España se entierra muy bien. Y tiene razón, pero monseñor Setién se merece una fosa común sin epitafio."       (Rubén Amón, El País, 11/07/18)


 "(...) Ha muerto con 90 años. 

De verbo enrevesado, frases interminables y explicaciones infinitas, casi todo lo que ha dicho respecto a la cuestión vasca y la violencia que lo embadurnaba ha sido enervante. Difícilmente asumible por la parte de su feligresía no nacionalista, sus “otras ovejas”.

Defendido solo por los nacionalistas y bendecido por el silencio de la jerarquía  de la Iglesia española, se pronunció continuamente respecto a la violencia, sus ejecutores y sus víctimas, el franquismo, el Estado, la Constitución, la negociación con los terroristas, la autodeterminación… produciendo constantes controversias.  (...)

Le entrevisté en dos ocasiones porque tras la lectura de la transcripción de la primera no encontré prácticamente ninguna declaración que se pudiera entender. Le solicité una segunda y me la concedió sin problema. Amabilidad.

Entonces es cuando fui descubriendo el argumento intelectual estructural de Monseñor respecto a las motivaciones de los terroristas: lejos de tener objetivos nacionalistas o independentistas sus pretensiones eran exclusivamente marxistas. Se trataba de revolucionarios irreductibles. Sorprendente.

 Con lo que el nacionalismo quedaba al margen de la sangre vertida en una confrontación que no era entre vascos nacionalistas y “españolistas” (“los que no reconocen a la nación vasca”, según él), como yo creía y queda evidenciado en los comunicados de la propia banda, sino la lucha de unos vascos comunistas capaces de asesinar incluso a nacionalistas cuando los consideraba enemigos estratégicos. Pero de nuevo lo más profundo de aquella nueva conversación fueron las omisiones, sus “peros”, los silencios.

Reconozcámosle ser el inventor de la equidistancia, la ambigüedad y el relativismo por estas tierras del norte. Deslegitimador sistemático de las instituciones, de las medidas policiales contra el terrorismo o de las leyes antiterroristas, hizo escuela y sus alumnos aventajados propagaron el famoso “tercer espacio” sin vencedores ni vencidos, siendo la luz apostólica que les ha guiado hasta traernos la paz prometida.

Campeón de la frialdad con las víctimas, la vida no debió darle para abrazar a todas sus ovejas.

Cuando el pastor protestante Martin Niemöller fue detenido en un campo de concentración recibió la visita del capellán de la cárcel que al verle le preguntó asombrado: “Qué hace usted aquí?”. El pastor le respondió: “Dada la situación de nuestro país, permítame que le pregunte ¿qué hace usted que no está aquí dentro conmigo?”. Una cuestión de elección.

Seguro que el Señor ya le tiene preparado el lugar que se merece."        (Iñaki Arteta, La Razón, 11/07/18)


"El obispo emérito de San Sebastián José María Setién ha fallecido esta madrugada en San Sebastián tras haber sufrido un ictus el pasado domingo. 

El prelado se significó en vida por su polémica actuación, ya que fue acusado de estar más cerca de los miembros de ETA que de las víctimas del terrorismo. De hecho, en alguna ocasión llegó a calificar de "revolucionarios" a los etarras. (...)

 Ante estas críticas, respondía que las víctimas estaban manipuladas por la política y replicaba que era muy claro en el mensaje deslegitimador hacia el terrorismo de ETA, a quien pedía que dejara las armas, pero fueron numerosos sus gestos hacia los miembros etarras.

 Muy crítico con la política de dispersión que se ha aplicado a los presos de ETA, también se le reprochaba su cercanía con el nacionalismo vasco y su lejanía con quienes no profesaban un sentimiento nacionalista. Porque bajo su largo mandato escoró a la Iglesia vasca a unos posicionamientos de clara inspiración nacionalista.

Lideró a la Iglesia vasca en los años de plomo de ETA siendo continuas las acusaciones de dar la espalda a las víctimas del terrorismo. En este sentido, la Iglesia vasca no dudó en ofrecer sus locales a asociaciones del entorno 'abertzale' como Gestoras pro Amnistía, con posterioridad ilegalizada por forma parte del entramado criminal de la banda terrorista, para sus protestas y actuaciones propagandísticas. Además, no dudó en calificar en alguna ocasión a los etarras como "presos políticos".  (...)

Especialmente crítica con su figura se mostró la que fuera líder del PP vasco, María San Gil, que acusó a Setién de "falta de ejemplaridad e incluso de falta de caridad". Sus acusaciones quedan reflejadas en su libro 'En mitad de la vida', donde desvela anécdotas que mostraban la cara de Setién, como que prohibía que se colocara la bandera española sobre los féretros de los guardias civiles asesinados por ETA en los funerales que se celebraban en la iglesia. 

También se opuso a que el funeral por el asesinato del socialista Enrique Casas a manos de la banda terrorista se celebrase en la catedral del Buen Pastor de San Sebastián. Fueron muchas las ocasiones en las que, durante estos años, los familiares de los asesinados por ETA se veían obligados a salir por las puertas traseras de las iglesias para no ser vistos y no generar así supuestas polémicas.

"Mi obispo me dejó muy claro que, para él, había fieles de primera y fieles de segunda. O sea, como los vascos, que los hay de primera, que suelen ser los nacionalistas, y de segunda, que somos lo no nacionalistas", refleja San Gil en el libro. Hay una estampa que muchos de sus detractores no olvidan. 

Aquella del 20 de enero de 1996 cuando pasó por delante de los hijos, allegados, amigos y empleados del empresario José María Aldaya, secuestrado desde hacía 260 días por ETA, sin detenerse ante ellos para darles una palabras de ánimo y consuelo. Ni siquiera hubo una mirada.  (...)

No faltaron críticas a determinadas operaciones policiales contra el entramado terrorista, denuncias sobre las torturas que sufrían integrantes de ETA o incluso lamentos por la muerte de terroristas en enfrentamientos con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. 

En la larga lista de polémicas declaraciones, en su libro 'Un obispo vasco ante ETA', de 2007, llegó a aludir a los miembros de ETA como "revolucionarios". En esta obra también cuestionaba que la unidad de España pueda considerarse el "único bien moral" defendible.

Sus controvertidas declaraciones, pastorales y homilías no pasaron inadvertidas para el Vaticano, que en el año 2000 intervino para favorecer su renuncia al Obispado. Ya antes el Papa Juan Pablo II había manifestado en varias ocasiones a la Conferencia Episcopal Española su disconformidad con los postulados del prelado nacido en Hernani. Setién dejó el cargo a los 72 años, tres antes de alcanzar la edad oficial de jubilación.  (...)

Su figura era muy reconocida por el entonces lehendakari Juan José Ibarretxe, que recurría con asiduidad a Setién de forma privada para recabar asesoramiento."                 (J. M. Alonso Vitoria, El Confidencial, 10/07/18)

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