"(...) En el sueño húmedo de las élites -“el fin de la historia” de
Fukuyama- la globalización habría borrado las identidades y pasiones
colectivas de la política, así como cualquier necesidad de una cierta
idea de comunidad o pertenencia.
Tanto lo creyeron así que con la crisis
económica vieron incluso una correlación de fuerzas favorable y la
ventana de oportunidad para otra nueva ofensiva oligárquica de recorte
de derechos. En la “modernidad líquida”, los gobernantes rozaban una
democracia individualizada de consumidores y la utopía proto-totalitaria
de una democracia sin pueblo.
Pero como advertía Freud, lo reprimido
siempre vuelve y, a partir de 2011 apareció el fantasma del populismo
indisociablemente unido al retorno de lo político entendido como
antagonismo y construcción del “pueblo” como sujeto colectivo.
Las
élites vieron en este fenómeno social una suerte de anomalía infantil,
animal e irracional exaltada por las bajas pasiones de la plebe mas, en
rigor, no era otra cosa que el síntoma del desmoronamiento de los
regímenes y élites tradicionales, cobrándose la desintegración del campo socialdemócrata como primera víctima.
En general, existen tres grandes asideros identitarios: Dios, la clase y la nación.
Descartando la primera opción en los Estados laicos, la segunda tampoco
parecía más plausible teniendo en cuenta las profundas transformaciones
en el mundo del empleo como la deslocalización de la industria y la
clase obrera tradicional, la emergencia del precariado y el mantra de
“we are all middle-class now”.
Se abría así una carrera hacia lo
nacional-popular, entendido como un lugar vacío aún por construir y en
disputa entre fuerzas progresistas y reaccionarias, un momento
constituyente en el que los distintos pueblos de Europa debían elegir
sobre qué base refundar su país (el “We the People” con el que empieza
la Constitución yankee).
El populismo no es más que una “forma” o
“lógica” política, pero lo que le da un contenido concreto depende de la
elección del adversario: si es el penúltimo contra el último o “la
gente” contra una minoría privilegiada y corrupta, “la casta”.
Debería ser un motivo de orgullo nacional que en España el 15M y sus
secuelas –mareas, PAH, etc- no solo pusieran la primera vacuna a
cualquier rearticulación de las identidades en sentido reaccionario
(racista, por ejemplo), sino que además señalaran el camino y
construyeran los mimbres simbólicos e imaginarios para una mayoría
social nueva, transversal y alternativa a la del régimen.
En este
sentido, Podemos no nació para representar al 15M porque este es, en
rigor, “irrepresentable”, pero sí para llevar esta voluntad colectiva
nueva a derrotar las élites en su propio terreno.
Como el arquero de
Maquiavelo, Podemos apuntó alto para llegar lejos: si bien aún
no ha conseguido el objetivo al que miraba, sí ha conseguido el objetivo
al que apuntaba: enfrentarse a las grandes maquinarias en
hasta seis contiendas electorales, consolidar un espacio político
propio, evitar la restauración del Régimen del 78 y mantener la
posibilidad de seguir abriendo brecha en el futuro desde posiciones
conquistadas decisivas.
La flecha sigue volando alta. (...)" (Íñigo Errejón, La Marea, 05/02/17)
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