"(...) Usted sostiene que todo nacionalismo es “supremacista”.
El sentimiento de identidad y superioridad es la
tierra donde arraiga el nacionalismo. Cuando uno reivindica su identidad
frente a otro no suele ser “porque me siento peor o menos”, sino
“porque me siento más y mejor”.
Y esto en cualquier dirección: cuando
observo el sentimiento de superioridad de muchos españoles respecto de
los portugueses, al viajar a Elvas cada verano, siento por un lado
vergüenza, y por otro ira.
Y, a partir de ahí, todo es ya irracional,
pues se llega a creer que los territorios hacen idénticos a sus
habitantes y con derechos propios. Esa es la tierra de cultivo; y el
odio o el desprecio, el abono con el que tratamos de crear un enemigo
que justifique nuestro victimismo.
Acabamos de oír al presidente del Barcelona su
enésima jeremiada, asegurando que cuando su hinchada pita el himno
nacional español en un campo de fútbol es por los grandes agravios que
se le hacen al “pueblo de Cataluña”.
¿Qué agravios? ¿Y no habíamos
quedado ya, después de la manifestación del 8 de octubre de 2017, que no
había un solo pueblo
de Cataluña? La realidad no les has servido de nada ni enseñado nada,
siguen creyéndose diferentes y mejores: con “Más que un club” en
realidad quieren decir “Más que ningún club”.
En un artículo reciente señaló que, tras el procés, en España “todos necesitaremos un diván”.
Unos, por una razón, y otros, por otra. Los
separatistas, cuando admitan que han sido engañados al mismo tiempo que
ellos trataban de engañar y engañarse. El millón y pico que ha votado
por la separación es tan responsable como los que hoy están en la
cárcel, aunque el grado de responsabilidades sea mayor en quienes han
incitado al delito. Por eso, es tan importante que sientan, todos y cada
uno de ellos, que votando en el referéndum han cometido un delito.
Hasta que no lo admitan, no se habrá conseguido gran cosa. El que roba
en una tienda probablemente cree que ha sido sólo una travesura, una
diversión. El dueño de la tienda seguramente no pensará así —ni lo
creerán las tres mil empresas que se han ido de Cataluña—.
Todos ellos necesitarán, pues, un diván, que les
devuelva al principio de realidad que ha de regir nuestra vida.
Y muchos
de los constitucionalistas también, cuando escuchen a algunos políticos
socialistas catalanes asegurando, por ejemplo, que hay que seguir con
la política de inmersión lingüística en la escuela para “no dividir a
los niños catalanes en razón de su lengua”, que fue exactamente lo que
dijo Franco en 1939: todos han de aprender en castellano para no
dividir. O al tratar de comprender la estrategia, o falta de ella, del
gobierno de la nación, con el inactivo Rajoy a la cabeza.
También ha criticado la indolencia de parte de la sociedad ante el desafío secesionista.
Ante el narcisismo nacionalista, los gobernantes
españoles, socialistas o populares, han reaccionado desde hace treinta
años movidos por cálculos y estrategias de corto plazo. UPyD, que veía
las cosas a largo plazo, pidió la aplicación del 155 al anunciarse el
referéndum del 9 de noviembre, hace tres años. Lo hizo en solitario.
Viendo lo bien que ha sentado a la sociedad civil catalana el 155 ahora
—no, desde luego, al clientelismo independentista y a todos los que han
estado beneficiándose de cargos, alcaldías, subvenciones y demás, que
ven que se les puede acabar el 3%—, muchos no comprenden que no se
hubiera aplicado el 155 entonces; nos habrían evitado a todos los
españoles estos lodos.
Y, sí, la sociedad española en su conjunto ha obrado
con la misma pusilanimidad que sus líderes políticos. Savater, que se
presentó al senado por UPyD en las últimas elecciones, sacó menos votos
en Madrid que el partido animalista. Con esto está dicho todo.
Hay un discurso que defiende
que el conflicto catalán se nutre de dos nacionalismos de signo opuesto
enfrentados entre sí. ¿Es esto cierto?
Por suerte, en España no tenemos una extrema derecha
significativa. Quiero decir, como la que tienen en Alemania, en Francia o
Italia —por no hablar de Austria, Holanda o Hungría—, xenófoba y
racista. De verdad, y peligrosa.
Ese argumento es parte del cinismo
separatista: podemos exhibir la estelada, una
bandera ilegal, en edificios públicos, en el Camp Nou y balcones de
Cataluña, y nos parece bien; ahora, le descubrimos a alguien una
banderita española en la pulsera del reloj y nos escandalizamos y
prorrumpimos alarmados hablando del renacer del nacionalismo español.
El
separatismo tiene ese grado de cursilería. Eso, que ha ocurrido en el
país del diseño y la estetización de la política —fenómeno puramente
fascista por cierto—, no se ha visto nunca en España ni en Europa desde
los tiempos de la Roma de Mussolini y la Alemania de Núremberg.
Un separatista catalán es el más interesado en crear a
un nacionalista español. Y si no lo encuentra, se lo inventará, como se
ha inventado todo, desde “España nos roba” a decir que el Quijote se escribió en catalán. (...)" (Entrevista a Andrés Trapiello, escritor, Óscar Benítez, El Catalán, 26/04/18)
No hay comentarios:
Publicar un comentario