7/5/18

Andrés Trapiello: Viendo lo bien que ha sentado a la sociedad civil catalana el 155 —no, desde luego, al clientelismo independentista — muchos no comprenden que no se hubiera aplicado hace tres años. Nos habría evitado a todos los españoles estos lodos...

"(...) Usted sostiene que todo nacionalismo es “supremacista”.

El sentimiento de identidad y superioridad es la tierra donde arraiga el nacionalismo. Cuando uno reivindica su identidad frente a otro no suele ser “porque me siento peor o menos”, sino “porque me siento más y mejor”.

 Y esto en cualquier dirección: cuando observo el sentimiento de superioridad de muchos españoles respecto de los portugueses, al viajar a Elvas cada verano, siento por un lado vergüenza, y por otro ira. 

Y, a partir de ahí, todo es ya irracional, pues se llega a creer que los territorios hacen idénticos a sus habitantes y con derechos propios. Esa es la tierra de cultivo; y el odio o el desprecio, el abono con el que tratamos de crear un enemigo que justifique nuestro victimismo.

Acabamos de oír al presidente del Barcelona su enésima jeremiada, asegurando que cuando su hinchada pita el himno nacional español en un campo de fútbol es por los grandes agravios que se le hacen al “pueblo de Cataluña”. 

¿Qué agravios? ¿Y no habíamos quedado ya, después de la manifestación del 8 de octubre de 2017, que no había un solo pueblo de Cataluña? La realidad no les has servido de nada ni enseñado nada, siguen creyéndose diferentes y mejores: con “Más que un club” en realidad quieren decir “Más que ningún club”.

En un artículo reciente señaló que, tras el procés, en España “todos necesitaremos un diván”.

Unos, por una razón, y otros, por otra. Los separatistas, cuando admitan que han sido engañados al mismo tiempo que ellos trataban de engañar y engañarse. El millón y pico que ha votado por la separación es tan responsable como los que hoy están en la cárcel, aunque el grado de responsabilidades sea mayor en quienes han incitado al delito. Por eso, es tan importante que sientan, todos y cada uno de ellos, que votando en el referéndum han cometido un delito. 

Hasta que no lo admitan, no se habrá conseguido gran cosa. El que roba en una tienda probablemente cree que ha sido sólo una travesura, una diversión. El dueño de la tienda seguramente no pensará así —ni lo creerán las tres mil empresas que se han ido de Cataluña—.
Todos ellos necesitarán, pues, un diván, que les devuelva al principio de realidad que ha de regir nuestra vida.

 Y muchos de los constitucionalistas también, cuando escuchen a algunos políticos socialistas catalanes asegurando, por ejemplo, que hay que seguir con la política de inmersión lingüística en la escuela para “no dividir a los niños catalanes en razón de su lengua”, que fue exactamente lo que dijo Franco en 1939: todos han de aprender en castellano para no dividir. O al tratar de comprender la estrategia, o falta de ella, del gobierno de la nación, con el inactivo Rajoy a la cabeza.

También ha criticado la indolencia de parte de la sociedad ante el desafío secesionista.

Ante el narcisismo nacionalista, los gobernantes españoles, socialistas o populares, han reaccionado desde hace treinta años movidos por cálculos y estrategias de corto plazo. UPyD, que veía las cosas a largo plazo, pidió la aplicación del 155 al anunciarse el referéndum del 9 de noviembre, hace tres años. Lo hizo en solitario. 

Viendo lo bien que ha sentado a la sociedad civil catalana el 155 ahora —no, desde luego, al clientelismo independentista y a todos los que han estado beneficiándose de cargos, alcaldías, subvenciones y demás, que ven que se les puede acabar el 3%—, muchos no comprenden que no se hubiera aplicado el 155 entonces; nos habrían evitado a todos los españoles estos lodos.

Y, sí, la sociedad española en su conjunto ha obrado con la misma pusilanimidad que sus líderes políticos. Savater, que se presentó al senado por UPyD en las últimas elecciones, sacó menos votos en Madrid que el partido animalista. Con esto está dicho todo.

Hay un discurso que defiende que el conflicto catalán se nutre de dos nacionalismos de signo opuesto enfrentados entre sí. ¿Es esto cierto?

Por suerte, en España no tenemos una extrema derecha significativa. Quiero decir, como la que tienen en Alemania, en Francia o Italia —por no hablar de Austria, Holanda o Hungría—, xenófoba y racista. De verdad, y peligrosa. 

Ese argumento es parte del cinismo separatista: podemos exhibir la estelada, una bandera ilegal, en edificios públicos, en el Camp Nou y balcones de Cataluña, y nos parece bien; ahora, le descubrimos a alguien una banderita española en la pulsera del reloj y nos escandalizamos y prorrumpimos alarmados hablando del renacer del nacionalismo español. 

El separatismo tiene ese grado de cursilería. Eso, que ha ocurrido en el país del diseño y la estetización de la política —fenómeno puramente fascista por cierto—, no se ha visto nunca en España ni en Europa desde los tiempos de la Roma de Mussolini y la Alemania de Núremberg.

Un separatista catalán es el más interesado en crear a un nacionalista español. Y si no lo encuentra, se lo inventará, como se ha inventado todo, desde “España nos roba” a decir que el Quijote se escribió en catalán. (...)"                      (Entrevista a Andrés Trapiello, escritor, Óscar Benítez, El Catalán, 26/04/18)

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