" (...) Hroch distingue tres fases en los procesos de transformación nacional.
En la fase A, un pequeño grupo de intelectuales apasionados, que llama
“patriotas”, manifiesta su interés por la cultura y tradiciones de la
pequeña nación.
En la fase B, los patriotas organizan una intensa
agitación nacionalista en el marco de asociaciones y agrupaciones
nacionales, en revistas y publicaciones.
Durante la fase C, el
movimiento nacional adquiere una dimensión de masas e integra a la clase
obrera. Según los casos se reclama la autonomía política o la
construcción de un Estado propio. (...)
Desde la perspectiva de las transformaciones
económicas, a finales del siglo XVII y durante todo el XVIII, como ha
explicado Pierre Vilar, se verificó un proceso mediante el cual la
agricultura catalana empieza dejar de producir para el autoconsumo y
hacerlo para el mercado, especialmente, en las comarcas costeras con la
exportación de vinos y aguardientes.
Paralelamente, aparecen las
manufacturas textiles, las llamadas indianas, que señalan el inicio del
desarrollo capitalista. La máquina de hilar más sencilla, spinnig jenny,
se introdujo en Catalunya en 1784 y a principios de la década de 1790
su uso ya se había generalizado en el Principado. En 1833 se instaló en
Barcelona la primera fábrica moderna con máquina de vapor y surge la
clase capitalista y su antagónica la clase obrera.
Según el esquema de Miroslav Hroch, si entonces hubiese
aparecido un movimiento a favor de la construcción de la nación
catalana, éste probablemente hubiera sido capaz de integrar a estas dos
clases sociales. Sin embargo, ocurre que en este periodo las élites
catalanas apuestan decididamente por protagonizar un papel hegemónico en
la construcción de un Estado español moderno, en clave constitucional, e
impulsar la modernización e industrialización de las atrasadas
estructuras económicas del país.
Por otro lado, la clase obrera catalana
se organiza sindical y políticamente en el marco del conjunto del
Estado, en clave internacionalista.
Así, pues, el nacimiento del movimiento nacional
catalán, se produce tras el fracaso de las élites catalanas de comandar
este proceso de modernización capitalista de España y cuando tanto la
alta burguesía como el proletariado se encuadran en organizaciones
políticas de ámbito estatal.
De modo que serán las clases medias y
algunos sectores minoritarios de la alta burguesía quienes conformen el
movimiento nacional, lo cual impide culminar el proceso de construcción
nacional.
El tránsito a la fase B, de agitación nacional, puede
ubicarse en la década de 1880 tras el hundimiento de la Primera
República que señala el fracaso del proyecto de la burguesía catalana de
liderar la democratización, modernización e industrialización del
Estado español. (...)
La crisis de Estado provocada por la pérdida de los restos del imperio
colonial español, en 1898, propició que sectores de la burguesía
catalana que se habían mantenido en el marco de los partidos españoles
de la Restauración, volviesen su mirada hacia los catalanistas y
apoyasen a la Lliga Regionalista fundada en 1901.
Sin embargo, aunque la
Lliga consiguió implantarse entre sectores importantes de la burguesía
catalana, no consiguió atraerse a la clase obrera que se encuadró en las
filas del republicanismo radical de Alejandro Lerroux, ferozmente
anticatalanista, tras el fracaso de la huelga general de 1902 impulsada
por los anarquistas y posteriormente en la central anarcosindicalista,
CNT.
El carácter conservador, monárquico y confesional de la Lliga
propició diversas escisiones de catalanistas republicanos, laicos y
progresistas, la primera de ellas el Centre Republicà Nacionalista
(1906) o más tarde Acció Catalana (1922), que lograron atraerse a
sectores de la pequeña burguesía, pero que fue incapaz de integrar a la
clase obrera.
También fracasaron los intentos de crear un partido
laborista catalanista con una base trabajadora como la Unió Socialista
de Catalunya (1923). Aquí debemos mencionar la constitución del primer
partido político claramente separatista e insurreccional Estat Catalá
(1922), liderada por Francesc Macià.
El movimiento catalanista, según el esquema de Hroch,
no pudo realizar el tránsito a la fase C; es decir, si bien logró
convertirse en un movimiento de masas no pudo conseguir la integración
del movimiento obrero, pero tampoco de amplios sectores de la alta
burguesía.
En realidad, la formación del catalanismo político con una
base de masas mesocrática, se produce cuando desde hacía décadas se
había desarrollado la industrialización y la formación de una clase
obrera organizada en clave internacionalista.
La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) propició
la aproximación entre catalanistas, republicanos, anarquistas y
socialistas. En los primeros compases de la Segunda República, se fundó
ERC donde confluyen el separatismo de Estat Català y el Partit Republicà
Català de Lluís Companys, federalista y catalanista, pero que a pesar
de su perfil izquierdista tampoco conseguirá superar los límites de la
pequeña burguesía radical ni logrará integrar a la clase obrera que
continuará con su militancia anarcosindicalista y una parte de la cual,
tras el estallido de la Guerra Civil, militará en las filas del PSUC.
El proceso soberanista
Durante la dictadura franquista, el movimiento
nacionalista catalán realiza una especie de recapitulación de las etapas
que había cubierto con anterioridad. Así, durante las décadas 1940-1960
parece rememorar la fase A, de reivindicación de la cultura y lengua
catalanas, en la década de 1960-1980 se sucede la agitación
nacionalista, típica de la fase B.
Durante este periodo, la alta
burguesía, con fuertes vinculaciones políticas y económicas con el
régimen franquista, no mostró demasiadas simpatías con el proyecto de
reconstrucción del catalanismo político, liderado por Jordi Pujol. Por
su parte, la clase trabajadora, de origen inmigrante, se organizó en un
sindicato de ámbito estatal como CC.OO y en un partido, PSUC, vinculado
al PCE.
El giro soberanista del catalanismo conservador y los avatares del procés
han reafirmado el carácter “desintegrado” o “fragmentado” del
movimiento nacionalista catalán. A pesar de su carácter de masas ha
vuelto a mostrarse incapaz de transitar hacia la fase C al no poder
integrar ni a amplios sectores de la alta burguesía, que ha mostrado su
hostilidad al proyecto secesionista con la fuga de empresas, ni de la
clase obrera con su voto masivo a una fuerza contraria al nacionalismo
como Ciudadanos. (...)
Por lo tanto, la “pequeña nación” catalana no pudo completar su proceso
de construcción. Estas contradicciones de fondo se han replanteado
crudamente en el marco del proceso soberanista que, en el esquema de
Hroch, podría considerarse como un intento fallido de alcanzar la fase C
y conseguir el estatuto de “nación integrada”.
El éxito de la nación se
mide por la difusión de la conciencia nacional entre la población. El
separatismo puede ser un obstáculo para la propagación del sentimiento
nacional desde el momento en que la ciudadanía, por la razón que sea,
permanece apegada a un Estado contra el que luchan los independentistas.
La difusión de la conciencia de la nación “pequeña” no conlleva
obligatoriamente la destrucción de la nación “grande”.
La nación
integrada implica una lucha por un cierto grado de autonomía nacional,
que no conduce necesariamente a la soberanía política y la secesión.
Unas contradicciones de fondo que el proceso soberanista ha mostrado con
toda su crudeza y magnitud." (Antonio Santamaría, Crónica Popular, 20/04/18)
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