"(...) Percibí que se estaba gestando una escalada del conflicto. Es decir, que
la determinación independentista se había hecho más fuerte, y así
también la determinación del Gobierno central para impedirla.
Lo que
pasó es que los independentistas no esperaban que el Estado pudiese
controlar el territorio tan rápidamente, y el Gobierno central no
esperaba que los independentistas pudiesen llevar hasta las últimas
consecuencias su voluntad a través una votación considerada ilegal. (...)
¿Alguien se puso en contacto con usted?
La petición vino del ámbito independentista. Habían leído mis
artículos en algunos medios italianos sobre el tema catalán. Me
contactaron personas cercanas al núcleo del Govern que buscaban
desesperadamente conexiones europeas. Buscaban una atención mayor a
nivel mediático. (...)
Personalmente, considero que los atentados, directa o indirectamente,
sirvieron para señalar que existe en el corazón de Europa un problema
político. De hecho, el efecto del 17-A es el de encender una especie de
faro. Y los independentistas se dan cuenta de ello si pensamos en las
protestas durante la manifestación contra el terrorismo del 26 de
agosto.
Entienden que la crisis no puede ser sólo hispano-catalana, así
que buscan internacionalizarla con la idea veleidosa de que pudiesen
encontrar la benevolencia, o la no beligerancia, de los Estados de la
UE.
¿Qué se propuso hacer tras ese primer contacto?
Creí que era necesario que de alguna manera las instituciones
europeas interviniesen para intentar, si no una mediación, sí para dar
una señal de que no había ninguna distracción sobre lo que estaba
pasando aquí. Escribí un texto y lo envié a personalidades italianas con
peso político.
Lo firmaron Prodi [presidente de la Comisión Europea
entre 1999 y 2004; presidente del Consejo italiano entre 1996 y 1998 y
entre 2006 y 2008] y Piero Fassino [ministro en dos ocasiones en los
gobiernos de centro-izquierda; secretario de los Demócratas de Izquierda
entre 2001 y 2007; alcalde de Turín entre 2011 y 2016]. (...)
El llamamiento se publicó en La Vanguardia el 20 de septiembre.
¿Qué objetivo tenía el llamamiento?
Hacer llegar el mensaje de que la cuestión nos preocupaba mucho. No había ninguna idea de ir más allá.
¿Suponía una involucración directa del Gobierno italiano? ¿O del Partido Demócrata (PD)?
Nunca pensé en un rol italiano en los acontecimientos. Habría sido un
error involucrar directamente a nuestras instituciones democráticas.
Pero no podía ser tampoco un genérico manifiesto de intelectuales.
Fassino representa al PD y a sus relaciones internacionales. Y Prodi
representó durante años a nuestro país y también a las instituciones
europeas. De hecho, cuando Puigdemont no sabe qué hacer, es Donald Tusk
el que le saca las castañas del fuego [el 10-O ]. Tusk es en realidad un
ventrílocuo de Merkel. Pero Merkel no puede entrar directamente en la
cuestión catalana.
En los días siguientes, ¿tuvo otros contactos en Italia?
Tras el 1-O, intenté contactar con la Iglesia católica. Me hicieron llegar que no querían ocuparse de la cuestión.
De hecho, cuando Puigdemont no sabe qué hacer, es Donald Tusk el que
le saca las castañas del fuego [el 10-O ]. Tusk es en realidad un
ventrílocuo de Merkel. Pero Merkel no puede entrar directamente en la
cuestión catalana.
En los días siguientes, ¿tuvo otros contactos en Italia?
Tras el 1-O, intenté contactar con la Iglesia católica. Me hicieron llegar que no querían ocuparse de la cuestión. (...)
¿Vino a Barcelona tras el 1-O?
Sí, la noche del 2 de octubre. Al día siguiente me llama un amigo
italiano cercano a los independentistas, Nicola Padovan. Me dice que
Raül Romeva quería verme. Llega una invitación para cenar la noche del 4
de octubre en el Palau de la Generalitat .
¿Quién estuvo en la cena?
Romeva, Puigdemont, Padovan y yo.
¿De qué hablaron?
Confirmé mi interés de echar una mano para una mediación en el caso
de que hubiese sido una opción posible. No se trataba de una mediación
entre Estados, sino sencillamente de facilitar un diálogo en una
dirección. Me permití también hacerles unas sugerencias.
Al no tener una
mayoría absoluta consistente y al rechazar claramente el conflicto
armado –y Puigdemont asentía–, les recordé la vieja enseñanza de los
reformistas: para que tus ideas sean convincentes, deben ser
convincentes para los demás.
Así que insistí en que fuese a Madrid, lo
que le propuso más adelante también Iceta, el inteligente líder de los
socialistas catalanes y teórico de la Tercera Vía. E insistí también
para que convocase elecciones antes de que las convocase Rajoy.
La noche anterior se había emitido el mensaje del Rey.
Puigdemont estaba muy decepcionado. “Si hubiese pronunciado la
palabra diálogo, me hubiese quedado entre la espada y la pared”, me
dijo. Me pareció sincero. Me comentó también que pensaba que la
República catalana podría ser aceptada en la nueva Europa.
¿Le pareció ingenuo?
Entiendo que Europa reactivó los volcanes apagados por la historia.
Pero es difícil pensar en una Cataluña separada del resto de España. Le
hablé de otras posibles soluciones. Nombré Baviera. Puigdemont asintió.
Entonces le pregunté: “¿Estarías a favor de volver al Estatut?” Y
contestó: “¡Ojalá! Pero Madrid no concede nada. Estamos obligados a
hacer todo esto.”
¿Todo se hizo en realidad para volver al Estatut?
No lo sé. Lo que entendí es que habían tenido unas conexiones internacionales que luego han desaparecido.
¿Con quién?
Esa noche le dije a Puigdemont: “Estos americanos hacen siempre así
con todo el mundo…”. Él asintió. Un tema es desestabilizar Europa y
utilizar estos movimientos… Otro es ir hasta las últimas consecuencias.
¿Qué papel tuvo Estados Unidos?
Imagino que no prometieron nada. Sencillamente no miraron con
antipatía el proceso. El Govern pensó en algún reconocimiento. Hay una
forma de naïveté, de ingenuidad, en todo esto. El tema es que
cuando Trump se reúne con Rajoy a finales de septiembre dice claramente
que la alianza atlántica no puede contemplar separaciones dentro de su
territorio.
Ahí hay una negligencia política fundamental: lo de la OTAN
era la primera cuestión que los independentistas tenían que verificar.
Lo que pasa es que vivían dentro de su épica.
¿Jugaron un papel también Israel y Rusia?
No tengo pruebas, son sólo mis percepciones. Seguramente los
israelíes tienen conexiones muy importantes en Cataluña. Y los rusos se
sabe que intentaron utilizar el tema catalán para desestabilizar Europa,
como hicieron con otros procesos y movimientos políticos.
Observando la
geopolítica del Mediterráneo, la desestabilización catalana tenía un
doble objetivo: el reflejo de la desestabilización española en la UE y,
como ballon d’essai, servía para ver si es factible una nueva
configuración de un mundo global en que se pueden cambiar las reglas que
se ha dado la UE.
Una Cataluña que se convirtiera en una gran Andorra,
con ventajas fiscales, hubiese sido útil para permitir el ingreso de
capitales y, posteriormente, para crear posibles nuevas alianzas
internacionales.
¿Quién pensó en esto?
Se trata de intentos… El nuevo orden mundial es en realidad un nuevo
desorden mundial en que es obvio que se insertan elementos de
desestabilización. En el caso catalán, además, eran a coste cero porque
se aprovechó algo que ya existía. Cuando se crean unos vacíos, siempre
hay unas fuerzas externas que interaccionan.
Piénsese en la crisis
institucional en Italia con el escándalo de Tangentopoli y el final de
la Primera República. Con la crisis de la hegemonía
anglo-estadounidense, los players internacionales son muchos:
China, Rusia y diferentes potencias regionales con cierta influencia,
sobre todo en el Mediterráneo (Turquía, Irán, Arabia Saudí, Israel,
Qatar). Todo esto no es ajeno a lo que ha pasado aquí.
Estamos demasiado
concentrados en pensar la crisis catalana como una variable
independiente de la originalidad hispánica. En realidad es una falla
tectónica mucho más grande de un sistema de alianzas.
¿Los dirigentes independentistas han sido utilizados?
Creo que hubo una aceleración debida a condiciones más favorables. No
veo contradicciones en esto con la afirmación europeísta de los
independentistas. En esto se parecen a los 5 Estrellas. Ellos tampoco se
decían antieuropeístas al principio. Sin embargo, la inercia les lleva
obligatoriamente hacia otro tipo de adhesión.
¿Tuvo otros contactos con el Govern posteriormente?
Al día siguiente de la cena en el Palau llamé a Romeva y le dije que
fuera inmediatamente a Bruselas para hablar con alguien. ¿Qué sentido
tenía que se quedasen con los brazos cruzados en Barcelona? Romeva fue a
Bruselas, intentó hablar con Tajani [presidente del Parlamento Europeo y
miembro del Partido Popular Europeo] y otros dirigentes europeos, pero nadie le contestó. Insistí para que no se aislaran.
Lo que pasó después…
Sí, efectivamente. Puigdemont no quiso convocar elecciones y cayó en
la trampa que le tendió Rajoy. De todos modos, cuando se llegó a un
acuerdo el 25 de octubre, hubo una actuación inútilmente jacobina de
ERC.
¿Qué ha quedado al final del Procés?
Por un lado, la prueba de que existe una crisis de las clases
dirigentes en Europa. Tras la crisis de las ideologías, la única cosa
colectiva que queda es la mística de la nación. Por el otro, una cosa
que me despierta curiosidad: los revolucionarios en la historia han
declarado siempre que su objetivo era el de obtener el poder.
Aquí sin
embargo el grupo dirigente independentista estaba en el poder. Hicieron
una revolución para perder el poder. Es una paradoja política. Pensaban
obtener la independencia y han perdido la autonomía. Este es el
resultado dramático de estos acontecimientos.
¿Qué escenarios futuros prevé?
Creo que los independentistas deben volver a un minimalismo para no
perder completamente la autonomía. Y sobre todo declinar el
cosmopolitismo de Barcelona, que no debe ser tanto la capital de
Cataluña, sino la capital del sur de Europa. No el punto de referencia
de los valles catalanes, sino de todo el Mediterráneo. Es la ambición lo
que debe ser diferente.
¿Cuál es la visión desde fuera de la presencia de Puigdemont en Bélgica?
Puigdemont elige Bruselas simbólicamente porque es la capital de la
UE, pero en realidad porque puede gozar del apoyo de los nacionalistas
flamencos. Ha creado una crisis en Bélgica por la fragilidad de su
sistema político.
Puigdemont juega con el recuerdo de Tarradellas y la
épica de los gobiernos en el exilio, intentando que pase el discurso de
que en España no hay democracia. No lo consigue, aunque suscita algún
interrogante. Es cierto que si hubiese una mayor estabilidad en Europa,
se pediría a Rajoy que abriese unos canales de diálogo, quizás con una
amnistía…
¿Cuáles han sido los errores de Rajoy?
El de no haber gestionado un problema político imaginando que la
victoria sobre el independentismo le traería ventaja electoral. Ha sido
un cálculo cínico que además ha producido la no irreductibilidad del
cuadro dirigente independentista, el surgimiento de posiciones más
nacionalistas que las del PP y el reforzamiento de un partido
minoritario como Ciudadanos.
¿El independentismo catalán puede ser tildado de populismo?
Cuando veo el pueblo que se manifiesta en las plazas animado por una
pasión, me hago siempre algunas preguntas. Solemos identificar este
espíritu con el neologismo populismo o “pueblocracia”, como la llama
Marc Lazar.
Sin embargo, en el caso catalán percibo un sentimiento
nacional o identitario que es el estatuto de la derrota perenne. Aunque
la hayan llamado la revolución de las sonrisas, hay una gran melancolía
de fondo. Es la eterna búsqueda de la isla que no existe. Es algo
bastante infantil. No he visto la rabia contra el opresor por la
liberación, como en Palestina.
Aquí se habla de libertad, pero no se
puede decir que no haya libertad. Es una melancolía que atraviesa toda
Europa, que vive el mayor nivel de bienestar, pero está insatisfecha y
frustrada.
¿El cierre identitario puede convertirse en algo más preocupante?
Todo nacionalismo es un movimiento reaccionario. Esta conexión con la
identidad y la nación es hija de la gran crisis de las familias
políticas que gobernaron Europa tras 1945, la popular-conservadora y la
socialista.
Cuando entran en crisis, paradójicamente justo después de la
derrota de su enemigo internacional –el comunismo–, se vuelve al viejo
nacionalismo. Es una ola. No se resuelve con nuevas elecciones. Esta
vuelta caprichosa a ideas que no llevan a ningún lado se supera sólo con
nuevas ideas.
¿Cuáles? Los Estados Unidos de Europa y la unión política
y comercial del Mediterráneo. Las nuevas generaciones deben buscar
nuevos objetivos en vez de volver a la épica de sus abuelos. Esto
debería enseñarnos la historia." (Entrevista a Vittorio 'bobo' Craxi, Steven Forti, CTXT, 20/03/18)
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