"La primera vez que fui consciente de que había una parte importante
de la sociedad catalana que, por decirlo de buenos modos, no respiraba realidad fue con ocasión del entierro-manifestación de Ernest Lluch.
Ante muchos miles de ciudadanos que cubrían el paseo de Gràcia
barcelonés, la periodista radiofónica Gemma Nierga lanzó una proclama de
actualidad aún rabiosa: exigió a los políticos que negociaran. Grandes aplausos.
Tengo viva en mi memoria la indignación que me causó entonces y la
que se fue acumulando a lo largo del tiempo. Una periodista, ejerciendo
de poder político teñido de civilismo "buenista" --cuando aún no se
usaba esta palabra-- les pedía a los presentes que "dialogaran" con ETA.
Luego vino lo que vino, y de haber seguido la consigna aún estaríamos con los muertos y los atentados,
y las almas buenas seguirían con las mismas sugerencias, siempre y
cuando no afectaran a su tribu. Porque si algo hemos aprendido es que
hasta en las sociedades más desarrolladas la vinculación a la tribu
sigue siendo algo intangible, de tan arraigado.
¿Acaso han olvidado que
mientras Carod-Rovira, amén de líder de Esquerra Republicana, ejercía
de vicepresidente de la Generalitat del Tripartito, pidió a ETA en vivo y
en directo que no hubiera atentados en Cataluña? Como los de fuera no
eran de la tribu, la cosa no debía entrar en sus inquietudes. Quizá sea
esto a lo que se denomina "dialogar" en términos políticos. (...)" (Gregorio Morán, Cronica global, 10/02/18)
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