"(...) Ronse
(Flandes), con unos 25.000 habitantes, es un pueblo con facilidades
lingüísticas para los francófonos. En Bélgica hay 15 pueblos de este
tipo: cinco en Flandes, cuatro en Valonia y seis en la periferia de
Bruselas.
En estas ciudades la Administración funciona en el idioma de
la región en la que se encuentran (neerlandés si están en Flandes,
francés si están en Valonia) aunque si el ciudadano lo solicita, están
obligados a ofrecerle los servicios en cualquiera de las dos lenguas.
Según cuentan los vecinos de Ronse, el bajo precio de la vivienda, la
cercanía a la frontera y el hecho de ser un municipio con facilidades
lingüísticas han atraído en los últimos años mucha inmigración, que
habla mayoritariamente francés.
Ignace Michaux es concejal del Ayuntamiento de Ronse
por el partido democristiano, ganador de las últimas elecciones
municipales del pasado mes de noviembre. Explica que hay un 20% de
extranjeros de 70 nacionalidades y, para él, el problema es que estas
personas no aprenden neerlandés cuando van a la ciudad a vivir.
No opina
lo mismo Murol, un turco que regenta un restaurante de kebabs, quien dice dominar el flamenco y cuenta que se ven obligados a aprenderlo para poder trabajar.
La cafetería de la Grande Place de Ronse tiene una interminable barra de
madera iluminada con una luz cálida que contrasta con el frío helador
que hace en la calle. Llueve, pero amenaza con nevar.
Cuatro miembros de
la Asociación de Mujeres Jóvenes de Ronse charlan y toman un chocolate
caliente. Pese al nombre de la asociación, tres de ellas están
jubiladas: Jeannette, Ginette y Monique. A la cuarta no le cierra la
chaqueta a la altura del ombligo. Es Isabelle. Tiene 38 años y le queda
un mes para dar a luz.
Cuenta que "los recién llegados" están obligados a
recibir cursos de flamenco para aprender el idioma y poder así acceder a
ayudas públicas. Dice que no tienen inconveniente en viajar a Valonia
(a solo tres kilómetros) e incluso dice que de vez en cuando va en coche
a comprar a un supermercado valón.
Las demás reconocen que prefieren no
comprar allí. "Aquí tenemos de todo así que no necesitamos ir a
Valonia. De hecho son ellos los que vienen aquí porque nosotros tenemos
más servicios", dice Jeannette (67 años) tras dar un sorbo a su
chocolate.
Las vecinas niegan que el conflicto lingüístico tenga traslación en el
plano social. "El separatismo no es un problema en la calle. Es un
problema de los políticos. A nosotras nos da igual qué idioma hablar, ya
lo ves", dice en francés.
Durante la conversación repiten hasta 15
veces términos que dejan ver que la frontera entre Flandes y el resto
del país, aunque no sea física, es mental. De sentimiento. "Alóctono",
para referirse a un valón que viene a Ronse, "extranjero", "recién
llegado"... Separarse es una alternativa no exenta de riesgos.
"La
independencia es una opción pero hay que pensar más allá. Si fuéramos
independientes ¿Flandes sería tal y como lo conocemos ahora? Más rico,
con recursos... y además ¡tendríamos que decidir con quién se va la
región de Bruselas!", reflexiona Jeannette. Uno de los mayores problemas
es repartirse el pastel de la región de la capital.
En Nukerke, un pueblo de 800 habitantes en el interior de Flandes, a
unos 10 kilómetros de la frontera con Valonia, nadie utiliza el francés
en su vida diaria. No hay tiendas ni bares. La vida está hoy concentrada
en el local parroquial.
Celebran el tradicional Sinterklaas (San
Nicolás) y los niños del colegio católico hacen allí una fiesta en la
que cantan y bailan para sus padres y sus abuelos. "Para nosotros cruzar
a Valonia es normal, porque vivimos muy cerca y no tenemos problema en
ir al otro lado, pero no solemos ir a comprar allí", explica Steven
Wieleman, profesor de gimnasia, que domina perfectamente inglés y
francés.
"Estamos cansados de la lucha política, la mayoría no se quiere
separar. Los políticos hacen los problemas más grandes de lo que son",
añade. Mientras los asistentes a la celebración dan palmas, los niños
siguen bailando, esta vez, una versión del famoso Gangnam Style traducida al neerlandés.
Aunque los ciudadanos están de acuerdo con Wieleman,
hay razones que aumentan la distancia y hacen que flamencos y valones
estén tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Al otro lado de la
frontera, en la ciudad de Lessines (Valonia), Eugène, ingeniero jubilado aficionado a la fotografía, reflexiona sobre las causas que han llevado a Flandes a votar al Nueva Alianza Flamenca
(NVA, el centro derecha nacionalista) en las últimas elecciones.
"Antes
Valonia era la parte rica porque tenía la siderurgia y las minas de
carbón. Cuando las minas se cerraron, fueron los flamencos quienes se
aprovecharon del sistema de ayudas y ahora tienen el poder económico
porque se han enriquecido trabajando mucho. El paro está ahora en el
lado valón y los flamencos no quieren pagar con su aportación al Estado
los subsidios de desempleo de nuestros parados, aunque cuando era al
revés nosotros les dimos trabajo".
"Hace 40 años, cuando veíamos a los obreros
trabajando un sábado, eran siempre flamencos que habían venido a
trabajar", cuenta Philippe.
Los vecinos reconocen que los valones no dominan el neerlandés y el
conflicto lingüístico ligado a las diferencias económicas alimenta la
distancia. "Flandes quiere que Bélgica sea una confederación: cada uno a
lo suyo y cuando haya que tomar una decisión que afecte a todos nos
reunimos puntualmente y la tomamos en común. Ser casi independiente sin
independizarse", dice Eugène. "Bélgica es como un divorcio amistoso: por
los hijos nos ponemos de acuerdo", concluye Philippe. (...)
El hijo del que habla es la región de Bruselas, donde
se encuentra la capital del país. Bruselas incluye los organismos
oficiales, los órganos de representación europeos y la sede de la OTAN.
Una isla bilingüe rodeada de territorio flamenco que resulta un punto
estratégico por ser la capital financiera del país.
Mayoritariamente se
habla francés, pero hay detalles que siempre recuerdan el bilingüismo.
Al pedir un billete de metro en una máquina, aunque la pantalla esté en
francés, el tique se imprime en ambos idiomas.
En la periferia de la región de Bruselas, hay seis
municipios flamencos con facilidades lingüísticas para los francófonos.
Uno de ellos es Kraainem, cuyo alcalde no ha sido investido desde
octubre por enviar algunas convocatorias electorales en francés en lugar
de exclusivamente en neerlandés como exige la normativa. La ciudad es
una especie de enorme urbanización de chalets de lujo. En su interior,
funcionarios europeos, trabajadores de la OTAN y familias adineradas.
Arnold d'Oreye, del partido Federalista Demócrata Francófono, gobierna
esta ciudad flamenca y, aunque su partido defienda a los francófonos, el
Ayuntamiento debe celebrar los plenos en neerlandés, ofrecer los
servicios al ciudadano en flamenco y emitir los informes y documentos
oficiales completamente en neerlandés. "Ha sido mi pequeña batalla
personal", decía reclinado en uno de los sillones del salón de su casa,
un chalet decorado con muebles antiguos y cuadros del renacimiento.
Pero el lenguaje le delata y plantear un gobierno en
clave de batalla no es lo que los ciudadanos dicen necesitar, aunque le
voten. Dos colegios, uno en cada idioma, duplicidad de asociaciones, dos
clubes de tenis... todo en paralelo para satisfacer tanto a
neerlandófonos como a francófonos. Juntos pero no revueltos.
"A algunos
políticos les viene bien escudarse en el conflicto lingüístico porque
así no tienen que ocuparse de los problemas reales de la población",
cuenta Bertrand Waucqet, representante de Kraainem Unie,
el segundo grupo político que ha aparecido con fuerza en la ciudad y ha
obtenido el 20,6% de los votos en las últimas elecciones municipales.
Kraainem Unie promueve el bilingüismo activo y la convivencia, con el
objetivo de centrarse en los problemas reales de la ciudad.
Los esfuerzos de quienes todavía creen en la unión se
concretan a pequeña escala, en los detalles de todos los días, porque
parece que la pareja entre Flandes y Valonia quiere cada vez más
independencia y menos reconciliación.
"Yo creo que es bueno que siga la
región de Bruselas, no para garantizar la unidad de Bélgica sino porque
es una zona de contacto de idiomas y de culturas y de esta manera
podemos pensar más allá de los problemas locales", dice Bertrand
Waucqet. Su compañero, Carel Edwards no es tan optimista: "Bélgica es
como unos gemelos siameses, unidos extrañamente por alguna parte, que
querrían ir cada uno por su lado pero se ven obligados a caminar así". (El País, 17/12/12)
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