"(...) Pregunta.– El socialista francés Manuel Valls insiste
en que deberíamos respondernos qué significa ser español. ¿Usted tiene
una respuesta?
Respuesta.– Ser español, como ser francés, implica un
sentimiento de pertenencia a una misma comunidad, la conciencia de
compartir valores y tradiciones semejantes y proyectar un mismo
porvenir. Lamentablemente España es la única nación europea que sigue
interrogándose sobre su existencia en vez de esforzarse por continuar
construyéndose.
Aunque nos incomode reconocerlo, vivimos en un país
asustado que siempre ha sido algo extraño. Esta debilidad del
sentimiento nacional nos diferencia de todas las naciones de nuestro
entorno, donde la pertenencia a una comunidad se da por sentada y se
recibe gozosamente como una herencia cívica. (...)
Nuestra crisis nacional parte de nuestros errores, no de las insidias de
los nacionalistas, ni de su compañera de viaje, una izquierda
desnaturalizada. Lo que resulta verdaderamente escandaloso, porque
responde a una dejación de responsabilidades de los gobernantes, es que
los españoles hayan carecido de una idea de nación que les garantice
seguridad en momentos como éstos, y que permita enfrentar la ofensiva
separatista desde una posición de superioridad intelectual, mayor
eficacia política y mejores recursos de veracidad histórica. (...)
De todas formas, la miopía que impide el reconocimiento de los logros de
nuestro país y su posición en la cabecera del mundo tiene que ver con
las turbulencias de España en su historia más reciente.
Es el único país
de su entorno que en pleno siglo XX ha tenido una guerra civil y una
larga dictadura que han pulverizado el marco político, mientras en
Europa convivían el liberalismo, la democracia cristiana y la
socialdemocracia, con una misma idea de civilización, de cultura y de
Estado nacional. (...)
«Nosotros somos quienes somos, basta de historia y de cuentos», ya lo
dijo el poeta Gabriel Celaya empujando una movilización ciudadana que
nos devolviera el orgullo de ser español. (...)
Ha triunfado un nacionalismo de la cartera basado en la reivindicación
de un bienestar económico que no ha sido saqueado por la crisis, sino
por el expolio de los españoles. La liberación del pueblo adquiere una
textura mucho menos lírica que hace 30 años: precisamente por ello ha
conseguido triunfar.
Porque ha conseguido relacionar el sufrimiento de
la gente con la condición de sometimiento de la verdadera nación. Pero
el nacionalismo independentista no hubiera llegado a donde llegó con su
golpe de Estado desde las propias instituciones políticas si no hubiera
sido acompañado en su viaje por la fuerza emocional y destructora del
populismo. (...)
P.–Se suele señalar que las zonas de Cataluña donde el
independentismo es hegemónico son aquellas de fuerte arraigo carlista,
¿es una coincidencia?
R.–En absoluto, el nacionalismo, como hijo del
carlismo, prendió con fuerza en las zonas donde se atrincheraron las
fuerzas contrarias a la España constitucional. El catolicismo
fundamentalista, la demonización de un liberalismo progresivamente
abierto a los sectores populares, el miedo a la modernización social y
política que experimentaban los Estados europeos de la época, incluido
España, constituyeron las principales señas de identidad de la ideología
carlista, que se adueñó de una parte de la Cataluña rural.
Donde hubo
carlistas, hubo curas y hay independentistas.
Alrededor de casi todos
los nacionalismos conservadores se apiñan los curas en tal número y con
tanta fogosidad que no pocos politólogos vienen destacando la
importancia de la contribución cristiana a la propagación de dicha
ideología. Se esgrimen distintos argumentos.
El clima emocional que
envuelve al comportamiento religioso prefiere antes las cálidas y
piadosas abstracciones de la nación o pueblo que las frías y materiales
reivindicaciones de la clase social.
P.–Barcelona siempre ha representado lo contrario a ese clima político del rural.
R.–Hay que destacar que este nacionalismo montaraz,
tan feraz en zonas de Cataluña, ha pretendido asaltar Barcelona. La
mítica y farsante caída de la ciudad patriótica en manos de los enemigos
de Cataluña el 11 de septiembre de 1714 puede presentarse ahora de otro
modo: Barcelona y su área metropolitana han sido los enemigos jurados
del discurso nacionalista.
Han sido el poder institucional y el espacio
social que el pujolismo nunca soportó. La capital de Cataluña y el
reguero de poblaciones que la envuelven han sostenido una ejemplar
inmunidad a los berridos de sirena del nacionalismo. (...)" (Entrevista a Fernando García de Cortázar, El Mundo, 16/12/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario