10/1/18

El nacionalismo, como hijo del carlismo, prendió con fuerza en las zonas donde se atrincheraron las fuerzas contrarias a la España constitucional. Donde hubo carlistas, hubo curas y hay independentistas... o sea, el eterno fascismo

"(...) Pregunta.– El socialista francés Manuel Valls insiste en que deberíamos respondernos qué significa ser español. ¿Usted tiene una respuesta? 

Respuesta.– Ser español, como ser francés, implica un sentimiento de pertenencia a una misma comunidad, la conciencia de compartir valores y tradiciones semejantes y proyectar un mismo porvenir. Lamentablemente España es la única nación europea que sigue interrogándose sobre su existencia en vez de esforzarse por continuar construyéndose. 

Aunque nos incomode reconocerlo, vivimos en un país asustado que siempre ha sido algo extraño. Esta debilidad del sentimiento nacional nos diferencia de todas las naciones de nuestro entorno, donde la pertenencia a una comunidad se da por sentada y se recibe gozosamente como una herencia cívica.  (...)

Nuestra crisis nacional parte de nuestros errores, no de las insidias de los nacionalistas, ni de su compañera de viaje, una izquierda desnaturalizada. Lo que resulta verdaderamente escandaloso, porque responde a una dejación de responsabilidades de los gobernantes, es que los españoles hayan carecido de una idea de nación que les garantice seguridad en momentos como éstos, y que permita enfrentar la ofensiva separatista desde una posición de superioridad intelectual, mayor eficacia política y mejores recursos de veracidad histórica.  (...)

De todas formas, la miopía que impide el reconocimiento de los logros de nuestro país y su posición en la cabecera del mundo tiene que ver con las turbulencias de España en su historia más reciente. 

Es el único país de su entorno que en pleno siglo XX ha tenido una guerra civil y una larga dictadura que han pulverizado el marco político, mientras en Europa convivían el liberalismo, la democracia cristiana y la socialdemocracia, con una misma idea de civilización, de cultura y de Estado nacional.  (...)

«Nosotros somos quienes somos, basta de historia y de cuentos», ya lo dijo el poeta Gabriel Celaya empujando una movilización ciudadana que nos devolviera el orgullo de ser español.  (...)

Ha triunfado un nacionalismo de la cartera basado en la reivindicación de un bienestar económico que no ha sido saqueado por la crisis, sino por el expolio de los españoles. La liberación del pueblo adquiere una textura mucho menos lírica que hace 30 años: precisamente por ello ha conseguido triunfar. 

Porque ha conseguido relacionar el sufrimiento de la gente con la condición de sometimiento de la verdadera nación. Pero el nacionalismo independentista no hubiera llegado a donde llegó con su golpe de Estado desde las propias instituciones políticas si no hubiera sido acompañado en su viaje por la fuerza emocional y destructora del populismo. (...)

P.–Se suele señalar que las zonas de Cataluña donde el independentismo es hegemónico son aquellas de fuerte arraigo carlista, ¿es una coincidencia? 

R.–En absoluto, el nacionalismo, como hijo del carlismo, prendió con fuerza en las zonas donde se atrincheraron las fuerzas contrarias a la España constitucional. El catolicismo fundamentalista, la demonización de un liberalismo progresivamente abierto a los sectores populares, el miedo a la modernización social y política que experimentaban los Estados europeos de la época, incluido España, constituyeron las principales señas de identidad de la ideología carlista, que se adueñó de una parte de la Cataluña rural. 

Donde hubo carlistas, hubo curas y hay independentistas. 

Alrededor de casi todos los nacionalismos conservadores se apiñan los curas en tal número y con tanta fogosidad que no pocos politólogos vienen destacando la importancia de la contribución cristiana a la propagación de dicha ideología. Se esgrimen distintos argumentos.

 El clima emocional que envuelve al comportamiento religioso prefiere antes las cálidas y piadosas abstracciones de la nación o pueblo que las frías y materiales reivindicaciones de la clase social. 

P.–Barcelona siempre ha representado lo contrario a ese clima político del rural. 

R.–Hay que destacar que este nacionalismo montaraz, tan feraz en zonas de Cataluña, ha pretendido asaltar Barcelona. La mítica y farsante caída de la ciudad patriótica en manos de los enemigos de Cataluña el 11 de septiembre de 1714 puede presentarse ahora de otro modo: Barcelona y su área metropolitana han sido los enemigos jurados del discurso nacionalista.

 Han sido el poder institucional y el espacio social que el pujolismo nunca soportó. La capital de Cataluña y el reguero de poblaciones que la envuelven han sostenido una ejemplar inmunidad a los berridos de sirena del nacionalismo. (...)"               (Entrevista a Fernando García de Cortázar, El Mundo, 16/12/17)

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