"(...) Los argumentos de los partidarios, desde la izquierda, para
participar y validar el referéndum unilateral pivotan sobre tres ejes.
En
primer lugar se trata de ejercer el derecho a la autodeterminación.
En segundo
lugar, el referéndum es una gran oportunidad para quebrar el denominado régimen
del 78 e impulsar un cambio progresista en el conjunto del Estado español.
En
tercer lugar, la República catalana creará, mediante un proceso constituyente,
una correlación de fuerzas favorable a la clase trabajadora. Un planteamiento
que pretende vincular en un mismo proceso la lucha por la liberación social y la
emancipación social.
Analicemos, pues, la validez teórica y política de estos
argumentos.
Autodeterminación
Respecto al primer punto, se realiza una interpretación abusiva del
derecho a la autodeterminación como un derecho democrático universal e
irrestricto, situándolo al mismo nivel de otros derechos fundamentales como las
libertades de expresión, reunión, manifestación o la participación democrática
en la vida pública.
El derecho a la autodeterminación, según la legislación
internacional, está reservado a naciones o pueblos sometidos a dominación
colonial u ocupación militar que impiden su libre desarrollo cultural o
económico.
Ahora bien, estas circunstancias no se dan en Catalunya. Esto
explica, en parte, los esfuerzos por presentar al Estado español como un
régimen semidictatorial, heredero del franquismo. Ello a despecho que Catalunya
dispone de un amplio régimen de autogobierno, ciertamente ampliable y
mejorable. De ahí que, para obviar este obstáculo, se utilice la locución de
“derecho a decidir”.
Desde la izquierda marxista, se invoca la defensa de V. I.
Lenin al derecho a la autodeterminación, pero se ignora la supeditación y el
condicionamiento que éste realizaba al ejercicio de este derecho en función del
análisis concreto de los intereses de clase como ha expuesto en un
excelente artículo José Luís Martín Ramos.
Ello sin mencionar la postura
radicalmente contraria a este derecho de otra revolucionaria como Rosa
Luxembourg que lo consideraba uno de los principales peligros para la unidad
internacional del proletariado y una prueba de la penetración del nacionalismo
pequeñoburgués en el cuerpo doctrinal del marxismo.
En cualquier caso, resulta
falaz presentar el derecho a la autodeterminación de las naciones como un
derecho universal e irrestricto cuyo no reconocimiento por el Estado español
demuestra su carácter no democrático, puesto que la práctica totalidad de los
Estados democráticos no lo reconocen en sus ordenamientos constitucionales. (...)
Respecto al segundo argumento, la celebración del referéndum
y la declaración unilateral de independencia supondrían, en efecto, una ruptura
pero no sólo con el régimen del 78, sino con el Estado español que ha
experimentado a lo largo de su atormentada historia monarquías y repúblicas.
Resulta más que discutible que una hipotética Republica
catalana independiente supusiese un factor de progreso y mejora respecto a un
ordenamiento jurídico-político producto del pacto entre la oposición
democrática y los sectores reformistas del franquismo.
Ciertamente el régimen
de 78, atravesado por una triple crisis politicoinstitucional, económica y
territorial, está reclamando como mínimo una profunda reforma o en el mejor de
los casos la apertura de un proceso constituyente a nivel estatal. Sin embargo,
la secesión de Catalunya, uno de los territorios más ricos del país, entorpece
más que facilita este proceso, en la medida que reactiva al nacionalismo
español y es percibido con escasas simpatías por amplios sectores de la
población española.
Históricamente, Catalunya había estado en la vanguardia de
los movimientos de democratización y ampliación de los derechos sociales en
España. Así fue en las dos repúblicas y la transición.
La deriva independentista no solo supone una ruptura con
esta tradición, sino que dificulta extraordinariamente que ahora éste pueda
ponerse en marcha. Si las fuerzas políticas catalanistas, en vez de apostar por
la secesión, lo hubiesen hecho por una transformación del régimen del 78,
quizás este proceso habría sido imparable. De hecho, el proyecto
independentista está ayudando más que cualquier otro factor a aposentar el
gobierno del PP.
Medios y fines
El tercer argumento de las izquierdas que apoyan el
referéndum del 1-O nos sumerge en el ámbito de la fantasía política y en la
proyección de sus ilusiones. La base social del movimiento independentista no
es la clase trabajadora, sino las clases medias formateadas ideológicamente por
el nacionalismo identitario durante el pujolismo.
De hecho, la clase
trabajadora catalana, en gran parte de origen español, se muestra hostil a la
secesión, tanto por sus vínculos sentimentales y familiares con el resto de España,
como por instinto de clase, pues resulta evidente que quienes defienden la
separación son los mismos que han ejercido sobre ellos una dura dominación de
clase.
No obstante, desde el punto de vista
social, el radicalismo de ERC es puramente verbal y más allá de algunas mejoras
en las condiciones de vida y laborales de los trabajadores no puede esperarse
de esta formación una apuesta por un cambio de las estructuras socioeconómicas
del país.
Así, pues, los trabajadores catalanes no tienen nada que ganar con
una secesión que no sólo les separa del resto de la clase obrera española, de
la que se sienten parte, sino que los amenaza, por motivos identitarios,
en convertirlos en extranjeros del nuevo país.
Además, se comete un
error de gran calibre al situar en el mismo nivel la lucha nacional y la
social. El terreno de juego de las reivindicaciones nacionalistas, como se ha
demostrado ampliamente en la reciente historia de Catalunya, es siempre
favorable a la burguesía y la pequeño-burguesía, y en el que la cuestión social
siempre acaba subordinándose a las necesidades de la causa nacional.
El referéndum de autodeterminación es un procedimiento que
contiene dos elementos estrechamente vinculados. Por un lado, es un instrumento
para resolver un conflicto nacional; por otro, es el medio para alcanzar el
objetivo de un Estado propio. En el primer caso, los referéndums de esta
naturaleza pueden ser útiles para pacificar los conflictos nacionalitarios,
como en Quebec o Escocia, o por el contrario ser la chispa que encienda la
conflagración como sucedió en Croacia y Bosnia.
El planteamiento del 1-O está
más orientado a incrementar el conflicto que a pacificarlo. En el segundo caso,
como releva tanto el programa de Junts pel Sí, como las condiciones anunciadas
para declarar su victoria en el referéndum, resultan un mero formulismo para
proclamar la secesión, sin tener en cuenta los apoyos reales a la
separación.
Por todo ello, la izquierda catalana habría de oponerse a este
referéndum tal y como está planteado, aunque no descartar la celebración del
mismo como respuesta democrática a las reivindicaciones de un amplio sector de
la ciudadanía catalana. Esto, desde luego, implica un cambio profundo en la
correlación de fuerzas en España y una modificación de su actual Constitución.
También
y sin ningún tipo de ambigüedades, debería oponerse a la secesión. No sólo
porque divide a una clase trabajadora, extremadamente desestructurada, sino
porque proyecta una República para uso y consumo de las clases medias
nacionalistas." (Antonio Santamaría: Fracturas en la izquierda catalana (publicado en el Viejo Topo Express agosto 2017, en Piensa y Actúa, 06/09/17)
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