"(...) La esencia de la nacionalidad.
Una patria representa
el derecho incuestionable y sagrado de cada hombre, de cada grupo
humano, asociación, comuna, región y nación a vivir, sentir, pensar,
desear y actuar a su propio modo; y esta manera de vivir y de sentir es
siempre el resultado indiscutible de un largo desarrollo histórico.
Por tanto, nos inclinamos ante la tradición y la historia; o, más
bien, las reconocemos, y no porque se nos presenten como barreras
abstractas levantadas metafísica, jurídica y políticamente por
intérpretes instruidos y profesores del pasado, sino sólo porque se han
incorporado de hecho a la carne y a la sangre, a los pensamientos reales
y a la voluntad de las poblaciones.
Se nos dice que tal o cual región –
el cantón de Tesino [en Suiza], por ejemplo -pertenece evidentemente a
la familia italiana: su lenguaje, sus costumbres y sus restantes
características son idénticos a los de la población de Lombardía y, en
consecuencia, debería pasar a formar parte del Estado italiano
unificado.
Creemos que se trata de una conclusión radicalmente falsa. Si
existiera realmente una identidad sustancial entre el cantón de Tesino y
Lombardía, no hay duda alguna de que Tesino se uniría espontáneamente a
Lombardía.
Si no es así, si no siente el más leve deseo de hacerlo,
ello demuestra simplemente que la Historia real – la vigente de
generación en generación en la vida real del pueblo del cantón de
Tesino, y responsable de su disposición contraria a la unión con
Lombardía – es algo completamente distinto de la historia escrita en los
libros.
Por otra parte, debe señalarse que la historia real de los
individuos y los pueblos no sólo procede por el desarrollo positivo,
sino muy a menudo por la negación del pasado y por la rebelión contra
él; y que este es el derecho de la vida, el inalienable derecho de la
presente generación, la garantía de su libertad.
La nacionalidad y la solidaridad universal.
No hay
nada mas absurdo y al mismo tiempo más dañino y mortífero para el pueblo
que erigir el principio ficticio de la nacionalidad como ideal de todas
las aspiraciones populares. El nacionalismo no es un principio humano
universal.
Es un hecho histórico y local que, como todos los hechos
reales e inofensivos, tiene derecho a exigir general aceptación. Cada
pueblo y hasta la más pequeña unidad étnica o tradicional tiene su
propio carácter, su específico modo de existencia, su propia manera de
hablar, de sentir, de pensar y de actuar; y esta idiosincrasia
constituye la esencia de la nacionalidad, resultado de toda la vida
histórica y suma total de las condiciones vitales de ese pueblo.
Cada pueblo, como cada persona, es involuntariamente lo que es, y por
eso tiene un derecho a ser él mismo. En eso consisten los llamados
derechos nacionales. Pero si un pueblo o una persona existe de hecho de
una forma determinada, no se sigue de ello que uno u otra tengan derecho
a elevar la nacionalidad, en un caso, y la individualidad en otro como
principios específicos, ni que deban pasarse la vida discutiendo sobre
la cuestión.
Por el contrario, cuanto menos piensen en si mismos y más
imbuidos estén de valores humanos universales, más se vitalizan y cargan
de sentido tanto la nacionalidad como la individualidad.
La responsabilidad histórica de toda nación.
La
dignidad de toda nación, como la de todo individuo, debe consistir
fundamentalmente en que cada uno acepte la plena responsabilidad de sus
actos, sin tratar de desplazarla a otros. ¿No son muy estúpidas todas
esas lamentaciones de un muchachote quejándose con lágrimas en los ojos
de que alguien lo ha corrompido y le ha puesto en el mal camino?
Y lo
que es impropio en el caso de un muchacho está ciertamente fuera de
lugar en el caso de una nación, cuyo mismo sentimiento de autoestima
debería excluir cualquier intento de cargar a otros con la culpa de sus
propios errores.
Patriotismo y justicia universal.
Cada uno de
nosotros debería elevarse sobre ese patriotismo estrecho y mezquino para
el cual el propio país es el centro del mundo, y que considera grande a
una nación cuando se hace temer por sus vecinos. Deberíamos situar la
justicia humana universal sobre todos los intereses nacionales. Y
abandonar de una vez por todas el falso principio de la nacionalidad,
inventado recientemente por los déspotas de Francia, Prusia y Rusia para
aplastar el soberano principio de la libertad.
La nacionalidad no es un
principio; es un hecho legitimado, como la individualidad. Cada nación,
grande o pequeña, tiene el indiscutible derecho a ser ella misma, a
vivir de acuerdo con su propia naturaleza. Este derecho es simplemente
el .corolario del principio general de libertad.
Todo aquél que desee sinceramente la paz y la justicia internacional
debería renunciar de una vez y para siempre a lo que se llama la gloria,
el poder y la grandeza de la patria, a todos los intereses egoístas y
vanos del patriotismo." (Mijaíl Bakunin , El Viejo Topo, 01/07/17)
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