"La evolución de los acontecimientos en Cataluña está provocando
dinámicas que pueden llevar a algo más que al enfrentamiento
institucional entre la administración autonómica y la central.
El éxito
del proyecto secesionista abocaría a un enfrentamiento incluso más
grave, la ruptura de la población catalana. A esa ruptura le seguiría la
división, dolorosa e injustificable, del demos común del que forman
parte las clases populares de toda España.
Aceptar como inevitable, o lo que es peor como justificable, esa
situación, supone hacerse corresponsable del discurso que pretende dar
legitimidad a las propuestas secesionistas al convertirlas en la
expresión de un derecho, o en la respuesta a un conjunto de agresiones.
Por esa razón, un grupo de ciudadanos de diferentes partes de España,
con planteamientos y prácticas de izquierda, intentamos promover la
convicción de que el enfrentamiento inducido por el secesionismo no es
inevitable; que la apatía y complicidad de la izquierda deben ser
cambiadas por la reivindicación del mismo interés común de los de abajo
en toda España; que solo así la inacción oportunista del gobierno del PP
se verá forzada a cambiar.
Partimos de la constatación de que no existe en Cataluña ningún
problema de opresión nacional, no existe ningún déficit democrático que
justifique la ruptura con un estado opresor. Lo que ha habido en
Cataluña son cerca de 40 años de gobiernos autonómicos, dirigidos la
mayor parte del tiempo por los nacionalistas devenidos hoy en
secesionistas.
No hay ninguna persecución de los rasgos lingüísticos o
culturales específicos de Cataluña, desgraciadamente es la lengua
castellana la que sectores secesionistas pretenden considerar como
lengua foránea de Cataluña. Al tiempo, las competencias y capacidades de
autogobierno de las instituciones catalanas no han hecho otra cosa que
crecer, en el marco de un estado profundamente descentralizado.
Las reivindicaciones secesionistas no son, por tanto, respuestas a
situaciones derivadas de la opresión, ni derechos inherentes vinculados a
un pasado mitificado. Son reivindicaciones de parte, nada más,
reivindicaciones que no cuentan con el aplastante apoyo social del que
presumen.
Los datos electorales son tozudos, desde el 49 % de
participación electoral con el que se aprobó el actual Estatuto de
Autonomía de 2006, en contraste con la participación del 68 % con la que
se aprobó en Cataluña la Constitución de 1978. Si vamos al actual
Parlamento de Cataluña formado en 2015, con una participación superior
al 77 %, las fuerzas secesionistas sumaron el 47,7 % de los votos. Sin
duda un resultado importante, sin ninguna duda la expresión de la
inexistencia de una abrumadora mayoría social a favor de la
independencia.
El origen y fundamentación de las actuales reivindicaciones
secesionistas son el resultado de la campaña de los grupos económicos
dominantes de Cataluña por reducir su ya escasa tributación. De ahí su
gravedad desde una perspectiva de izquierda. Hay que recordar la
vergonzosa campaña del “Espanya ens roba”, campaña que pretendía ignorar
que tributan las personas y las empresas, no los territorios.
La otra pata de la reivindicación secesionista se basa en la
necesidad de consolidar el poder de 40 años de las élites nacionalistas,
amenazado por sus políticas antisociales de recortes y destrucción de
lo público, y por la corrupción que anega a esa élite, empezando por los
Pujol, al mismo nivel que al PP en el resto de España.
Envolverse en la
bandera, apelar a la agresión contra Cataluña, es la manera que esas
élites han encontrado, y lo han dicho, para reducir las protestas contra
las políticas antipopulares de los gobiernos de Convergencia y de Junts
pel Sí.
Entendemos que desde una perspectiva democrática y de izquierda, lo
que hay que subrayar, frente al discurso y la perspectiva excluyente del
secesionismo, es el carácter fraterno y democrático del demos común que
habita en Cataluña y en el resto de España.
Nuestros lazos de unión no son solo culturales, económicos, políticos
y familiares. Son la expresión de una fraternidad común de las clases
populares de toda España, que se vieron obligadas a emigrar, a pelear
por sus derechos frente a los propietarios de las fábricas de Barcelona y
frente a los propietarios de las tierras de Andalucía.
Son la expresión
de la unidad que trajo la II república y resistió al golpe de 1936. Son
la expresión de la confraternidad creada durante el franquismo en
Cataluña, cuando centenares de miles de trabajadores de toda España
arribaron a Barcelona. Esta fraternidad fue parte sustancial en la lucha
por la democracia, fue fundamental para luchar contra la opresión
nacional que sí existía en Cataluña durante el franquismo.
Romper esa hermandad social es lo que hoy está en juego, romperla
dentro de Cataluña y con el resto de España. Defenderla es lo que no
hace, o lo hace de manera que no lo oye nadie, la gran mayoría de la
izquierda en Cataluña y en el resto de España.
Poner hoy por delante el
derecho inventado a la soberanía, por encima de la reivindicación de los
intereses comunes de la mayoría social atacada por las mismas políticas
neoliberales, es una prueba de ceguera política y de autoexclusión
social. ¿No basta constatar con quién se va del brazo en pos del
autodenominado derecho a decidir?
Todavía es tiempo de reconducir la situación y evitar el choque de
trenes que algunos buscan. Para ello es fundamental que se oiga la voz
clara de la izquierda política, sindical y social, desde CC OO y UGT a
los Comunes, Podemos, IU y PSC-PSOE. Que pongan en primer plano la no
aceptación, la no consideración de la ruptura, que se movilicen en su
contra.
Solo así esa misma izquierda, tras la renuncia de la Generalitat
a sus planes de desconexión, incluida la convocatoria de un referéndum
ilegal, estará en condiciones de exigir serias medidas de reforma
constitucional al PP. Reformas que deben discutirse en el Congreso de
los Diputados, representación del demos común.
No queremos, no podemos resignarnos a permanecer como observadores
frente al riesgo real de enfrentamiento inducido entre quienes comparten
la misma condición social, cultural y fraternal. Condición humana y
solidaria forjada en las mismas experiencias e intereses, en los mismos
conflictos frente a los poderosos. Nos une la misma fraternidad, de
Figueres a Fuerteventura, de Cádiz a Bilbao, de Barcelona a Madrid."
(JESÚS PUENTE, profesor de Instituto, miembro del colectivo Juan de Mairena, El Faradio. 10 de Mayo de 2017)
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